“Mari es la diosa total (Pantea): en su figura convergen, como dice Barandiaran, funciones que en otras mitologías aparecen dispersas o repartidas en diferentes genios y númenes. Esta diosa es omniparente, en el doble sentido de que lo pare o engendra todo, y de que todo lo enlaza e implica. La Biblia vasca debería comenzar con este prólogo: En el principio era la Tierra y la Tierra era Mari y Mari era todas las cosas”. Andrés Ortiz-Osés, "La Diosa Madre” (Interpretación desde la mitología vasca, pp. 81-82)
En una de las muchas
cuevas que existen entre las peñas más inaccesibles y también más visibles de
Vasconia se dice que habitaba el personaje mitológico más popular y poderoso de
todos. Se trata de Mari, la primera y única dama de la mitología vasca. Una mujer
bellísima, de larga cabellera pelirroja y ataviada con lujosos vestidos. Su
poder, su belleza y elegancia hacía que los vascos la trataran siempre con
respeto y se dirigiesen a ella como “la Señora” o “la Dama”, aunque en
ocasiones también se la conoció como “la bruja”.
Mari estaba dotada de
poderes que la permitían crear y destruir, dominar las fuerzas de la Naturaleza
y controlar a los animales a su antojo. En muchos montes de Euskadi se ha situado su morada.
Viajaba de cueva en cueva atravesando los cielos en forma de bola de fuego o en
un carro en llamas. Su hogar, el que mejor le ha caracterizado en la historia
se encuentra en la imponente cara este del Monte Amboto, en Vizcaya. En los
últimos años, algunos investigadores han propuesto que Mari pudo ser la gran
madre Diosa de la Tierra, la divinidad Superior de la Vasconia precristiana.
Pero ¿quién es Mari realmente?
Mari es la diosa de
todos los agricultores. No es una singularidad de los vascos, no ha existido
sólo en el País Vasco. Tampoco la inventaron ellos, sin embargo, son los que
mejor la han conservado en el tiempo y con el sentimiento de que es algo muy
suyo y querido. Este antiguo y misterioso ser ha permanecido vivo en la memoria
colectiva del pueblo vasco hasta nuestros días. Gracias al material recopilado
sobre la mitología vasca se sabe cuáles son las características principales de
Mari. Mari está presente en todas las montañas del País Vasco, forma parte de
todos los vientos, las nubes, es la soberana de todas las criaturas que habitan
aquí, incluyendo a los débiles humanos. Entre sus competencias divinas entra el
control de las lluvias y las tempestades, la creación de vientos y el envío de
sequías, aunque también sabe ser generosa con aquellos que la traten con
respeto. Si un agricultor desea tener buenas cosechas, basta con que le haga un
regalo a Mari cada año, basta con un regalo, y la diosa se encargará de que las
lluvias caigan en su justa medida y que todo se desarrolle según lo deseado.
Mari está presente en
el País Vasco desde tiempos inmemoriales.
Es el genio más importante de la mitología vasca, está
por encima de todos los demás siendo la líder de los demás personajes
mitológicos. Esta personificación femenina de la tierra, se asemeja a los mitos
ectónicos (de la tierra) que adoraban los antiguos pueblos matriarcales, antes
de llegar los dioses celestes. Es la reina de la Naturaleza y de todos sus
componentes. Está claro que este personaje es anterior a la llegada del
cristianismo, y que para los antiguos vascones debió tener el estatus de diosa.
Observando las cualidades y características de Mari, se le puede encontrar
cierta semejanza con algunas diosas de la antigua Europa.
A pesar de su remota
antigüedad, puede tener la friolera de 30.000 años o incluso más, nos muestra
una cosmovisión que está de moda en la actualidad: es un símbolo de una mujer
libre y empoderada. Mari ha sobrevivido a grandes ataques, a las invasiones
indoeuropeas, al cristianismo, a la revolución industrial y a la globalización.
La Dama vasca por excelencia, personificación de la naturaleza, que tiene el
poder sobre las tormentas y la meteorología continua así libre y soberana.
Fue el antropólogo,
etnólogo y arqueólogo vasco José Miguel Barandiarán el primero que comparó a
Mari con la madre tierra y el primero que habló del posible origen paleolítico
de La dama de Amboto. Se la menciona de muy distintas maneras pero es Mari la
que predomina, aunque muchas veces va junto al nombre del lugar donde aparece
(Mari de Txindoki, de Amboto, de Muru ...). Según Barandiarán, su nombre no
proviene de la abreviatura de Maria y sí se le puede relacionar con otros
antiguos genios vascos como Mairi, Maide o Maindi. Otros estudiosos que han
investigado su figura,
entre los que se encuentra el antropólogo Jose Inazio
Hartsuaga, cree que existen no una, sino tres Maris, desde el punto de vista de
la función que desempeña:
Existe una Mari que
vive con el sí y con el no; algo que se menciona frecuentemente. Esa Mari sería
la más moderna y la más alejada de la original. Después está la que aparece en
los mitos, una mujer elegante, distinguida, rica, ataviada con vestidos de hilo
de oro. Y por último, la Mari más naturalista, la que va volando bajo la forma
de una hoz de fuego de Txindoki a Muru, de una cima a otra, según el lugar de
Euskal Herria. Así va provocando cambios meteorológicos con sus idas y venidas.
Esa Mari es, sin lugar a duda, las más antigua y genuina.
En las últimas
décadas, algunas teorías posteriores a las de Barandiarán están asociando el
personaje de Mari con una gran diosa AMALUR, la madre Tierra, el símbolo del
matriarcalismo vasco. Para ello, tenemos que mirar más allá de los Pirineos. En
“El lenguaje de la diosa”, la arqueóloga lituana Marija Gimbutas señala las
formas que adoptaron las diosas de la prehistoria, intuyendo su presencia hacia
el 35.000 a.C. Muestra cómo se evoca a estas damas en todo el Paleolítico
Superior, donde se las asocia con divinidades masculinas. Afirma que hubo una
religión antigua cuyos valores se mezclaron después con los de una civilización
guerrera, masculina, bigotuda y conquistadora, con formas de ser patriarcales y
patrilineales. Fue este modo conquistador el que se extendió desde el
centro de Europa, hacia el quinto milenio antes de Cristo y acompañó la formación de la Europa actual. Fecundas diosas, madres de
grandes pechos, vientres y nalgas prominentes, estas damas estaban implicadas
en mitos sobre la muerte, la regeneración y la época de los Ciclos. Gimbutas
encuentra a la Dama en tradiciones en las que se la desfigura, se la arroja al
reino de los miedos supersticiosos, a los mitos, se la convierte en bruja. Dice
que es en el País Vasco donde sigue estando ahí y más viva. Ve a algunas de
estas damas dedicadas a tejer, hilar, trenzar, tener atributos de serpientes,
buitres... como en el País Vasco donde todo esto está ligado a Mari
la subterránea. Esta última estaría detrás de algunas santas extrañas, ¡o
incluso más!
Gimbutas subraya que
es inmanente y no trascendente, por lo que se manifiesta físicamente. Esta
diosa, dice, no está relacionada con el panteón indoeuropeo: "es la Señora
de las montañas, las piedras, las aguas, los bosques y los animales, una
encarnación de los misteriosos poderes de la naturaleza". Barandiarán (en
1928) subrayaba ya que Mari era el genio de las montañas.
Estas ideas se
pusieron muy de moda entre los años 60 y 70 del siglo XX. Sus libros fueron muy
polémicos porque defendían que en la antigua civilización de la antigua Europa,
se rendía culto a esa diosa madre de la Tierra. Fue la artífice de esta gran
teoría en la que sentó las bases sobre la interpretación de la cosmovisión y la
espiritualidad de las culturas del neolítico preindoeuropeo, a través de la
“decodificación” del complejo simbolismo que contiene su arte sagrado. Dicho
arte fue definido por la arqueóloga como “El lenguaje de la Diosa”, título del
libro a través del cual expuso al gran público las conclusiones de sus
investigaciones.
La Diosa de la Fertilidad o Diosa Madre es una imagen mucho más compleja de
lo que la gente piensa. No solo era la Diosa Madre que controlaba la
fertilidad, o la Dama de las Bestias que gobierna la fecundidad de los animales
y de toda la naturaleza salvaje, sino una imagen compuesta con rasgos
acumulados de las eras pre-agrícola y agrícola. Durante esta última se
convirtió esencialmente en la Diosa de la Regeneración, esto es, una Diosa
Luna, producto de una comunidad sedentaria y matrilineal que abarcaba la unidad
arquetípica y la multiplicidad de la naturaleza humana. Ella era la fuente de
vida y de todo lo que producía fertilidad y, al mismo tiempo, era la poseedora
de todos los poderes destructivos de la naturaleza. La naturaleza femenina,
como la Luna, tiene su cara positiva y su cara negativa. Marija Gimbutas,
“Diosas y dioses de la Vieja Europa.”
Sin embargo, sus
propios colegas, expertos de la Universidad de Harvard criticaron duramente su
obra. A pesar de ello, algunas de las últimas publicaciones divulgativas sobre
mitología vasca siguen predicando las viejas teorías de Gimbutas. Josu Naberán
defiende la hipótesis de la arqueóloga lituana, donde Mari es heredera directa
del culto a la diosa que se realizaba en el paleolítico-neolítico y cuyo testimonio
son las más de 30.000 venus paleolíticas y neolíticas que se han encontrado en
la franja que va desde el Cantábrico hasta Siberia. ¿Es Mari entonces AMALUR,
la auténtica diosa madre de los vascos? ¿Existió realmente su religión?
"Mari,
¿cuál es la realidad significada por tal nombre? La naturaleza como un Todo.
Pues Mari o la Señora (Anderea) no se circunscribe en su actuar y en su estar
sólo a la tierra, sino que abarca los tres reinos (mineral, vegetal y animal) y
los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego [...] es el origen tanto del
bien como del mal, a semejanza de la divinidad preindoeuropea arcaica. Para
empezar, como dueña absoluta de la vida, tanto puede dar la vida como quitarla.
[…] Puede hacer beneficios como provocar daños, proteger los rebaños como
desatar la tormenta. […] En una palabra, es la Diosa o la madre asilvestrada,
imagen de la naturaleza salvaje.” Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”
Mari como la Madre
Tierra. En efecto, Mari integra en su personalidad mítica tanto el carácter
elemental o corpuscular de la mater-materia (sus huellas son sagradas)
como su carácter relacional u ondular (dinamismo energético). Esta integración
implica, como hemos visto, los tres reinos de la naturaleza y los cuatro
elementos fundamentales.
-Los tres reinos:
Mari integra en su persona simbólica lo mineral (como estalagmita, piedra,
hueco natural), lo vegetal (como hierba, árbol, flor), lo animal (como vaca,
sierpe, macho cabrío, caballo, toro, buitre, y finalmente como hombre/hembra)
-Los cuatro
elementos: Mari integra en sí la tierra (cohabita su interior y dirige sus
fenómenos), el agua (sus cuevas son húmedas y manipula corrientes y lluvias),
el aire (produce los vientos y vuela por la atmósfera) y el fuego (de su seno
procede el sol y vuela como hoz ígnea).
Situada en medio de
todo, Mari resulta la mediación de todo.
Otra hipótesis
interesante que se ha abierto recientemente es la que relaciona los atributos y
características de Mari con el culto de la diosa griega Cibeles, la diosa de
largo cabello. Al igual que la Dama de Amboto, Cibeles era la diosa de las
montañas y de las cuevas, de la tierra fértil y de los animales (especialmente leones y abejas). Los romanos la llamaban
Magna Mater, Mater Dea o simplemente Mater.
A día de hoy tenemos
la certeza de que esta Mater o Matris romana era una de las divinidades que se
adoraba en Vasconia, precisamente en la comarca de Iruña (Álava). Hecho confirmado
por el reciente hallazgo de un altar de hace 1800 años encontrado en la ciudad
romana de Veleia, en Álava. En él podemos leer perfectamente una inscripción
que se refiere a la Matri Deae
(la de los buenos frutos), lo que según el equipo de
expertos, podría suponer que se levantó en honor a la "madre tierra".
Puede que algún recuerdo de este culto romano perviviera en la Edad Media
Vasca, después de la cristianización. Si en lugares tan próximos se adoraban a
dos diosas con unos nombres tan parecidos, es dificil creer, que solamente sea
una coincidencia.
De cuanto llevamos
dicho acerca de esta diosa se desprende que este numen constituye un núcleo
temático o punto de convergencia de numerosos temas míticos de diversas
procedencias: unos indoeuropeos, otros del fondo preindoeuropeo. Pero
atendiendo a algunos de sus atributos (dominio de las fuerzas terrestres y de
los genios subterráneos, su identificación con diversos fenómenos telúricos,
etc.) nos sentimos inclinados a considerarlo como un símbolo, o quizás más bien
una personificación, de la Tierra.
Bibliografía
De Barandiarán, J.
Miguel. Mari, o el genio de las montañas. Un personaje de la mitología vasca.
Separata del Homenaje a D. Carmelo de Echegaray. San Sebastián, 1928.
Duvert,
Michel. La Mythologie Basque. Elkar découverte, 2019.
Gimbutas, Marija. El lenguaje de la diosa. Madrid: Ed. Gea, 1997.
Gimbutas, Marija.
Diosas y dioses de la Vieja Europa. Siruela, 2022
Naberan, Josu. La
vuelta de Sugaar. Basandere, 2001.
Ortiz-Osés, Andrés. La
Diosa Madre. Ed. Trotta, 2013.
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