L’artiste doit être l’humble traducteur de la Nature pour ceux qui ne la
peuvent comprendre (Ramuz Journal, 76).
Para comprender la Naturaleza debemos primero
observarla. Observarla con paciencia, con detenimiento, dejándose llevar por
ella, adaptándose a su ritmo, a sus movimientos e incluso a sus caprichos para
después interiorizarla. Sólo de esta manera nos sentimos parte de ella, solo
así podemos respetarla y cuidarla. Porque cuando respetamos y cuidamos la
Naturaleza, nos estamos respetando y cuidando a nosotros mismos. El hombre
comienza a darse cuenta de que forma parte de un sistema en el cual la
Naturaleza marca el curso. Si nos alejamos de este sistema, de este engranaje,
romperemos el equilibrio y nos veremos condenados a un futuro muy incierto.
Corinna Bille (1912-1979) forma parte de
estos escritores comprometidos con el medio natural. Hija de un artista pintor
y vidriero, Edmond Bille, y de una campesina Catherine Tapparel de Corin (región
del Valais), aprendió desde muy joven a convivir en plena armonía con su
entorno y a formar parte de este. Fue siempre una niña despierta y muy curiosa,
que tenía por costumbre bañarse en los estanques de Finges, explorar el
interior de los bosques o recorrer incansablemente la enorme huerta y los
viñedos que rodeaban el hogar familiar, un castillo barroco construido por su
padre en Sierre, llamado Le Paradou. Sensible y muy imaginativa, Corinna
supo desde muy temprana edad que su mundo sería la literatura. De las
experiencias y emociones recogidas a lo largo de su extraordinaria infancia
surgirán años más tarde muchos de los relatos cortos y cuentos de la que
llegará un día a convertirse en la escritora más reconocida de la suiza
francófona.
Junto con los sueños, la naturaleza es una de
sus fuentes de inspiración: “quand je commençais à écrire, à l’âge de quinze
ans, ce fut elle, la nature, mon premier personnage” (1992: 461). Desde muy
joven se siente atraída por las flores, los árboles, la hierba y las piedras
que aprende a conocer con gran precisión. Sola o acompañada por sus hermanos y
amigos, deambula por el bosque, su reino más apreciado, pasea por las orillas
de un Ródano todavía libre de presas y de embalses, escala acantilados, o se
lanza a la dura subida de alguna montaña, cuatro o cinco horas de excursión, por
ejemplo, de Sierre a Chandolin para asistir a las fiestas. Estas actividades se
alternan con la escritura, la lectura y las largas veladas en las que habla de
literatura a su hermano René-Pierre. Durante diez años – desde 1928, momento en
el que descubre su vocación de escritora – su obra, escrita en cuadernos bien
organizados, en libretas donde anota sus sueños, en manuscritos cuidadosamente
encuadernados, toma forma. Sin embargo es todavía una auténtica desconocida en
su propio país. Cuando se publica su primer libro, Printemps, en 1939,
Corinna tiene veintisiete años. Se trata de un pequeño libro de poemas de
veinticuatro páginas que Les Editions Des Nouveaux Cahiers
presentará en su colección “Les Feuilles Romands”. Corinna no cesará de
escribir poesía además de sus relatos, cuentos y novelas. Pero habrá que
esperar hasta 1961 para ver de nuevo, una nueva publicación de poemas, Le
Pays sécret.
Comienza a escribir su primera novela, Théoda,
en Chadolin, mientras se recupera de una pleuresía, agravada más tarde por un
principio de tuberculosis. Su deseo por sumergirse en el paisaje es tal que se
aficiona a bañarse en pleno invierno en las heladas aguas del río Ródano. Son tres
años de convalecencia y sufrimiento silencioso, pero de una intensa creación. Théoda
es la historia de un crimen pasional ocurrido en el Valais unas generaciones
atrás. La obra verá la luz en 1943 y será bien acogida por la crítica literaria
suiza de expresión francesa. Sin embargo, tras este pequeño éxito los años
pasan y nadie más parece interesarse por sus escritos. Los inéditos de Corinna
se van acumulando y constituyen por sí solos una biblioteca. Habrá que esperar
hasta 1951 para ver una nueva publicación suya. Esta vez son cuatro novelas
cortas ilustradas por Edmond Bille y que aparecerán bajo el título de Le
Grand Tourment. Pero no es un verdadero libro ya que no llega a difundirse
en las librerías. Será una editorial de Lausanne, les Éditions Rencontre la que
por fin se decide a dar salida a una de sus novelas en 1952, Le Sabot de
Venus. Lausanne se convierte así en su capital literaria. Al año siguiente,
Albert Mermoud crea una colección de bolsillo, la Petite Ourse, en la que
Corinna estará presente con Douleurs Paysannes, un libro de novelas
cortas acogido con mucha admiración tanto por la crítica como por el público
que descubre en Corinna a la que llegará a ser una de las mejores escritoras
europeas de este género.
Como podemos observar sus inicios editoriales
resultan difíciles. Sus obras son publicadas de forma muy esporádica dentro de
un mercado editorial en el que los escritores suizos de expresión francesa parecían
tener escasas posibilidades. En 1955 publica L’Enfant Aveugle, otro
libro de cuentos y relatos cortos para las recientes y efímeras ediciones “Aux
Miroirs Partagés”. Le seguirá en 1958 À pied, du Rhône à la Maggia, el
relato de un viaje a los Alpes realizado junto a su marido y su hijo. Durante
esta etapa, Corinna se siente literariamente abandonada, relegada a una lista
menor de autores regionales. En 1961 aparecen los poemas Le Pays secret
en Sierre, anteriormente mencionados, y al año siguiente participará en las
memorias de su padre, Jeunesse d’un Peintre. Su obra no parece despegar:
las Ediciones Rencontre aceptan reagrupar en un libro titulado L’Inconnue du
Haut-Rhône (1963), seis piezas de teatro, género hasta la fecha ignorado en
la producción de esta autora, pero ningún grupo de teatro las representará.
Cuatro años tienen que transcurrir de nuevo
para que una nueva publicación de Corinna Bille salga a la luz. En 1967, Payot
acepta siete de sus novelas cortas. Nace así Entre Hiver et Printemps, pequeño
éxito para una autora que posee cantidad de obras inéditas para ofrecer. Entre
ellas, una de sus más bellas obras, La Fraise Noire, manuscrito
que dormita escondido durante mucho tiempo en alguna de sus estanterías.
Corinna tiene que tirar de ingenio para que La Guilde du Livre consienta su
publicación, decisión que no lamentarán. El libro obtiene un éxito de ventas
considerable durante el verano de 1968 y así, con cincuenta y seis años de
edad, después de un aislamiento que le ha parecido interminable y bajo la
amenaza de una reputación local que falseaba el sentido de su obra, se la
reconoce al fin como a uno de los escritores más importantes de la suiza
francófona. Comienza a partir de entonces una década llena de éxitos,
publicaciones, viajes y reconocimientos.
Gracias a su hijo mayor Blaise, descubre
África, en 1970. La fascinación por este continente de naturaleza salvaje e
indómita es inmediata. Durante sus estancias, Corinna observa el medio natural,
lee a los autores africanos, escucha fascinada las historias autóctonas que le
cuentan y, sobre todo, escribe, toma nota de todo con el objetivo de publicar
un libro sobre cuentos africanos. Se siente en perfecta comunión con la selva
virgen, que poco a poco se incorpora a sus sueños, con las inmensas praderas, con la pureza del aire y la
amabilidad característica de las gentes del lugar. Esta sucesión de viajes
lejanos coincidirá además con un periodo de máxima fecundidad literaria. En
1971, la Guilde du Livre publicará otra de sus obras, Juliette éternelle.
En 1973 aparece Cent petites Histoires cruelles. En 1974 le
otorgan el Premio Schiller por el conjunto de su obra y La Demoiselle
sauvage ganará el Prix Goncourt de la novela corta en 1975. Corinna recibe,
justo al final de su vida, el reconocimiento tan ansiado fuera de las fronteras
helvéticas.
El último país que descubrirá en viaje
oficial será Rusia, en 1975. Con la visita a este país se cumplirá otro de sus
sueños y Les invités de Moscou (1977) será el resultado de dicha
estancia. Los libros ahora se suceden: Salon Ovale (1976), La maison
musique (1977), Cent petites histoires d’amour (1978), La
montagne déserte (1978), Deux passions (1979). El manuscrito de su
última obra Bal doublé se publicará en 1980. Corinna Bille no llegará a
verlo. Muere el 24 de octubre de 1979, dejando tras de sí, un sinfín de
manuscritos que su marido Maurice Chappaz se encargará de ir publicando hasta
el final de sus días.
Pero
volvamos al epígrafe de esta comunicación: “L’artiste doit être l’humble traducteur de la
Nature pour ceux qui ne la peuvent comprendre” (2005: 76). Corinna conoció personalmente
a Ramuz. Colaboró como guionista en la película Ratp (Dimitri Kirsanoff,
1934), basada en la obra “La séparation des races” (1923), en la que Ramuz
participa como figurante. Fue siempre una gran lectora y admiradora de su obra.
Ambos compartirán ese amor profundo por la tierra del Valais. Los paisajes aún
vírgenes de este cantón, a principios del siglo XX, inspirarán a ambos autores
y serán el marco en el que se desarrollarán sus relatos y sus personajes. Dar a
conocer, a través de sus cuentos, relatos o novelas, la naturaleza de su pays,
describiéndola con gran precisión, no es solo una muestra del profundo respeto
que la autora siente por su tierra, sino también una forma de dar voz a los
seres que en ella habitan. Entre los seres animados que desfilan en sus relatos
se encuentran los árboles, los viñedos, las flores y los animales. Ya hemos
mencionado anteriormente la relación tan especial que existe entre Corinna y el
bosque. En su primera novela publicada, Theoda, aparecen ya algunas imágenes
del bosque. Imágenes casi siempre positivas, pero también algunos miedos y
preocupaciones respecto a las talas intensivas y sus regularizaciones: “[…] cette forêt saccagée par les bûcherons qui s’étaient mis à couper, à tort
et à travers, un si grand nombre d’arbres, que la commune avait dû inventer des
lois pour la sauvegarder” (1978: 121). El bosque del Valais está compuesto mayoritariamente
de pinos, de alerces y de coníferas de montaña, que pueden alcanzar los 20 o 30
metros de altura. Es un pequeño paraíso repleto de vida, espacio de inspiración
para la escritora. Un lugar acogedor, secreto, íntimo, pero también sagrado, que
a través de los sentidos le transporta hacia su interior, hacia lo más profundo
de su ser: “Je respirais avec joie une odeur
d’entrailles forestière. La forêt de pins est un sacrement, pensais-je, je communie
avec la forêt”
(1974: 145). En efecto, el carácter sagrado del bosque es un espacio común de
la mitología y la literatura. Sin embargo, la unión que experimenta la autora
con el bosque no es una unión divina. Como nos explica Marike de Courten “la sacralité […] reflétée par les textes de Corinna Bille n’a rien de
pieux; la forêt n’est pas l’habitacle privilégié du Dieu des chrétiens, ni le
révélateur par excellence d’un panthéisme romantique; la forêt se célèbre
elle-même… la communion se fait avec la forêt” (1989: 95).
El bosque en general y el árbol en particular penetran en ella a través del
tacto, de la vista, del oído, del olfato y hasta del gusto: “[…] nos baisers ce
jour-là, eurent un goût acide d’humus” (1968: 32). La piel, los ojos, los
oídos, las fosas nasales y la lengua, son todos ellos puertas por las que el
cuerpo se nutre de cuanto le rodea. En Théoda, la narradora Marceline,
establece contacto con un peral que ha sido alcanzado por un rayo. A través de
la herida dejada en su tronco cree “pénétrer dans la
poitrine de l’arbre et toucher son cœur” (1978: 110). Otras veces es el olor del
bosque el que penetra de forma tan intensa en sus personajes que parece
paralizarlos. Así, en “La jeune fille sur un cheval blanc”, el olor del bosque
“la prenait soudain
à la gorge, cernait son corps, et l’engourdissait” (1974: ). Corinna
posee un oído sensible al ritmo de la naturaleza y se muestra atenta a ese
lenguaje mudo de las plantas: “Les fleurs des arbres
fruitiers, on les entendait s’ouvrir avec ce bruit léger du grésil” (1980a:
68). También sus personajes poseen dicha capacidad: “Il n’entendait que le
bruit des herbes, la déchirure des feuilles” (1978b: 21). Como se puede
apreciar, Corinna se relaciona con cada uno de los aspectos del entorno
sensible del bosque. Siente una necesidad innata por aquello que es diferente. Es
su manera de construirse como persona, ya que como dice David Abram “sólo somos
humanos en la medida de nuestro contacto y convivencia con lo que no lo es”
(1999:9).
La visión
que Corinna Bille nos da del árbol es antropomórfica: no solo posee un corazón
que late, también ojos que ven “Les arbres que la
foudre épargne m’illuminent de leurs yeux verts” (1980a: 66) e incluso voz propia
“La voix des arbres est la seule qui parle…” (1961: 29). Y lo más
sorprendente, les dota también de un alma:
Leur faite est d’un vert
plus clair et plus doré,
Là se tient leur âme.
Comme dans la tête de l’homme
L’intelligence (1961 :
114)
De ahí que
sus personajes los consideren seres semejantes a ellos:
Emerentia ne donnait
aucun ordre aux arbres, mais il est vrai qu’elle les considérait comme des
personnes vivantes. Leurs rameaux, pour elles, étaient des bras ; leurs
trous creusés par les oiseaux, des yeux, des bouches ; et le vent dans
leurs ramures, des voix. Et quand elle passait près d’eux, s’enfilait entre
eux, elle était irrésistiblement saisie, retenue par ces êtres qu’elle devinait
inoffensifs et qui l’aimaient (1979: 32).
Emerentia,
la pequeña acusada de brujería, es perseguida porque ama y adora a los animales
salvajes y a los árboles. Sólo ella es capaz de hacer que la cosas parezcan
verdaderas, por eso cuando habla “la mère limon, les bêtes, les arbres, les
plantes ont une chair et une âme parentes à la sienne” (1979: 25). El limo,
símbolo de fertilidad; el bosque, espacio materno cargado de ternura; el Ródano,
personaje repleto de vida cuyos colores, matices y crecidas marcan cada una de
las estaciones en el Valais; estos elementos naturales impactan con gran fuerza
en el lector, que es capaz de apreciar cierta sensualidad primitiva, esa que
ignora el Bien y el Mal; porque Emerentia, que comunica con el oso y con la
víbora, “est faite de la même invariable texture que
la nature”
(1979: 28). El bosque, a su vez, se confunde también con la “demoiselle sauvage”: “Je deviens la forêt. Mes bras sont ses branches, ma peau son
écorce”; un bosque repleto de términos nuevos que el lector agradece descifrar –
“les arolles” (pino de media montaña), “les fétuques” (planta forrajera), “les ombelles”
(flores de montaña), “la parnassie” (flor blanca)- porque poco acostumbrado a
ellos se deja llevar, se pierde por esa arboleda de palabras. El bosque
representa el punto de partida y el punto de mira de la escritora, su paraíso
extraño. La “demoiselle sauvage” ofrece todo su cuerpo al bosque, con el mismo
ardor con el que Corinna se entrega a la escritura, sin miedos, sin tapujos,
sin ningún pudor. Necesita la Naturaleza y la escritura para vivir
cotidianamente, para encontrar ese espacio de armonía, de equilibrio, de
libertad y de identidad.
Corinna sabe
conciliar el amor de la tierra y la sensibilidad de las palabras. En una de sus
obras más exquisitas “Vignes pour un miroir” escribe este delicado poema:
Elle avait tellement aimé
La terre
Qu’elle ne put toute entière s’en aller
Ses cheveux s’éployèrent en vrilles
Et sous les pampres
Ses yeux encore nous regardent (1995 : 17)
El apego que
siente la protagonista de este poema por su tierra y por esos campos de viñedos
parece tan inmenso que su cuerpo se resiste a abandonarlo. Así, tras el último
suspiro, una parte de ella se reencarna en viña, pasando a formar parte del
mundo vegetal. Son lo que De Courten denomina “metamorfosis parciales” (1989:
115). El mundo del viñedo y su ritmo, marcado por las estaciones, en las
terrazas del Valais o de Lavaux, se encuentra diseminado en casi todas sus
obras. Es un mundo que conoce a la perfección, con el que ha convivido desde su
más tierna infancia. La residencia de la familia Bille, Le Paradou, se
encuentra rodeado de viñedos. Recordemos además que la escritora contrae
matrimonio en segundas nupcias con el poeta y escritor Maurice Chappaz en 1947,
como ella de origen valaisan, apasionado además por la viticultura. Los
Chappaz vivieron durante varios años en Fully, donde Maurice dirigió los
viñedos de su tío Maurice Troillet, por entonces, Consejero de Estado, creando
un pequeño comercio de vinos que, en la actualidad, todavía permanece activo.
Años más tarde, la familia Chappaz construirá una casa en Veyras, en cuyos
terrenos se dejan ver las hileras de vides que remontan en dirección de Muzot.
En este terreno que dominaba perfectamente el esposo, Corinna Bille realiza también
su contribución escrita – en una serie de artículos sobre “Les travaux de la
vigne” publicados en la revista L’Abeille; en textos, como por ejemplo,
“Vendanges” en Douleurs Paysannes (1953) o “Les raisins de verre” en Cent
petites histoires cruelles (1973). Siempre supo hablar del duro trabajo de
los viticultores curvados entre las cepas, como en Théoda:
Devant ces terres
toujours penchées, offertes au soleil, au gel au vent, et dont les ceps noirs
et tordus, des arbustes maudits, semblaient si pauvres, incapables de produire,
il me venait une grande pitié pour tous ces hommes qui s’acharnaient sur elles
(1944 : 27)
La joven
narradora Marceline, se da cuenta de que lo esencial está en la naturaleza que
le rodea: “Nous devinions alors que le monde était fait
de terre, de pierre, de feu, et non de mots et des chiffres ainsi que nous
l’enseignait… Et quand nous saisissions notre porte-plume de la main droite et appuyions
de la main gauche sur notre cahier pour bien l’aplatir, ce n’étaient plus des
objets usuels que nous touchions, mais des morceaux de printemps, le soleil
leur ayant donné vie et chaleur” (1944: 24). Tanto Emerentia como Théoda, nos
cuentan la historia de dos seres femeninos en contacto directo con una
naturaleza que les habla y les habita. Gracias a ella encuentran la ansiada
libertad que los humanos no quieren concederles. Théoda busca la felicidad en
los bosques, cómplices de sus encuentros amorosos con su amante Remy, mientras Emerentia
halla refugio en las orillas de un Ródano salvaje e impetuoso. La intriga de ambos
relatos se sitúa en un ambiente puramente de montaña, que no es otro que el de
su Valais natal, a pesar de que raras veces aparece mencionado. Sin embargo, el
río Ródano representará siempre el corazón de ese país secreto, de esa tierra
que les ayuda a encontrar su propia identidad.
J’ai une véritable
passion pour la forêt, je suis amoureuse de la forêt, comme du fleuve, un amour
violent, absurde – parce qu’enfin qu’est-ce que ça peut leur faire à la forêt,
au fleuve mon amour? Une branche de saule agitée par le courant, un pin
immobile sur le ciel, me mettent dans un état proche de l’extase, et je
comprends qu’autrefois les gens adoraient les arbres, mais ils adoraient tout,
le soleil, les pierres. Peut-être réagissaient-
ils simplement comme moi. Ils devaient éprouver ce bien-être infini, cette
amitié, tout ce que je ressens dans le bois ou au bord du Rhône (1968 : 115).
Conclusión
Una lectura superficial
de la obra de Corinna Bille podría resultar engañosa: no corramos el riesgo de clasificar
a esta escritora como una autora regionalista y englobar su obra bajo la
etiqueta de “literatura regional”. Su modernidad escapa al lector poco observador.
Corinna, ciertamente, describe en sus relatos el campo, los chalets de la alta
montaña, los pastos; sin embargo, lo lleva a cabo con tal minuciosidad que realza
el terroir al nivel de lo universal. Muestra del Valais su lado más oscuro
y primitivo, desvelando la aspereza y la violencia de las relaciones humanas. Es
un mundo extraño, sensible, sensual, pero también cruel, en el que transcurren
historias universales de hombres y de mujeres; donde la magia de la naturaleza
se encuentra omnipresente. Siente una gran fascinación por la pasión absoluta,
por el misterio de ciertos comportamientos humanos. Los personajes que habitan
sus relatos no son gentes ordinarias, son seres poco convencionales, casi
siempre marginales. A ella le gustaba recordar esa inclinación extraña que
tenía por sus personajes: “Mes personnages préférés
sont les ivrognes, les criminels et les fous”. Le complace sumergirse en las almas y en
los cuerpos de esos seres frágiles que no encuentran su lugar en una sociedad, a
veces, demasiado cartesiana. Personajes solitarios, sí, pero que no están
solos, ya que forman parte de los elementos, de la tierra, de las nubes y de
las aguas indómitas del Ródano
Es indudable
que ama a su país por encima de todo, pero ese amor confeso que siente por la
tierra que la vio nacer, se convierte a través de sus relatos en la memoria de
un espacio y de un tiempo amenazado. La singular situación en la que nació le
permitió vivir en una naturaleza todavía virgen, un pequeño paraíso protegido,
aunque no por mucho tiempo. Por eso, cuando la ocasión se presenta, la
comprometida Corinna, no duda en defender junto a su marido esos espacios
todavía intactos, -como el bosque de Finges. Se implica con gran fuerza y
convicción, en una época en la que la ecología ni siquiera era un tema de
moda.
La obra de
Corinna Bille tendrá, sin lugar a dudas, un bello futuro. Porque aunque nuestra
tierra cambia con el transcurrir del tiempo, siempre será madre nodriza y
generosa para el ser humano. Y algún día, no muy lejano, nos gustará recordar
cómo era, siglos atrás, la vida de aquellos seres que nos precedieron. En esta
época en la que vivimos, más propicia a los saqueos y a la destrucción de los
recursos naturales, al olvido de nuestro pasado, la obra de Corinna Bille será
ese punto de referencia, ese lugar al que nos gustará regresar para deleitarnos
con las historias de antaño.
Bibliografía
consultada
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Barcelona: Ed. Kairos.
BILLE, Corinna (1939) Printemps, La Chaux-de-Fonds:
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----- (1977) Les invités de Moscou. Vevey: Bertil Galland.
----- (1978a) Cent petites histoires d’amour. Vevey: Bertil Galland.
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----- (1980a) Soleil de la Nuit. Genève : Eliane Vernay.
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----- (1985) Vignes pour un miroir. Lausanne : Ed. Empreintes, 1997.
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DE COURTEN, Marike (1989), L’imaginaire dans l’œuvre
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FAVRE, Gilberte (1981), Le vrai conte de sa vie. Vevey:
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METTAN, Pierre-François. Théoda de S. Corinna Bille,
Bienne: ACEL, 2012.
RAMUZ, C.F. Journal,
notes et brouillons. Tome 1 1895-1903. Oeuvres Complètes I, Genève: Ed.
Slatkine, 2005.
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