Pierrette Micheloud (1915-2007) fue
una poeta y pintora suiza de expresión francesa originaria de una pequeña
localidad, Vex, situada en el cantón del Valais. Estudió literatura clásica,
alemana y francesa en la Universidad de Neuchâtel y de Zurich, y teología en la
Universidad de Lausana entre 1940 y 1941. Publicó su primer libro de poesía, Saisons,
en 1945. En 1950 (o 1952 según las fuentes), se muda a París y, a partir de
entonces, dedica su vida a la escritura y la pintura (aunque hay que esperar
hasta 1983 para ver su primera exposición en la Galeria Horizon de Paris). Llevará
una vida muy activa en el campo de la literatura colaborando con varios
periódicos suizos donde presenta a poetas franceses y de otros lugares; también
para la revista Nouvelles Littéraires, con artículos sobre poetas-libreros
de París. En 1963, funda con Edith Mora, crítica literaria, el premio de poesía
Louise Labé, cuyo jurado era completamente femenino. No por ostracismo, sino
por un deseo de restablecer el equilibrio, ya que las mujeres estaban
prácticamente ausentes en dicha época de los jurados literarios. También fue
editora en jefe de la revista La voix des poètes, fundada y dirigida por
Simone Chevallier, en la colección Les Pharaons (poetas reveladores de
conciencia). Recibió varios premios, entre ellos, el Premio Schiller y el
Premio de Consagración del Estado de Valais en Suiza; los premios de Edgar Poe,
de Apollinaire y Charles Vildrac en Francia. Su obra incluye una treintena de
libros en francés, algunos traducidos al alemán, inglés, español, rumano y
ruso; numerosos artículos y editoriales y también obras de teatro, novelas,
diarios, cuadernos y reflexiones, cartas, en su mayoría inéditas, que se conservan
actualmente en el fondo de archivos de la escritora depositados en la Mediateca
de Valais-Sion. Su trabajo y su memoria se encuentran en la actualidad muy
vivos gracias al trabajo que realiza su fundación[1].
Parents de sève montagnarde :
Elle du Jura bernois
Lui des Alpes valaisannes
Elle du vert sombre des sapins
Lui des mélèzes danse du vert tendre
Elle d’une eau qui se récolte
Goutte à goutte dans le calcaire
Lui de celle multiflore
Des torrents joueurs de rien (Micheloud, 1979 : 12)
Desde muy temprana edad, descubre
la sensación íntima de su diferencia, que está marcada por su deseo de
independencia y su gusto inicial por las mujeres: “La ‘différence’
a toujours une raison. Il ne s’agit donc ni de la refouler, ni d’en avoir
honte, mais au contraire de s’enrichir de tout ce qu’elle peut apporter de
spécial et de nouveau. J’ai chanté la mienne à travers ma poésie depuis
toujours.”[2] La mujer, a menudo soñada, platónica,
será ese icono privilegiado que llena toda su obra ; la otra, la mujer real, le
causará a menudo decepciones muy dolorosas. La misteriosa alquimia de la
escritura poética transformará estas experiencias en un arte apasionado, lleno
de imágenes extrañas y destellos proféticos.
A lo largo de su vida, representará
al poeta como un ser singular, medio humano, medio divino: su aguda capacidad
le permite percibir mensajes que debe transmitir al mundo. ¡Esa es su
responsabilidad…! “[Le poète]
doit être un apôtre. C'est à lui qu'appartient, par un chant toujours plus
vrai, de réveiller le monde et de lui donner l'élan dont il a besoin pour
repartir sur des routes plus claires”
(Micheloud, 1950 : 6).
Sin embargo, poco a poco formulará esta visión en otro registro léxico, tomando
cada vez menos de la religión cristiana y cada vez más de la mitología y la
alquimia.
A partir de los años 1970 hasta los
1980, recurre a la mitología y, especialmente, a las musas para afirmar que la
poesía permite encontrar recuerdos tan antiguos como el mundo: la musa del
poeta se llama Polymnia; el nombre es bastante significativo ya que deriva de poly
(muchos) y mnêmê (memoria). Entonces, como una pescadora, Polymnia (es
decir, la poesía) captura en las profundidades de la memoria original los
recuerdos anteriores al nacimiento. Y, por supuesto, al igual que las otras
diosas, las musas y los dioses, personifican múltiples y diversas frecuencias
vibratorias del universo sensible. La idea de que la musa Polymnia permita
entrar en contacto con la memoria original lleva a Pierrette Micheloud a
definir la poesía como “une recherche de notre origine”, y a elaborar su mito
de la Grandre Gynandre, esa entidad de esencia divina que pertenece al pasado
cósmico y que anuncia el futuro de la humanidad. Pierrette afirma que “chaque
poéte se crée sa propre mythologie, à través sa propre visión de l’univers”. Es
lo que ella ha llevado a cabo: “Moi aussi, je me suis raconté mon mythe, comme tout
poète. Ou plutôt, je suis renée du mythe que ma conscience, par l'action de
l'énergie inspiratrice, m'a révélé, d’une vérité cachée. C'est le mythe de la
Gynandre. Ginê, femme... Andros, homme. L’androgyne retourné
[...] pour mettre les choses à leur place.” (Micheloud, 1981: 44-45).
Cuando la humanidad haya completado
su revolución y haya llegado al final de su ciclo terrenal, verá la llegada del
Gran Gynandre (o a veces, Gynandrade), más perfecta que el andrógino, porque es
mujer, y que reinará sobre los hombres y mujeres unidas en paz y serenidad.
Pero esto aún no ha llegado, todavía estamos lejos: debemos luchar por este
advenimiento, y una de las armas de esta lucha es precisamente la poesía, que
despierta las conciencias:
Je suis songe
unifié : le fœtus
que la
reine-roi porte en espérance
du fond de
l’En-soi, la fin du couple.
Je suis la
Gynandrade future.
Patience
jusqu’à l’aurore,
Amour (Micheloud, 1974 : 38).
Esta idea del mito de la Ginandra
comienza a forjarse con L’Enfant de Salmacis y termina plasmándose con
toda su fuerza en Douce-Amère.
L’enfant de Salmacis (1963) es una oda a la feminidad
enraizada en los mitos originales de la pureza y de la unidad, e inspirados en
otra poetisa, Sappho: “Ma grande prêtesse, je te salue, je pose mon front sur
tes pieds nus qui tracent sur la terre le chemin de l’unité parfaite” (Dubuis
2012 :123). Una mezcla un poco inquietante. Pero la poesía se reserva esos
derechos a los que es difícil poner límites, y los cánticos que estos amores
inusuales inspiran en Pierrette Micheloud a menudo caen bajo una verdadera
poesía que arde con pasión.
En esta obra Pierrette Micheloud
emprende una larga reflexión sobre la diferencia sexual y la feminidad (como
ella prefiere escribir). La ninfa Salmacis, enamorada de Hermafrodito, obtiene
de Zeus el privilegio de no separarse nunca de su amor. De este modo, sus dos
cuerpos, tan fuertemente entrelazados, se disuelven en un solo ser, ni del todo
hombre ni del todo mujer, fue el primer hermafrodita: ella, Salmacis,
representa la feminidad de este último. Así es como concibe Pierrette Micheloud
al poeta, ni hombre ni mujer, un ser sin sexo. El poeta, de hecho, combina en
sí mismo lo mejor y lo peor de ambos a la vez. ¿No es hacia este ser sublime al
que toda la humanidad, y sobre todo la mujer, debería desembocar? La poetisa
del Valais lamenta que sean tantas las compañeras poetas que todavía no
comprendan y no quieran participar como ella, en la llegada de una era
superior, que el poeta imagina y en la que desea colaborar. Esta tarea, que
ella solo prefiguró, ahora la siente como una misión que debe cumplir.
Porque antes de la Caída, Adán y
Eva no eran dos, sino uno. Fue el Maligno, el Diablo, quién se arrastró hasta
el paraíso y los dividió en dos cuerpos distintos. Desde entonces, la Tierra se
ha convertido en el planeta de la dualidad. Una teoría que no es nueva, ya que
Platón la defendió[3],
y muchos escritores la convirtieron en el tema principal de sus poemas o de sus
novelas, como por ejemplo Honoré de Balzac[4], por citar alguno de
ellos. “El hijo de Salmacis” tiene, por lo tanto, predecesores ilustres.
Los poemas de este libro son un
homenaje a las diversas formas, especialmente mitológicas, de lo femenino: de
la inocencia de Rasalhague, a la violencia de Isidis, pasando por Hélia,
Néphélé, Maya, Dahana y Ad-Isthar-Ar-Kanya; Pierrette Micheloud invita a todas
estas figuras a recuperar la pureza que poseían antes de la Caída, a
convertirse en la “nueva Eva”, a sacudirse del yugo del hombre, yugo que ellas
aceptan al parecer con desconcertante docilidad y placer.
Et l’homme dit à la femme
Tu seras l’autel de mes plaisirs
Et le calice de mes rancœurs
Et la femme suivit l’homme. (Micheloud, 1963 : 97)
Pero
para aquella que rehúsa esta condición, la felicidad que le espera es absoluta:
Elle sut retrouver le jardin
De son primordial visage,
Fini le sinistre leurre
Qui l’avait de si loin dépaysée,
Ève nouvelle, fleurie
De blancheur, secrète royauté. (Micheloud, 1963 :
21)
Sus
poemas se cargan de un lirismo visionario que concierne sobre todo a un universo
femenino donde el hombre es temido por su yo posesivo y su egoísmo, que
engendra sólo sufrimiento y simboliza una carga negativa. De ahí el epígrafe
elegido por Pierrette Micheloud en esta obra: cuatro líneas de Safo que suenan
como una conjuración para desafiar a los hombres.
Amour prodigue en souffrances
Amour beau tisseur de contes
Loin de moi la douceur du miel
Loin de moi le dard des abeilles
Conjuración que ella misma retoma en su primer
poema titulado: Périlleux amour, advirtiendo a su primera protagonista:
“Ne dis pas aux hommes d’où tu viens, Rasalhague!” […], “Ne dis pas aux hommes
ton chemin,
Rasalhague!” […], “Ne dis pas aux hommes ton secret, Rasalhague!”
[…] (Micheloud, 1963:15-16).
¿Qué
destino le aguarda pues a nuestro compañero terrenal en esta sublime aventura? Según
Pierrette Micheloud, el hombre tiende poco a poco a desaparecer, como todo
aquello que se ha convertido en algo inútil. Sin embargo, por muy edénico que
sea, ¿es probable que esta humanidad desaparezca? No, ya que, en esencia, de la
unión del ser-mujer único con el Espíritu divino nacerán nuevos seres. Hasta
ahora, solo una mujer ha sido capaz de engendrar así, la que el Ángel saludó:
“Sois bénie entre toutes les femmes!” María redime de este modo la culpa de
Eva.
Je ne suis plus l’Ève triste
Je suis Marie
La vierge attentive et secrète
En espérance d’un Dieu. (Micheloud, 1963 : 99)
Pero
también:
Te voici nue et pure
Comme à la première aube
Cette eau que le soleil
A choisie pour épouse. (Micheloud, 1963 : 28)
En
este poema, la mujer se identifica con el agua, el sol representa el espíritu
divino: “El Espíritu divino planea sobre las aguas primordiales, dando vida por
ellas a todas las criaturas” (Génesis 1,2). La figura
de María encuentra su lugar en la conclusión de la obra, proclamando la gran
Virgen cósmica, la del Zodíaco y no la de la Cruz, mientras anuncia Douce-Amère,
que sueña nuevamente con la unidad: una mujer que tendría en ella la semilla
del hombre... la vuelta hacia el ser UNICO. Y así lo explica en la siguiente
entrevista:
J’ai mis le gyné avant l’andros. L’unité primordiale a été divisée et je veux la
recréer. Voilà mon mythe : recréer l’unité en soi, d’abord. Et dans
plusieurs milliers d’années, il y aura de nouveau un être qui sera fait avec
les deux principes, mâle et femelle, et qui sera qu’un seul être. Il n’y aura
plus de division. (Royer, 2002 : 138)
Entre
estos seres puros y nuevos, con los “seins gonflés du lait pur des étoiles” (Micheloud,
1963:18), que afirman que “le vent a déraciné de mon ventre la mémoire des
sexes” (Micheloud, 1963: 22), cuya sangre “coulera vierge, saison sans blessure
pour devenir l’enfant lumineux de décembre” (Micheloud, 1963: 27), reinará una verdadera
amistad.
Pierrette
buscaba una feminización de los deseos de la humanidad: esa que sueña con la no
violencia, la paz, la dulzura, la belleza, la ecología... estos son los temas
puramente femeninos. La mujer encarna, en cierto modo, la esperanza de la
humanidad y de todo el planeta. Es una mujer que no habla con las palabras de los
hombres, sino con su propio lenguaje: el de la intuición, la percepción, la
sensibilidad. En Douce-Amère (1979), nos revela una mujer nueva: el mito
de la Grande Gynandre, una entidad de esencia divina que
ofrece una apariencia femenina, mientras que invisible contiene, en su
interior, el principio masculino, que le permite reproducirse de forma
autónoma. Esta entidad que pertenece al pasado cósmico modelará el futuro de la
humanidad.
El
libro se divide en cuatro partes bien diferenciadas. La primera contiene los
"Poèmes du jet d’eau de la cigogne", que evocan la infancia, los
juegos y amores, los nombres y rimas, los sueños y las fiestas. El pasado se convierte en un
presente donde solo vive lo esencial: la dulzura de los seres, la belleza de
las cosas y la plenitud de la vida. Después, comienza la búsqueda de una
identidad: la adolescente enamorada se convierte en la persona que celebra el
mundo y los seres, pero también la que medita, cuestiona y reza. En las mismas
secuencias de la oración dominical, la Oración a la Gran Ginandra convoca a la
reunión, a la unidad fundamental del ser dividido actualmente en hombres y
mujeres. Precisa que todo ser lleva en él una parte femenina y una parte
masculina, incluso Dios, al que ella nombra “LE PÈRE” (el Padre) y “avant tout
LA MÊRE” (sobre todo la madre), y a la que ella nombra “Mère-Père de
l’Univers”, o “Grande Gynandre”.
La
segunda parte, más breve, titulada "Arvres", también es evocativa:
árboles y rostros se mezclan; está lleno de nostalgia por una época “où le
temps avait le temps” (Micheloud, 1979: 38). La tercera narra y canta los “Voyages”
y lugares del poeta; itinerarios muy reales -en Francia, en Rumania, desde el
Valais a París, o Knokke-le-Zoute, donde se celebra cada dos años un festival
poético y donde aparece, ligera y enigmática, la figura de Jean Follain - y
caminos imaginarios al “chateau de l’éveilleuse” o el propio corazón de la
poeta. Pierrette Micheloud busca la Eternidad. En Méditation, citando a C.F.
Ramuz, se interroga:
Pourquoi ces instants
Sont-ils au cours d’une vie
Si rares ? (Micheloud, 1979 : 65)
La
última parte “Quand l’herbe devient noire”, contrasta con las tres primeras: el
mundo se deshumaniza, el tiempo se vuelve loco, el hormigón invade los caminos
y los campos, la palabra, humillada, es llevada a la fosa común, todo se pudre.
En “La ronde / au colombier de l’enfance” (Micheloud, 1979: 9) se les hace un
sitio a los robots. A menudo se rebela contra la condición de la mujer,
incomprendida, degradada, por “Les petits hommes-sexe/ Les petits
hommes-cerveaux” (Micheloud, 1979: 92) que han hecho de este planeta un lugar
de sufrimiento:
Nous, femmes
Nous avions paroles clouées
Pensée au fer de l’étau
Bras enchaînés au lavoir,
Cette terre de souffrance
Ce n’est pas nous qui l’avons faite !
Aujourd’hui
Nous prenons le droit de naître :
Nous te guérirons
Terre opprobre
Nous recoudrons tes lambeaux ! (Micheloud, 1979 :
90-91)
Frente
a este mundo que se degrada cada día más,
Et le supplice chaque jour de voir
La nourriture lumière
Couler sur le béton dans les rigoles
Se mélanger à l’horreur des égouts (Micheloud, 1979 : 95)
Pierrette
Micheloud no cae en la desesperación ni se deja engañar por las falsas acusaciones.
Y afirma:
Veuillez sur votre
lopin de seigle
Il est la lumière qui sauve (Micheloud, 1979 : 69)
Nos
sugiere que tomemos ejemplo de la piedra, la libélula, la abeja o la dulzamara
que le da título al libro, para que este mundo puro y original que ella
imagina, muy femenino y exclusivo, pueda construirse ante nuestros ojos. Como
una visionaria, la poeta anuncia que el futuro de la humanidad pertenece a los
seres gynandres que volverán a poblar la tierra después de la
destrucción de la sociedad actual. El ciclo se acaba bajo esta visión cósmica
de una tierra regenerada y repoblada:
Des barques spatiales
Cinglent vers la terre
Planète morte
[…]
Dans ces barques
Ses futurs habitants
[…]
Chanter
Sera leur unique tâche… (Micheloud, 1979 : 98)
Conclusión
Muy crítica con el progreso y la
modernidad, nostálgica del pasado, luchando contra la sensación de estar
exiliada en la tierra y en busca de la iluminación espiritual, Pierrette Micheloud
recurre constantemente a los textos sagrados, a la mitología y a la alquimia. A
través de este viaje, la escritura permite a Pierrette Micheloud convertirse en
una gynandre, es decir, como poeta construye su propio mito para encontrar
esa unidad perdida que tanto ansia, y adquirir, en un nivel simbólico, una nueva
identidad que no existe en el mundo real. Así se define como poeta y como mujer
libre.
Pierrette Micheloud supo combatir,
con sus poemas y sus pinturas, las injusticias y los prejuicios mantenidos a lo
largo de todos estos siglos contra las mujeres y contra la naturaleza. Para
ella, las palabras y las imágenes tenían un poder de denuncia. Siempre buscó un
mundo mejor… ¿utópico? Quizás. Pero la utopía es también una realidad que podría
existir en un futuro no muy lejano. Porque hoy, la utopía ha cambiado de campo,
y utópico es aquel que cree que el mundo puede continuar como hasta ahora.
Pierrette Micheloud nos dejó el 14
de noviembre de 2007. Nos gustaría creer que se marchó para reunirse con las
diosas y los dioses de ese lugar alquímico que ella denominó “la Gynandrie”,
esa mística poesía que le gustaba desarrollar tanto en sus textos como en su
vida.
Referencias Bibliográficas
Dubuis,
C., (2015) Journal de mes amours. Genève, Ed. Slatkine.
Gaetzi,
C., Maggetti, D., (2017) Pierrette Micheloud contre le vent. Vevey, Ed.
de l’Aire.
López
Mújica, M. (2015) « Les langages secrets de la nature », in Journal
de mes amours. Gaetzi, C., Maggetti, D., (dits), Genève, Ed. Slatkine.
Micheloud,
P., (1950) « La solitude et la mission du poète dans le monde moderne »,
in Feuille d’Avis de Neuchâtel, 22 sept. p. 6.
Micheloud, P., (1963) Le fils de Salmacis,
Paris, Nouvelles Éditions Debresse.
Micheloud,
P., (1974) Tout un jour toute une nuit, Neuchâtel, éd. La Baconnière.
Micheloud, P., (1979) Douce-Amère,
Neuchâtel, La Baconnière.
Micheloud,
P., (1981-1983) “Poésie dans les écoles et la vie ou apprendre la poésie à
notre époque”. Tapuscrit.
Micheloud,
P., (1995) L’Ombre ardente, Sierre, Monographic.
Royer,
J., (2002) « Pierrette Micheloud et la Grande Gynandre » in Présence
de Pierrette Micheloud. J-P. Valloton (dit) Sierre, Ed. Monographic.
Vallotton,
J-P., (2002) Présence de Pierrette Micheloud.
Sierre, Ed. Monographic.
[1] Fundación de
Pierrette Micheloud: https://www.fondation-micheloud.ch/
[2] Quatrième de couverture de L’Ombre
ardente, Sierre, Monographic, 1995.
[3] Platón en “El
Banquete” (parágrafos XIV y XV) recoge a través de un diálogo entre Aristófanes
y Diotima, un mito que era anterior a él y que probablemente fue establecido
por los presocráticos del siglo VI antes de J.C. Explica Platón que en el
origen de la humanidad existió una raza primordial que contenía en sí misma las
dos polaridades, masculina y femenina. Dicha raza era fuerte y temida por los
dioses del Olimpo: “Eran extraordinarios por su fuerza y su audacia, y
alimentaban en su corazón orgullosos propósitos, que llegaban incluso a
pretender atacar a los propios dioses en su morada”. Es difícil no ver aquí el
mismo tema bíblico de la revuelta de Lucifer -el arcángel más querido- contra
Dios. Platón afirma un poco más adelante que los dioses no fulminaron a la raza
andrógina, sino que se limitaron a destruir su potencia, dividiéndolos en
sexos. Tal fue el origen de la raza de los hombres y de las mujeres.
[4] Honoré de Balzac
dedicó a la figura del andrógino una de sus grandes novelas, “Serafita”, ser ambiguo,
rodeado de amores imposibles, que es visto como hombre (Sefaritus) por una
mujer y como mujer (Serafita) por un hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario