Resumen
La fascinación por las
actividades de las brujas, mujeres con poderes obtenidos de diversas formas,
está rodeada de mitos, leyendas y realidades. El caso de las brujas de
Zugarramurdi es el más famoso de la historia de la brujería vasca y
posiblemente de la brujería en España. En este Auto de Fe, que derivó en uno de
los casos más sonados y tristes de asesinatos injustos en la historia española,
la Santa Inquisición quemó a 11 personas, 6 vivas y 5 muertas que confesaron
bajo tortura la práctica de la brujería. Cuatro siglos después, el lado
histórico de este asunto se ha venido diluyendo y hemos preferido quedarnos con
el aspecto más leyendario. Pero ¿qué hay de mito, de leyenda y de realidad en
este proceso? Estas mujeres libres, poderosas y sin miedo a explorar y
potenciar sus propios poderes y sus habilidades ¿existieron de verdad? ¿Siguen
en la actualidad entre nosotros? Dar respuesta a estas preguntas será uno de
los objetivos de esta comunicación.
Se intentará ofrecer una
imagen lo más realista posible de este hecho para desmitificar quiénes eran las
brujas. Como bien dice José Dueso, parece que el lado histórico de este asunto
se ha venido diluyendo, cuatro siglos después, y hemos preferido quedarnos con
su lado más leyendario. La bruja atemporal e idealizada atrae quizás más
nuestras simpatías que la bruja más humana. ¿Son las brujas hoy un mito gracias
al resurgimiento del feminismo? mujeres libres, poderosas y sin miedo a
explorar y potenciar sus propios poderes y sus habilidades. Las brujas se convirtieron
en el icono de las feministas, un símbolo de poder femenino, conocimiento,
independencia y martirio. Y aunque sí que es cierto que la persecución que se
emprendió en esta época se dirigió exclusivamente hacia las mujeres,
también se quemaron 'brujos'.
La humanidad siempre ha tenido
miedo
de las mujeres que vuelan.
Ya sea por brujas o por libres
(Jakub Rozalsky)
Son miles las historias, cuentos y
leyendas que pueblan las dos vertientes del Pirineo, tantas, que sería
imposible mencionarlas todas en esta comunicación. Cada valle de Pirineos es un
mundo en sí mismo, y aunque cada uno conserva su propia identidad, preservada y
mágica, todo un territorio mitológico común une a estas montañas, desde el País
Vasco hasta el Rosellón. Han sido muchos los escritores que, con gran
paciencia, pasión y dedicación han publicado cientos de obras recopilando esta
tradición oral a ambos lados de la frontera: vascos como José Dueso o
Jean-François Cerquand, aragoneses como Juan Dominguez Lasierra, catalanes como
Jacint Verdarguer, occitanos como Antonin Perbosc o Michel Cosem, gascones como
Jean François Bladé, entre muchos otros. El objetivo de esta comunicación es
centrarnos en uno de estos seres míticos y excepcionales de esta cordillera:
las brujas, y en un caso en particular, el de las brujas de Zugarramurdi para
intentar ofrecer una imagen lo más realista posible de este hecho y
desmitificar a estos personajes.
Aquellas leyendas que nos hablan de los seres
del inframundo, las brujas y los demonios son las que denominamos escatológicas
y suelen ser las más habituales en esta cordillera. Tanto el Pirineo Francés
como español está repleto de historias relacionadas con estas “malvadas”
mujeres. El antropólogo español José Dueso ha realizado un trabajo de
recopilación de relatos encomiable y obviamente también de escritura. En su
obra Leyendas de brujas en el Pirineo fantástico ha sabido
transmitir como nadie los ambientes, las atmósferas y el miedo a lo
sobrenatural sin perder el punto esencial de la leyenda. Ninguno de sus relatos
se repite y ha sabido darnos no solo un conjunto de leyendas orales sin igual,
sino además un viaje maravilloso por ese lugar de magia que son los Pirineos.
Dicen que las brujas del Pirineo
son las más grandes brujas de todos los tiempos, las verdaderas brujas, y que
todas las demás son solo pobres imitaciones de ellas. Dicen, también, que las
pirenaicas fueron las primeras brujas de Occidente, las que se entregaron al
diablo en figura de macho cabrío cuando nadie todavía lo había hecho y las que
inventaron el aquelarre, las que antes se convirtieron en gatos negros, las que
descubrieron el vuelo en escobas y, por supuesto, las pioneras en dar con sus
pobres huesos en las hogueras encendidas por las inquisiciones de turno.
Además, dicen que del Pirineo se extendieron como una mancha de aceite por
Europa, hacia el norte, y por la península ibérica, hacia el sur. Pero, sabido
es, del mismo modo, que se dicen tantas y tantas cosas… (Leyendas de brujas en
el Pirineo fantástico, José Dueso).
La prueba fehaciente de que estas
creencias estaban bien arraigadas en esta zona es la cantidad de
“espantabrujas” que se pueden ver todavía en las casas. Son unos elementos
pétreos, a menudo figurados, a los que tradicionalmente se han atribuido
funciones protectoras. Estos elementos se colocaban sobre las chimeneas para
impedir que las brujas que sobrevolaban los tejados de las casas pudieran
acceder al interior de las mismas a través del único espacio que los habitantes
del Pirineo no podían cerrar.
Y para proteger las puertas, y evitar la
entrada de las brujas a las casas, la gente colocaba una flor de cardo muy
común en el Pirineo: el cardo solar o carlina. Por su esplendor, muy similar al
del sol, cegaba a estos seres, y además, al tener cientos de pinchitos, impedía
que las brujas se atreviesen si quiera a pasar a su lado, ya que si lo hacían,
se quedaban enganchadas, teniendo que quitar estos pinchitos de su ropa hasta
que les sorprendía el sol. Entonces, debían salir corriendo, huyendo a su
guarida ya que su poder mermaba.
Las brujas (o brujos) eran personas a las
que se les atribuía la capacidad de provocar maleficios a la comunidad, de
utilizar su magia para crear dañinas tormentas, de raptar o matar a los niños
y, por supuesto, de volar a lejanos lugares donde celebraban encuentros con el
diablo. Se
creía que las brujas podían transformarse en animales, causar la muerte de
cabezas de ganado, impedir la consumación del matrimonio o causar infertilidad
y, especialmente, dominaban el «mal de ojo», que causaba diversas desgracias en
todo aquel que lo padecía.
Las brujas del Pirineo se reunían siempre
en las cimas de las montañas en torno a enclaves cargados de connotaciones
mágicas precristianas, posibles lugares de culto de origen pagano. Quedan
muchos términos cuya etimología responde a la creencia en esas intervenciones: El
pico Turbón, donde se decía que las brujas ponían a secar sus sábanas al sol,
el Cotiella, en el valle de Chistau, o la Peña de San Juan y San Pablo, en
Tella, conocida como «el Puntón de las Brujas», son algunos de los principales
enclaves vinculados a brujas o brujos en la zona aragonesa. Sin
embargo, a pesar de que la tradición consideraba estos lugares como puntos de
reunión de brujas, lo cierto es que desde las primeras actas conservadas en el
siglo XV, los parajes que se citan con mayor frecuencia como santuarios de la
brujería se sitúan al otro lado de los Pirineos: las eras de Tolosa, cercanas a
la ciudad de Toulouse, el Bouc de Biterna, en las inmediaciones de Lannemezan y
las Landes du Bouc; posiblemente, todos ellos eran santuarios de gran prestigio
para las tradiciones religiosas de origen animista, muy anteriores al
cristianismo, y que servían de poderoso imán para las prácticas mágicas al otro
lado de la cordillera.
En la zona del Pirineo más occidental nos
encontramos con lo que Julio Caro Baroja denominó la “brujería vasca”[1], cuyo caso más famoso fue
el de las brujas de Zugarramurdi de principios del siglo XVII (en 1610
exactamente). Zugarramurdi y Urdax son dos municipios de la Comunidad Foral de Navarra que distan entre sí unos
tres kilómetros. Ambos pertenecen a la comarca del Baztan. Seis personas fueron
quemadas en Logroño porque negaron ser brujas. Cinco eran de Zugarramurdi y una
de Urdax. Más de cuatrocientos años después, sabemos que, efectivamente, no
eran brujas. Como tampoco lo eran las otras cinco personas fallecidas en
prisión, pero igualmente condenadas a la hoguera. Lo más triste de toda esta
historia como nos lo recuerda José Dueso es que el tribunal que condenó a estas
personas también sabía que eran inocentes. ¿Quiénes fueron realmente estos
seres supuestamente “tan maléficos”? Solo mujeres que no contaban con mucha
influencia social, siendo personas de clase baja sin mucha formación.
María de Ximildegui fue la persona que
desencadenó toda la locura brujeril en Zugarramurdi. Nacida en 1588, hija de
padres franceses, se crio en esta localidad. En el año 1604,
con dieciséis años, se fue con su padre a Ciboure en Francia. Allí, trabajó de criada
o sirvienta y declaró a sus vecinos que había sido bruja, aunque ya se había
arrepentido y había vuelto a la fe cristiana. Ximildegui aseguró
haber acudido a los encuentros de brujería que se celebraban en las cuevas
navarras y denunció a otros brujos al Abad de Urdax. De las personas que
Ximildegui acusó de brujería, se encuentran María de Yurreteguia, y su marido
Esteve de Navarcorena, así como otras diez otras personas, en total, cuatro
mujeres, seis hombres y dos niños que también hicieron pública confesión en la
iglesia y se reconocieron como brujas y brujos: Miguel de Goyburu,
“rey de los brujos”, su esposa Graciana de Barrenechea, “bruja y reina del
aquelarre” y sus hijas, Martín Vizcar, Juan de Echalar, brujo y
ejecutor de las penas impuestas por el demonio, María de Echaleco, bruja, María
Chipia, vieja tullida y maestra de novicios y de María Zozoya, que morirá en la
hoguera.
Se decía que encendían hogueras y realizaban
akelarres para venerar al diablo, que tomaba forma de macho cabrío. La
palabra akelarre, que es de origen vasco, vendría a equivaler a “prado
del cabrón” o “prado del macho cabrío”, sustentándose en la creencia general de
que tales reuniones estaban presididas por el diablo en forma de ese animal.
Aunque existe también otra versión, la de que fuese una invención de la propia
inquisición para adaptar una etimología diferente (la de alkelarre:
prado donde crece una hierba silvestre llamada alka) a sus intereses que no
eran otros que los de inculcar la idea de una existencia de Sabbat presidido
por el demonio en forma de cabrón, como bien nos explica Dueso.
Al akelarre las brujas y brujos
solían asistir a pie, a través de los senderos o campos, pero también podían en
ocasiones hacerlo por los aires por encima de los pueblos y las montañas.
Algunos a lomos de animales, otras se convertían ellas mismas en animales
gracias a un poderoso ungüento. Dicho ungüento, que la Inquisición nunca llegó
a encontrar, estaba supuestamente confeccionado a base de sustancias extraídas
de sapos, hongos y setas altamente venenosas y alucinógenas. Tampoco se
mencionan en las declaraciones conservadas del proceso que las brujas de
Zugarramurdi volasen en escobas, pese a ello, se las sigue imaginando subidas
en este sorprendente objeto volador.
El akelarre era una escenografía
perfectamente orquestada que venía a representar en esencia la antítesis de la
liturgia cristiana. En ella se presentaban a los neófitos, se hacían
confesiones públicas para pasar seguidamente al plato fuerte que eran las
orgías amenizadas con bailes, alcohol y alucinógenos distorsionadores del
comportamiento humano, además de las pócimas y brebajes aderezados con todo
tipo de inmundicias. El akelarre concluía con el canto del gallo y las brujas y
brujos regresaban a sus casas utilizando los mismos medios por los que habían
venido.
Tras el akelarre las brujas
regresaban a los pueblos para hacer todo tipo de maldades.
Por el tubo de la chimenea bajamos
nosotras, cuando por las noches todos duermen en las casas; nos acercamos a la
cama de la virgen y entibiamos sus sueños con imágenes obscenas que la angustian,
engañamos al marido con los celos, después de tentar a la esposa con el
adulterio, y antes de marcharnos matamos a los animales en los establos (Dueso,
2015: 145)
Pero ¿hubo realmente brujas en Zugarramurdi?
Mucho se ha estudiado sobre el tema de las
brujas y de los aquelarres durante todo este tiempo, con mejor o peor suerte. Pero
no nos engañemos, las brujas nacen en la mentalidad popular
exactamente en el mismo momento en el que se empieza a hablar de ellas. No han
existido las brujas, ni ha habido cópulas demoniacas, ni ninguna parturienta ha
dado a luz un sapo después de haber quedado preñada por un macho cabrío, ni
nadie ha volado sobre una escoba, como tampoco nadie ha tenido poderes para
provocar tormentas, ni desgracias, ni ningún otro maleficio sobre personas,
casas o cosechas. Sí que ha habido mujeres -y también hombres- que han creído
ser brujas, sí que ha habido personas que han creído tener poderes
sobrenaturales, y sí que ha habido personas que han creído que otras personas
de su entorno eran brujas, que han creído que se transformaban en sapos, que
han creído que sus reuniones las presidía el demonio con forma de macho cabrío.
Pero, tal y como ya han afirmado muchos estudiosos contemporáneos, seguramente
no hubo en todo el País Vasco ni un solo akelarre. Tales reuniones solo
fueron fantasías de inquisidores y jueces que hicieron declarar a sus víctimas,
bajo la tortura y la represión, lo que quisieron. Lo que probablemente sí
existiera en aquella época eran cultos y ritos precristianos, todavía muy
arraigados en la cultura rural vasca que podrían haber llevado a confusión a
estas mentes desquiciadas, malévolas y represoras -o reprimidas. Los juicios
por brujerías serían así una manera expeditiva y aleccionadora de imponer el
catolicismo, y de paso, de dar un escarmiento ejemplarizante. No hay que
olvidar además, que la sociedad vasca del siglo XVII era todavía en esos
tiempos muy matriarcal, la mujer ocupaba un lugar importantísimo a nivel social
y religioso. Por lo que estos juicios contra las mujeres sirvieron también para
afianzar el patriarcado dominante.
Sí que hubo mujeres herbolarias, magas y
sabias. Mujeres que se dedicaban a la recolección de hierbas y frutos
silvestres, conocedoras de la botánica del lugar que, aprovechando la sabiduría
popular transmitida a través de generaciones, se dedicaron a recorrer a pie los
pueblos del Pirineo vendiendo plantas medicinales, trementina, setas secas,
aceites elaborados a partir de plantas y otros productos naturales con
propiedades curativas que elaboraban a partir de lo que les ofrecía su entorno
natural. El caso de las trementinaires, en Pirineos, es uno de los más
conocidos y estudiados. Su conocimiento especializado incluía la identificación
de multitud de especies, dónde encontrarlas, cómo conservarlas, cuando
recolectarlas y cómo aplicarlas. Con la llegada del cristianismo la figura de
estas herbolarias quedó tan desvirtualizada que fueron rechazadas socialmente y
acusadas incluso de brujería. La primera acción legal emprendida contra una
supuesta bruja en Navarra acaeció en Tudela en 1279. Se le acusó de “dar
yerbas” y fue condenada a pagar una fuerte multa. Estas mujeres no solo eran muy
capaces de curar, sino que también sabían, por el contrario, provocar ciertas
enfermedades e incluso, a través de ellas, la muerte. Esto, para una población
rural, inculta y encerrada en su mundo de tradiciones sería motivo para señalar
y mirar a la herbolaria como a una persona cargada de poderes ocultos, admirada
pero también temida. Su sabiduría acerca de su entorno natural no solo era una
cuestión de conocimiento, sino una forma de supervivencia; unos conocimientos
que resultan de tremenda actualidad, dada la situación medioambiental que hemos
provocado, en parte, por la separación progresiva entre el ser humano y la
naturaleza. La mentalidad católica veía en aquellas mujeres a unas peligrosas
paganas capaces de influir en la comunidad, por lo que las persiguió, las
proscribió y las eliminó. Podemos afirmar que hubo mucho de persecución de
género en el entramado de ese genocidio.
Aunque la brujería se consideraba una obra
del demonio, la Inquisición española desconfió de estas acusaciones y emitió
pocas condenas a muerte contra supuestos seguidores del diablo. Muchos conoceréis
esta historia gracias a películas como la Álex de la Iglesia Las brujas de
Zugarramurdi (2013) o la de Pablo Agüero Akelarre (2020), pero sin
lugar a duda la realidad va mucho más allá de esas atractivas imágenes del
celuloide. Lo ocurrido en Zugarramurdi es parte indispensable de
la historia de España, de ese baúl oscuro donde se esconden las negras
historias de un país y que, seguramente, aún podemos recordar gracias a Goya y
su estremecedor cuadro de El aquelarre (1797-1798), a
través del cual se realiza una crítica tanto a la Iglesia como a la
ignorancia y la superstición. Lo que la inquisición consiguió que
confesaran esos hombres y mujeres, a base de miedo y torturas, fue terrible: «y
a los niños que son pequeños los chupan por el sieso y por su natura; apretando
recio con las manos, y chupando fuertemente les sacan y chupan la sangre»
(Mongastón 1610). Goya lo supo plasmar con total maestría en su pintura que
consigue provocar en el espectador un desasosiego cercano a la pesadilla.
Tan
bestial fue lo sucedido, que la misma Inquisición, consagrada en las barbaries
más atroces, decidió retroceder y tratar de lanzar un velo negro sobre una de
las últimas y peores persecuciones de personas en España, bajo el argumento de
la brujería.
Conclusión
Como bien explica José Dueso al final de
su obra “Leyenda de las Brujas de Zugarramurdi” la existencia de las brujas
nunca se ha probado. Lo que sí ha existido era lo que un vecino le comentó en
los años 1980 en una de sus visitas: “Aquí nunca ha habido ninguna bruja, pero
sí mucha envidia y, sobre todo, mucha imaginación y muy mala leche”. Aquí
parece estar buena parte de la historia de la caza de brujas de este lugar: “en
los rencores vecinales frutos de la envidia, y en la imaginación exaltada y
calenturienta de unos pocos religiosos integristas al servicio del poder de
turno” (Dueso, 2019:180). Y es que quienes ostentaban el poder en la antigüedad
conseguían desviar la atención hacia un enemigo común e inventado y lo
personificaban en el eslabón más indefenso de su sociedad: las mujeres. Sin
apenas derechos, especialmente las niñas y las ancianas eran las víctimas
perfectas para ser acusadas de las más perturbadoras acciones: lo que pudieran
decir en su defensa no tenía valor.
Uno de los tres inquisidores participantes
en el juicio, Alonso de Salazar y Frías, escribió un informe declarando que «ni
creía en cuanto habían declarado los acusados, ni le parecía que la línea de
investigación seguida durante el proceso fuese la adecuada, ni daba valor
alguno a unas pruebas que consideraba inconsistentes» (p. 105). En la discusión
de la sentencia y sobre todo en la posterior revisión del caso ordenada por el
Consejo de la Suprema Inquisición destacó por su oposición a dar credibilidad a
las teorías sobre brujería. Su exhaustivo memorial enviado a la Suprema
constituyó la base para que la jurisprudencia inquisitorial española fuera
escéptica sobre la realidad de la brujería y que fuera muy reticente a aceptar
las denuncias por ese tema.
Pero aunque cuatrocientos años después las
brujas parezcan cosa del pasado, o un motivo folclórico, ornamental, festivo,
turístico, como hemos visto, y lúdico, no estaría demás que reflexionásemos un
simple instante para no olvidarnos de que ahora mismo, como hace cuatrocientos
años, las mujeres seguimos expuestas TODOS LOS DÍAS a inquisiciones variopintas
y acechantes, con hogueras cuyo humo puede ensombrecer nuestro firmamento. Las
brujas de hoy son mujeres independientes, porque no están dispuestas a supeditarse
al patriarcado, porque con su actitud y su forma de ver el mundo desestabilizan
las estructuras hegemónicas, porque asumen y promueven el derecho de elegir
sobre sexualidad y su cuerpo, porque se interpretan y se definen a sí mismas.
Este tipo de brujas ya se ha resignificado y se transfigura y autodefine cada
día. Y esta bruja busca generar un cambio en la concepción del mundo. Por eso
os invito a sumaros y sentiros cada día,
muy, pero que muy brujas.
Obras
citadas
Dueso,
José. (2010). Historia y leyenda de las brujas de Zugarramurdi. 4ª
edición. Nostia: Txertoa. 2010.
Garrido
Moreno, E. (2022). “Trementinaires: Gender, Collecting, and Subsistence in the
Pyrenees. Journal for the History of Knowledge.
Caro
Baroja, Julio (2003). Las brujas y su mundo. Madrid: Alianza Editorial.
Henningsen,
G. (2010). El abogado de las brujas. Brujería vasca e Inquisición española.
Madrid: Alianza Editorial.
[1] Caro Baroja, Julio (1985). Brujería
vasca (4ª edición). San Sebastián: Txertoa.
Comunicación presentada en la Jornada de Estudio sobre "Los Mitos y Leyendas de las brujas: el poder inconquistable de las mujeres". Universidad de Alcalá. 10 de marzo de 2023.
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