REFLEXIONES ECOCRÍTICAS DE UN ÁRBOL
David Abram, en su libro La Magia de los sentidos, afirma que “sólo somos humanos en la medida de nuestro contacto y convivencia con lo que no lo es” (2000: 9). Si esta premisa es cierta, los seres humanos estamos perdiendo uno de los aspectos que más nos determina o caracteriza: la sensibilidad. Nuestra capacidad de relación con la naturaleza se ha visto considerablemente mermada a lo largo de estos dos últimos siglos de industrialización y progreso. Estamos encerrados en nuestras ciudades y sólo nos relacionamos con otros humanos y además, lo hacemos a través de nuevas tecnologías inventadas por nosotros mismos. Vivimos entre avalanchas de información, aunque la mayor parte del tiempo no sabemos qué hacer con ella. Quizás fuese mejor retroceder un poco e intentar recuperar cercanía, sensibilidad, aún a costa de la pérdida de tanto dato empírico. La Naturaleza nos habla con un lenguaje bien específico. Un lenguaje de energías y símbolos que desgraciadamente hemos olvidado. La pérdida del contacto con el entorno sensible, de nuestra curiosidad e interés por lo que nos rodea, nos ha convertido en seres incapaces de aceptar aquello que resulta diferente a nosotros.
Desde hace algunas décadas, las voces de alarma de los defensores de la Naturaleza -conservacionistas, biorregionalistas, medio ambientalistas, ecologistas, biólogos conservacionistas, escritores y tantos otros- han tratado de concienciar a través de sus experiencias y divulgaciones sobre ese alejamiento presente que mantenemos respecto al planeta vivo. Separarse de la naturaleza supone ignorar nuestra propia existencia, aquella de la que provenimos. El mensaje está llegando también a la comunidad académica, donde científicos y educadores, intentan en la medida de sus posibilidades, recuperar ese contacto con nuestro entorno más inmediato, al mismo tiempo que transmiten ciertos valores éticos y morales en relación con el medio ambiente. Hemos llegado ya a los límites posibles de recuperación de nuestro planeta. Así nos lo han confirmado los últimos encuentros científicos que se han llevado acabo en los últimos años : el calentamiento global, la desertización, las concentraciones de gases de efecto invernadero, son el resultado del distanciamiento que los seres humanos hemos mantenido respecto a nuestro medio ambiente. Dicho comportamiento podría provocar en muy corto plazo cambios irreversibles en nuestro planeta, la biosfera y en los océanos.
Desde el campo de las humanidades, y sobre todo, desde la literatura, se viene desarrollado desde hace algunos años un movimiento ecocrítico literario que contribuye a dicha concienciación. Su principal objetivo: mejorar las actitudes y los valores que las personas mantienen con el medio ambiente y su relación con él, inspirando cambios en dichos valores y actitudes, despertando su sensibilidad, lo que conducirá con el tiempo a un cambio político radical. La ecocrítica sirve como principio de esperanza, recordando, como lo hace tan a menudo, el poder de renovación y de curación que todos poseemos gracias a nuestra relación con la naturaleza. Como afirma Edward O. Wilson, todo ser humano posee una afiliación innata con el resto de organismos vivos, dónde innata, quiere decir hereditaria y por lo tanto forma parte de la naturaleza humana. Es el patrimonio de millones de años de existencia vividos en plena naturaleza. Romper este equilibrio puede traer consecuencias muy graves no sólo para el planeta, sino para nuestra propia existencia como especie.
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En la obra Le Journal intime d’un arbre, Didier Van Cauwelaert nos presenta la sorprendente y extraordinaria historia de un árbol. El protagonista, Tristán, es un peral que vive en el departamento de Yvelines, desde hace tres siglos. Desgraciadamente, el paso de un mini tornado acaba de derribarlo. Prisionero de su memoria, no deja por ello de vivir el presente a través de los simbólicos restos que quedan de él (sus raíces, algunos troncos de leña y una pequeña escultura realizada con su madera), además de los dos seres que se encuentran y se aman gracias a él (una artista y un crítico de árboles). Es el propio árbol quien narra su longeva existencia, desde su nacimiento hasta más allá de su muerte física. Si bien es cierto que la visión que utiliza el autor es antropomorfa - el propio escritor pone voz al árbol-, no debemos por ello desvalorizar las reflexiones medioambientales y ecológicas presentadas a lo largo del relato.
Esta comunicación comienza planteando dos preguntas. La primera sería: ¿es capaz un árbol de comunicarse? Los últimos avances científicos han podido demostrar que los árboles no son sólo perfectamente capaces de comunicarse entre sí, sino que incluso se comunican con los organismos vivos con los que cohabitan. Según el profesor Jean-Marie Pelt, la comunicación en el mundo natural se produce en el momento en que dos seres entran en contacto a través de la interposición de sus moléculas, ya sea para beneficiarse recíprocamente o para equilibrar sus poderes (1996: 28). Se trata pues de un lenguaje químico en el que las hormonas juegan un papel fundamental. Quizás sea ésta una forma de comunicación un tanto sorprendente: un lenguaje en el que cada letra, explica Pelt, se corresponde con una hormona, siendo infinitamente más numerosas que las de nuestro alfabeto (1996: 67-68). Aunque lo más increíble es que cada grupo, cada especie, posee sus propias hormonas, su propio lenguaje. Se trata pues de un lenguaje codificado: cada hormona tiene su propia especificidad y sólo es comprendida por sus semejantes, impidiendo así que otras especies lo descifren. Todo nuestro entorno está saturado de estas moléculas portadoras de “mensajes” sin que nos percatemos de ello.
Nuestro protagonista también posee esta capacidad de comunicarse con sus semejantes y sus enemigos. Así nos lo hace saber: "Me enteré de que producía hormonas para esterilizar las chinches, que aumentaba el contenido de taninos de mis hojas para envenenar a las orugas cuando éstas comían demasiado, y que intercambiaba con mis compañeros, hasta una distancia de seis metros y medio, mensajes de advertencia a través del etileno, un gas muy sencillo con sólo dos átomos de carbono". La comunicación química entre árboles o plantas a través de este gas sería un mecanismo fundamental para regular la depredación en el mundo natural. Experimento que ha sido demostrado gracias a los trabajos realizados por científicos relevantes como I.T. Baldwin y J.C Schultz, cuyos resultados fueron publicados en la revista Science en 1983 . Por primera vez, los científicos de la Universidad de Exeter han capturado en una película el proceso por el cual las plantas se alertan mutuamente sobre posibles peligros. Cuando una planta está siendo atacada, libera un gas que advierte a las plantas vecinas para protegerse. Podemos entonces afirmar con total seguridad que tanto las plantas como los árboles son capaces de comunicarse entre sí y con otros organismos.
Sin embargo, ¿posee el ser humano la capacidad de comunicarse con ellos? Aquí planteamos nuestra segunda pregunta. Maja Kooitstra nos explica en su libro Comunicar con los árboles que “ir al encuentro de un árbol, es ir al encuentro del otro, de un ser venido de otra civilización, más antigua que la propia Humanidad” (39). Sin embargo, no es propio de nuestra cultura occidental realizar este tipo de contacto, no forma parte de nuestra tradición. Todo lo contrario, a lo largo de nuestra historia, el humano ha ido separándose cada vez más de la naturaleza y de los árboles. Si alguien de nosotros conoce a alguna persona que practique este arte de comunicación, lo más seguro es que lo cataloguemos de “raro” o de “loco”. No es algo que se tome en serio. Y sin embargo… no es algo que se acabe de descubrir. Se practica desde tiempos inmemoriales y se sabe a ciencia cierta que en la actualidad algunas tribus mantienen viva esta tradición.
Nuestro protagonista, Tristan, ha sabido crear a su alrededor un pequeño ecosistema con el que interactúa y del que se preocupa intensamente. Por ello, tras su caída, su mayor obsesión es la ruptura de esa armonía: “Detener el intercambio con las aves, insectos, hongos, jardineros o poetas; el final de las interacciones que nos unen al sol, a la luna, al viento, a la lluvia, a las leyes que gobiernan la formación de un paisaje, lo que habéis llamado sucesivamente, naturaleza, medio ambiente, ecosistema” (14-15) . En dicho ecosistema el humano posee también su espacio – nuestro árbol dedica su tiempo a las personas que vienen a visitarlo (poetas, jardineros, etc.). Por ello los conoce extraordinariamente bien, al mismo tiempo que parece nutrirse de ese contacto humano: “la inteligencia, la poesía, el humor son nutrientes tan necesarios para mí como las proteínas del suelo” (54). Entre un champiñón o una hormiga con los que comunica a la perfección, y un humano que cuenta historias, tiene clara su elección: “Siempre he privilegiado la ficción a la información” (54). Y nos explica el porqué de su opción: mientras los vegetales y los animales poseen la capacidad de transmitir información a través de sus genes, los humanos tienden a convertirse en máquinas pensantes pero incapaces de imaginar. Sin embargo, es consciente de que su longevidad se debe a los individuos que le han sabido hacer soñar a lo largo de sus trescientos años de existencia. Individuos como Yannis Karras, crítico de árboles, que “[le] hizo viajar más que los poetas, los guerreros, los místicos y aventureros que le han acompañado en tres siglos. Ya que me dio a conocer la esencia de mi propia especie abriéndome horizontes inesperados” (41) ; o el doctor Georges Lannes, su actual propietario, con el que compartirá los últimos años de su vida como árbol en pie. La comunicación con ellos resulta sin embargo difícil, como el propio peral precisa. A pesar de emitir en la misma frecuencia, la comunicación sólo pasa en un único sentido. Los humanos son incapaces de comprender porque ya no saben interpretar las imágenes que los árboles les envían. Volvemos a nuestro punto de partida (somos incapaces de hacer uso de nuestros sentidos). Al menos, nuestro árbol se consuela con su capacidad de reconectar al humano con su propio interior y de ser el guardián o el depositario de su memoria. Así, durante largos años, nuestro peral conservó en su tronco la bala alemana que había matado al hijo de Georges… “Portaba a su hijo como lo había hecho su mujer. Era el guardián de un alma. De una más” (11).
Sin embargo, la persona que más marcará su vida será Manon. Mientras que Yannis nos desvela poco a poco la historia y el pasado de Tristán, gracias al encargo de Georges Lannes, -empeñado en clasificarlo como árbol emblemático-, Manon representará su futuro. Ya desde niña confía sus más íntimos secretos a nuestro árbol. Víctima de abusos por parte de su padre, antes de convertirse en huérfana y ser adoptada por Georges, se reconstruye como persona y encuentra su vocación de artista bajo la sombra protectora de Tristán. Nuestro peral seguirá viviendo con ella, trasformado en una hermosa escultura de formas femeninas que Manon titulará, “Rêve de l’arbre”. Con el devenir de los años Manon se convierte en una famosa y apreciada escultora. Agradecida por este gesto protector, se llamará a partir de ahora “Tristane”- seudónimo forjado a partir del apodo de nuestro árbol- y dedicará su vida a la salvaguarda de estos seres poniendo a su servicio su carisma y riqueza. Su deseo más ansiado será, como el propio Tristán nos dice, “protegernos, salvarnos, comprendernos” pero también “aprender a escucharnos” para así “hacer oír nuestra voz” (150). Para ello no duda en vivir una experiencia personal junto a una tribu del Amazonas, los Shiranis, cuyo chamán le enseñará a comunicar con los espíritus del bosque. Su lucha personal es conseguir de la UNESCO la protección del territorio shiranis, clasificándolo como Patrimonio mundial de la Biodiversidad. De su rencuentro con Yannis, algunos años más tarde, dará a luz a un niño, Toé, que será criado por la tribu y se convertirá, años más tarde, en su chamán, continuando así su obra. Manon perderá la vida intentando proteger su preciado bosque. Los árboles por lo que tanto había luchado sucumbirán ante los intereses comerciales de la industria petrolera americana.
El tema de la pérdida del bosque Amazónico aparece así en el relato. Por supuesto, el territorio Shiranis no existe como tal, pero representa perfectamente la realidad más actual de los territorios amenazados en este momento en la cuenca del Amazonas, como por ejemplo la del pueblo kichwas de Sarayaku en Ecuador. La selva Amazónica está siendo amenazada por la deforestación y las prácticas insostenibles del manejo de sus recursos. Lo que resulta paradójico es que, frente a estos abusos, a las tribus nativas amazónicas se les impida practicar sus métodos tradicionales de agricultura y caza. Esto se traduce en la pérdida de un conocimiento tradicional, ancestral. Las políticas de los gobiernos y las leyes muchas veces promueven la desintegración de estas tribus y su cultura con la integración por parte de sus miembros en comunidades mestizas y con la falta de financiación en la educación bilingüe. Este tema ha calado hondo en el autor, pues en su último libro publicado, Double indentité, vuelve a arremeter contra estas políticas tan injustas para los pueblos amazónicos y defiende el saber ancestral de los indios nativos y el de sus chamanes. En la cosmovisión de estos pueblos indígenas la selva está viva y habitada por seres espirituales que mantienen el equilibrio entre los humanos y la Naturaleza. Sabino Gualinga, líder espiritual de Sarayaku, de 89 años de edad, explicó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) hace un año, los efectos catastróficos que tuvo la incursión de la petrolera argentina CGC en su selva sagrada. “No queremos que entren a nuestra tierra los que quieren hacer estallar con explosivos sus entrañas” dijo, porque eso implicaría que los seres que cuidan la selva se vayan y lleguen grandes males para el mundo como enfermedades y cataclismos.
Lo que el ser humano está provocando en la naturaleza nos afecta como seres vivos. Como el chamán, nuestro árbol también vaticina: “Presiento que el mundo va mal, que el ser humano se condena cada día más, y que lo que él llama “la naturaleza” prepara un profundo cambio” (192). Dicho cambio puede tener algo que ver con lo que cuenta uno de los personajes secundarios de la novela, Clarence Hatcliff, un lord inglés y director de un departamento de botánica, reconvertido en espía, que aterriza con su paracaídas de forma estrepitosa sobre Tristán durante la contienda de la Segunda guerra mundial. Hatcliff revela el secreto de las facultades que durante siglos ha utilizado Tristan sin saberlo… En una de las conversaciones que mantiene con Georges Lannes predice el fin de nuestra especie por la acción de las plantas:
El ser humano abusa demasiado del medio ambiente, Georges, y a los árboles no les ha gustado la bomba atómica. Tengo miedo que decidan esterilizarnos esta vez. […] La progesterona y el estrona son dos hormonas sexuales específicas de la mujer, ¿no? […] Mi equipo acaba de encontrarlas en las semillas de las granadas y en el polen de la palma ¿Simple anomalía, o condena de nuestra especie? La naturaleza no deja nada al azar, nunca hace las cosas sin motivo.
¿El futuro de la especie humana está en manos de los árboles? Cuando Tristán reaparece, tras permanecer oculto diecinueve años debido a un robo, el mundo ha cambiado. Los árboles han comenzado a regular el planeta, nos dice. Su misión ahora es la de “intentar abriros los ojos, ayudaros a comprender que, para evitar vuestra desaparición, no solo deberéis respetar el medio ambiente, sino modificaros desde el interior, este será desde ahora el combate de los chamanes” (215).
En un gesto de redención, Rafik, el ladrón de la escultura “Rêve d’arbre”, devolverá la obra a su heredero, es decir, a Toe. El gran conocimiento de la naturaleza que ha adquirido dentro de su tribu le ha convertido en un influyente y carismático chamán. Además, gracias a su brillante formación académica se dedica a dar conferencias por todo el mundo y a ganar en los tribunales las causas perdidas en la selva. Su mayor logro: imponer a la ONU la Declaración de los derechos de los árboles. Su misión difundir “la urgencia y la posibilidad para el hombre de hacerse compatible con la naturaleza, antes de que esta lo erradique” (216) .
“Rêve d’arbre” será donado al museo de Bio-Arte, para completar la retrospectiva dedicada a Tristane. En la inauguración de la exposición Toe pronunciará un discurso muy acorde al trabajo realizado, años atrás, por su madre:
Si continuamos destruyendo los árboles, ellos nos destruirán. Si reaprendemos a fusionar con ellos, si reanudamos con nuestros orígenes, si recordamos que, en la tradición chamánica, ellos nos han creado, como embajadores móviles destinados a acrecentar sus conocimientos, sus interacciones y su capacidad para imaginar, entonces evitaremos lo que, por ciega pretensión, llamamos el fin del mundo… y que sencillamente significa nuestra desaparición (223-224)
Conclusión
En la actualidad, el ser humano representa la única amenaza real para el árbol. Éstos todavía no han encontrado una solución eficaz para defenderse. Pero no se debe cantar victoria demasiado rápido… El increíble descubrimiento que se relata en la historia no es una invención: se ha demostrado que ciertos pólenes segregan hormonas sexuales específicas de la mujer, como la progesterona y el estrona, en dosis muy parecidas a las de la píldora anticonceptiva ¿El instinto de supervivencia empujaría a los árboles a esterilizar a la especie humana, utilizando los mismos recursos que emplea para desembarazarse de las chinches? Como nos advierte Tristan: “Estabais prevenidos. Habéis tenido tiempo para reaccionar” (228). Lo que se ha inventado en el relato es la difusión por parte de éstos del polen de cortisol, la hormona de la depresión profunda. Único remedio para evitar el colapso del planeta. “Vuestros herbicidas, vuestros pesticidas y vuestros OGM estaban a punto de aniquilar totalmente a las abejas. Si nuestras flores ya no eran fecundadas, casi todos las frutas y legumbres iban a desaparecer. Por eso debimos reaccionar a más corto plazo. De ahora en adelante, nuestros pólenes trasportan además una dosis masiva de cortisol, la hormona de la depresión profunda” (228). Este mismo tema fue llevado al cine en el 2008 con la película “The Happenning” (El Incidente), película que relata el ataque de las plantas hacia las personas como un mecanismo de defensa. Estas suspenden en el aire una neurotóxica que les incita al suicidio. Nuestro árbol sólo puede constatar la desaparición de la especie humana setenta años después, en uno de sus despertares, para certificar nuestra desaparición: « Incitar al depredador al suicidio fue la solución más ecológica que encontramos para que el planeta, del que somos guardianes, permanezca vivo y viable » (228)
En la « vida real », y a pesar de la destrucción masiva u oficialmente controlada de los bosques, los árboles continúan haciéndonos felices – pero ¿hasta cuándo?
Obras consultadas
ABRAM, David, La magia de los sentidos, Barcelona : Ed. Kairos, 1999.
KOOITSTRA, Maja, Communiquer avec les arbres, Paris : Le courrier du livre, 2010.
PELT, Jean-Marie, Les langages secrets de la nature, Paris : Ed. Fayard, Col. Livre de Poche, 1996.
VAN CAUWELAERT, Didier, Le Journal intime d’un arbre, Neuilly-sur-Seine : Ed. Michel Lafon, 2011.
----- Double identité, Paris : Ed. Albin Michel, 2012.
WILSON, Edward O., The Biophilia Hypothesis, Washington : Island Press, 1993.
Comunicación presentada en la V Biennial Conference of the European Association for the Study of Literature, Culture and Environment. Nature Loquens: Eruptives Dialogues, Disruptive Discours. Universidad de La Laguna. San Cristobal de La Laguna, del 27 al 30 de junio de 2012.
Excelente artículo, y extraordinario contenido el de todo el blog. Gracias por compartir. Un abrazo
ResponderEliminarYo también abrazo a los árboles… gracias.
ResponderEliminarTe agradezco el comentario, Chema. Es una experiencia sorprendente que recomiendo practicar a todo el mundo. Un saludo.
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