Ces à ces
cimes […] que Joseph Peyré est redevable d’avoir écrit […] tous ces romans qui
éclairent d’autres ciels que celui de sa province natale, mais qu’il n’eût
peut-être jamais découvert ou imaginés sans ce boulevard où il venait rêver aux
heures de solitude (Bourin 1960 : 154).
Resumen
En el año 2018
se conmemoró el 50 aniversario de la muerte del escritor Joseph Peyré
(1892-1968). Autor conocido por sus novelas sobre el Sahara (L’Escadron Blanc,
Prix de la Renaissance 1931) y sobre España (Sang et Lumières, Prix Goncourt
1935), pero también escritor de los grandes espacios y de la alta montaña:
Matterhom, 1939, Mont Everest 1942 y Mallory et son Dieu, 1947, son el reflejo
de esa pasión. Los paseos dominicales que de joven le conducían hasta el
boulevard de los Pirineos, en Pau, para admirar desde esa “sublime terraza”
toda la cadena montañosa fueron su primera fuente de inspiración. Y sobre todo
el Pico de Ossau, prisma a través del cual se mide toda su obra. Y aunque nunca
estuvo directamente familiarizado con el alpinismo o el desierto, inventa
aventuras épicas en las altas montañas y en el Sahara. Joseph Peyré es
considerado un escritor clásico de montaña y se encuentra, según Michel
Ballerini, “entre los mejores de la literatura romántica Alpine”. En este breve
artículo se analizará desde perspectiva ecocrítica la relación que el escritor
mantenía con el paisaje de su región, ese Béarn y ese Pays Basque que tanto le
inspiraron y, particularmente, con dos de sus elementos naturales, por un lado
la montaña y por otro el mar, que le permitirán viajar en sus relatos más allá
de esa frontera física. Peyré nos muestra la grandeza, el poderío y la fuerza
de una naturaleza fascinante e indomable. La montaña y el mar son para él un
personaje tan vivo como real. Y eso es lo que hace que su obra parezca
intemporal.
El año 2018 conmemoró el 50 aniversario de la muerte del escritor
Joseph Peyré (1892-1968). Autor conocido por sus novelas sobre el Sahara (L’Escadron
Blanc, Prix de la Renaissance 1931) y sobre España (Sang et Lumières,
Prix Goncourt 1935), pero también escritor de los grandes espacios y de la alta
montaña: Matterhom, 1939, Mont Everest 1942 y Mallory et son
Dieu, 1947, son el reflejo de esa pasión. A lo
que también hay que sumar su región, el Béarn y el País Vasco francés que tanto
lo inspiraron. Vale la pena enfatizar sobre este doble movimiento que posee el
autor de expansión hacia lugares exóticos y de repliegue a su tierra natal. De
hecho, las estancias en el extranjero nunca diluyeron ese sentimiento de
identidad y de pertenencia a la tierra que le vio nacer. El escritor siempre sintió
una gran afectividad y una inmensa fidelidad por los lugares en los que habitó:
« ma fidélité n’allait pas aux hommes, qui
passent, et vous laissent seul. Cette fidélité, chez moi constamment conservée
et accrue, s’adresse aux choses qui demeurent : à la terre, aux champs, et même
aux maisons périssables », escribió en la introducción de su
obra De mon Béarn à la mer basque.
Este sentimiento de apego a una tierra, a un paisaje, a una región
se conoce en geografía, en el paradigma humanista, bajo el nombre de
"topofilia", de topos (lugar) y filia (amor por), un neologismo
introducido por Profesor Yi-Fu Tuan en los años 70.
Pour concevoir un goût personnel d’une
terre, il faut être en effet parvenu à une manière d’osmose, s’être pénétré de
ses soleils et de ses pluies, avoir subi les influences de ses sources, de ses
vents et de ses esprits, pratiqué sa maison, ses gens. Il faut, de tel ou de
tel haut lieu accepté ou choisi, avoir saisi un jour le mouvement des horizons,
des eaux, et surpris ou cru surprendre leur secret (1952 : 71-72).
De manera muy similar, la topofilia es
uno de los conceptos que el posmodernismo geográfico utiliza para reevaluar y
comprender el concepto de "paisaje", dando mayor valor al
"lugar" como centro de estudio geográfico; y la actual revalorización
de términos como "ecología" y "medio ambiente". Espacio,
ubicación, entorno y naturaleza aquí son los términos que analizaremos a lo
largo de esta comunicación, para comprender la relación que el autor mantuvo
con el paisaje de su región (topofilia) y su relación con el medio ambiente (ecocrítica),
especialmente con la montaña y con el mar.
Recorreremos la verdadera montaña, la que
el adolescente Peyré contemplaba durante sus paseos dominicales en Pau y que lo
llevaba hasta el Boulevard des Pyrénées para admirar el esplendor de la cadena.
Aquí está su primera fuente de inspiración que fue sobre todo la montaña. Y especialmente el Pico d'Ossau - " notre Cervin… prince du
paysage " (1952: 38):
Ces à ces cimes […] que Joseph Peyré est
redevable d’avoir écrit […] tous ces romans qui éclairent d’autres ciels que
celui de sa province natale, mais qu’il n’eût peut-être jamais découvert ou
imaginés sans ce boulevard où il venait rêver aux heures de solitude (Bourin
1960 : 154).
Pero también ese océano Atlántico que
parecía casi alcanzar con la mirada desde su ciudad natal de Aydie o ese mar
mediterráneo que cotejó en los últimos años de su vida. Tanto la montaña como
el mar son dos elementos naturales que sirven de horizonte a Joseph Peyré para
conquistar el más allá, son fronteras imaginarias que traspasar para concebir
la aventura: al otro lado de Pirineos está su segundo país España, y más allá
todavía su querido desierto, el Sahara. Tras los Pirineos llegan los Alpes donde regresará con Matterhom (1939) y su imaginación volará hasta
el Himalaya para desarrollar las historias del Monte Everest (1942) y Mallory
et son Dieu (1947). Detrás del océano Atlántico se encuentra las aventura
de Jean le basque (1953) o de Cheval piaffant y de tantos
emigrantes vascos que tuvieron que cruzar el océano para hacer fortuna en
tierras del norte de América. Tras el mar Mediterráneo se encuentra también su
querida Argelia. Traspasar todas estas fronteras significa para Joseph Peyré un
mundo nuevo de creación literaria y aventura. Podemos decir, sin temor a
equivocarnos, que Joseph Peyré es un escritor del sur.
La montagne
Nous avons tous une montagne à découvrir
Joseph Peyré, Nouvelles littéraires, 1948
Joseph Peyré, Nouvelles littéraires, 1948
A principios de la década de 1950, Joseph
Peyré regresó a su Béarn natal enriquecido por todos sus viajes reales e
imaginarios. Poco tiempo después publicará en 1952 De mon Béarn à la mer
Basque. Es un libro muy especial, un retorno a sus orígenes, una verdadera
"prueba de geografía personal". En este libro, desvelará sus primeros
contactos con la cadena pirenaica, la que veía desde el mirador de
Haut-d'Aydie:
[…] j’estime que l’étendue de l’arc de
montagne visible doit être de plus de deux cents kilomètres, soit plus de la
moitié de la chaîne totale, et du double de celui qu’embrasse la vue du
boulevard palois. Il doit, dans l’est, toucher au mont Vallier, et, dans
l’ouest, arriver à la Rhune. Il culmine à peu près dans notre méridien, au pic
du Midi de Bigorre […][1].
Acompañado siempre por su padre durante
los largos paseos a la escuela, el joven Peyré recuerda “l’émotion, l’espèce
d’effroi que [l]’inspiraient la profondeur de
l’horizon et l’apparition de la montagne au bord du vide”[2].
Todos los sentidos (olfato, oído y vista) juegan un papel importante para este
niño que observa con precisión e intensidad. La percepción de la montaña
pirenaica en esta época viene asociada con un olor particular: “[l]eur ton
mauve des soirs d’octobre reste pour moi lié à l’odeur des chais, des cèpes sur
la lande”, pero también a sonidos “au roulement des chars de vendange, aux cris
des oies, auquel répondait, du haut des nuages voyageurs, celui des oies
sauvages surprises par la montée rapide de la nuit”[3].
Tuan nos recuerda que no podemos recuperar por completo las sensaciones
esenciales de un mundo visual que pertenece al pasado sin la ayuda de una
experiencia sensorial que siempre permanece en el tiempo.
En una transmisión radiofónica de 1958,
en RTF[4],
el niño de Aydie evoca su pueblo, su escuela, su iglesia, los años pasados en
la escuela secundaria de Pau y más tarde en la ciudad de Pau. Pero la montaña y
sus actividades están siempre presentes, esta vez es el ruido de las campanas de
los animales que lo transportan hacia la montaña: “La fenêtre de ma chambre
donnait sur la Haute Plante qui était le lieu de transhumance pour les troupeaux
descendus de la montagne”. Este recuerdo también se incluye en su obra De
mon Béarn a la mer Basque: “Les troupeaux transhumants faisaient encore
halte sous mes fenêtres. Descendus de la montagne, sous la conduite de leurs
bergers, de leurs chiens et de l’âne au parapluie bleu, ils venaient hiverner
sur les landes du Pont-Long”[5]. Y
el río -le Gave-, "fils des Pyrénées" a través del cual respira “l’air
des neiges qu’il apportait à la vallée” [6] y
cuya imagen hacía nacer en él un nuevo deseo, el de ir a descubrir con sus
propios ojos esas fuentes eternas.
Sin embargo, el descubrimiento de la verdadera
montaña fue mucho más lento para este niño que quería admirarla más de cerca.
Tendrá que esperar hasta casi el final de la escuela secundaria, cuando
acompañado por el sacerdote de su pueblo, el Abbé Campagne, llegará al pie del
Pic d'Ossau: “Quelle
émotion pour moi que de voir s’ouvrir à mon intention la haute vallée
pyrénéenne, commandé par la cime rose du pic d’Ossau!”[7]. Este momento quedará grabado en su
memoria para siempre. E incluso si más tarde conocerá otros picos y otras
montañas míticas, como el Cervino en Suiza, ninguno ejercerá sobre él ese
poder. Los sentidos son nuevamente protagonistas de la escena, esta vez es el
sabor: “Tout y
était nouveau à mes sens, et surtout la saveur inoubliable du soir: air
capiteux, chargé du souffle balsamique des sapinières et de la violente
fraicheur du gave”[8]. Hay, sin embargo, cierta amargura
cuando evoca el arroyo, este “frère du grand Gave” lleno de ardor en este
momento, pero que pronto será encerrado por presas y embalses debido a un
progreso demasiado voraz con los recursos naturales: “En ce temps-là, les barrages ne cassaient
pas les reins de ces poulains sauvages, les conduites forcées ne tarissaient
pas leurs courants”[9].
Ciertamente, las “aguas más salvajes” de los Pirineos se hacen cada vez más
“raras”, retenidas por embalses y conducidas por canalizaciones hasta las
fábricas de las compañías hidroeléctricas. Joseph Peyré critica duramente las
transformaciones que sufren los paisajes pirenaicos a partir de la década de
1950. El espectáculo dantesco que presencia en un día de verano durante uno de
sus paseos hacia el Pic d'Ossau nos revela su versión más ecológica o conservacionista:
“Les ouvriers
du chantier remontèrent, et ils envahirent l’éden. Alors j’ai vu la vérité: les
baraquements, la montagne éventrée, les talus d’éboulis, les gués écrasés par
les bandages de camions. Le gave était déjà amaigri, défiguré.»[10]
Aquí está el paisaje devastado de la futura presa de Bious-Artigues, propiedad
de la SHEM (Compañía Hidroeléctrica del Sur), que se puso en servicio en 1957.
Pero el escritor no solo habla de presas y embalses:
Barrages, lacs factices, conduites d’eau
qui ont l’air de conduites d’égout, cônes de détritus, fausses cascades, usines
grises, transformateurs, lignes de force et pylônes en routes vers les villes,
avec leurs chapelets de boules brillantes, ce nouveau mouvement n’utilise pas
le mouvement naturel de nos gaves, il l’usurpe, le détruit et, pour finir, en
trahit l’âme.[11]
Todo este paisaje pirenaico que tanto
afecciona se pone al servicio de la modernidad y del progreso. Peyré lamenta
que sus montañas y valles formen parte de un “un type de paysage industriel”[12], repleto
de hormigón, en el que los puentes, las trincheras, los túneles y los parapetos
de la carretera arruinan una decoración hasta ahora intacta, porque “le béton
n’épouse pas les lignes naturelles, ni la grâce d’un lac réel”[13],
nos dice. Va incluso más lejos y predice la transformación de una tradición de
las altas montañas, la trashumancia: “Sans doute le temps viendra-t-il où des
convois de camions déplaceront des montagnes aux plaines un bétail gras, qui
n’aura plus de jambes. Le taux de boucherie sera porté à un degré inespéré”[14].
Aunque muchas cosas han cambiado, la trashumancia sigue viva hoy en día y la
subida de rebaños de ovejas, vacas y caballos a los pastizales de los Pirineos
continúan haciéndose cada verano. Ciertamente, “seuls quelques-uns effectuent
cette grande migration saisonnière dans l’autre sens entre plaines et vallées
d’Ossau, d’Aspe et de Barétous”[15].
A pesar de los profundos cambios tecnológicos, el trabajo sigue siendo el
mismo. A esto debe agregarse la contribución del turismo alpino en los últimos
años: los festivales de trashumancia han surgido en junio en todos los valles
de tradición pastoral. De este modo, permiten descubrir y valorar la profesión
del pastor: su vida en los pastos en verano y el conocimiento de las variedades
de los quesos. También da la oportunidad de apreciar las razas locales
mantenidas en el área. Hoy, Joseph Peyré estaría muy feliz de saber que esta
tradición ha continuado viva en todo el Pirineo.
Pero regresemos a ese bulevar de Pirineos
desde donde observa su Pico d’Ossau, ya que desde los Pirineos hasta los Alpes, desde
el Pic d'Ossau hasta el Cervino, solo hay un paso y el autor no tardará en
darlo. La relación entre ambas montañas no se hace esperar, por su aislamiento
“[d]e même que le Matterhorn se dresse seul face à l’alpe de Findelen […], de
même le Pic d’Ossau se dresse au fond de sa vallée comme la cime unique”; y por
su drama, porque “il a ses héros, ses légendes […] de ceux qui réussirent à le
vaincre et de ceux qui y succombèrent”. Así surge la comparación: dos montañas universales
y dos almas gemelas, a la que pronto se le unirá el Everest, la cima del mundo.
Miradas locales que anuncian lugares más lejanos y exóticos a los que Joseph
Peyré nos trasladará con sus obras “Matterhorn” y “Mallory et son Dieu”.
La mer
Pero la presencia de este océano
atlántico se encuentra ya bien presente desde su infancia, cuando paseando con
su padre por Aydie y llegando a la cima de las colinas que rodeaban su casa
sentía ese viento que anunciaba el océano : “un air plus vif, qui annonçait
l’océan, nous frappait au visage”[17].
Como niño que era entonces le gustaba también escuchar el ruido de las olas a
través de la gran caracola marina que guardaba junto a la chimenea de su
habitación: “Après l’apparition de la montagne, je cherchais celle de la mer,
l’autre secret de l’étendue, la route par laquelle nous étaient venus nos
voisins…”, vecinos llegados del continente americano (México, Florida,…) que
hacían viajar con la narración de sus relatos su propia imaginación. De aquí
nacerá su espíritu de aventura y la fuerte convicción que desde su pueblo natal
se abrían todos los caminos posibles: “je savais qu’en vrai village bernais,
notre Aydie, replié à l’abri de sa côte, ouvrait sur les chemins du monde”.[18]
Desde el mismo bulevar de los Pirineos,
Joseph Peyré sueña con el mar. Sin embargo, este elemento natural, al igual que
la montaña, lo descubrirá también tardíamente. Los sentimientos que despierta
el descubrimiento del océano se mantienen tan vivos a lo largo del tiempo que
resulta fascinante escucharlo: la vista, el oído, el olfato se ponen al
servicio de nuevo del recuerdo de aquel joven que de camino a España se detiene
a descubrir este rincón con el que tanto había soñado:
Je ne peux pas me souvenir du jours où je
découvris pour la première fois ce paysage, sans en éprouver encore le choc
grisant, l’éblouissement, sans en respirer l’embrun chargé d’iode et de sel, si
nouveau pour mes sens de terrien. Jamais je n’avais supporté l’assaut du vent sur les jetées, ni vu les lourdes vagues
accourir, briser sur les enrochements, et refluer en nappes scintillantes.
Jamais je n’avais entendu ce grondement des lames déferlantes, cette voix.
Tandis que j’avais eu, pour mon initiation à la montagne, un compagnon, un
guide, j’étais seul cette fois, libre de m’émouvoir. Je pus ainsi m’exalter à
loisir, remercier mon pays qui, avec celle de l’Ossau, pouvait me ménager une
révélation pareille, montagne et mer, altitude et espace. Pays unique,
pensai-je, et où se mirait l’univers.[19]
Aunque el País Vasco francés no sea su
lugar de origen, el océano que lo baña es uno de los elementos esenciales de su
obra y de su universo: “J’ai l’impression de subir dans
mon corps, ma poitrine oppressée, mes oreilles assourdies par leur grondement,
l’assaut des vagues suscitées par l’esprit inépuisable des tempêtes, et de leur
résister moi-même »[20], nos relata el propio escritor. Incluso reconoce
el viento que sopla desde estas costas vascas y lleva tierra a dentro, hasta su
pueblo natal Aydie, el olor a iodo del océano. Es la tierra del aventurero
“Jean le Basque” y de otros como Sauveur Etchemendi. Ellos cederán a la
llamada del océano y se marcharán más lejos aún, hasta California, hasta
Nevada, empujados por ese instinto ancestral del emigrante vasco, del pastor
que va a buscar fortuna a tierras americanas.
Joseph Peyré estaba muy apegado al País
Vasco. Entre los tres lugares clave donde vivió, figura Saint-Jean-de-Luz. La
novela, Le Pont de Sorts, nos traslada hasta el Saint-Jean de Luz de los
años 36-40 convertido en territorio español (o al menos vasco-español) durante
la guerra d’Outre-Monts. En este pueblo marinero se reagrupan los
dos elementos naturales que más han influenciado sus primeros años: el mar y la
montaña.
Aunque no sólo conocerá el océano Atlántico.
Respondiendo a la solicitud de Colette, residente del “Treille Muscate” en
Saint-Tropez, Joseph Peyré se establece allí como vecino en 1936. “C’est là, […], à une portée de pinceaux des
paysages chers à Signac et Dunoyer de Segonzac, qu’il planta sa résidence
principale: un havre de paix au milieu des pins maritimes qu’il baptisa La
Palombière, en souvenir de son village d’Aydie où, l’automne avancé, il
comptait les palombes qui emportaient son imagination, bien au-delà des coteaux
du Vic-Bilh”, nos recuerda su sobrino Pierre. Y hasta
el final de sus días se convierte en un Provenzal más. El mar Mediterráneo será
también otro horizonte más a través del cual su imaginación continuará viajando.
Conclusión
La obra de Joseph Peyré es un ejemplo
mismo de lo que podríamos llamar “la imaginación al poder”, por esa capacidad
que tiene de ver e imaginar lugares como novelista. Amante y gran conocedor de
su tierra le Bearn y del País Vasco a las que rendirá tributo a través de
varias de sus obras, pero también un hombre que es consciente del daño que
provoca el progreso y que, a pesar de todo, no desea oponerse a la modernidad,
sino ponerla límites o controlarla. El contador de cuentos para niños que
imagina, en las montañas de los Pirineos, la reconciliación incluso del hombre
y del oso en un marco perfecto, casi arcadiano: Le prè aux ours. Un hombre preocupado por las deudas excesivas causadas a los
agricultores, por la modernización y el posible deterioro del suelo por el uso
excesivo de fertilizantes, no dejará de tener una mirada tierna, desde lo más
alto del mirador, a todas esas tierras que, expuestas entre dos vientos
contrarios, suben o bajan hacia el océano. No debemos olvidar que Peyré escribió su
primera obra literaria, "Sur la terrasse" en 1922 ¿casualidad? Esta
indicación podría percibirse en la actualidad como la matriz de la génesis de
su escritura.
¿Por qué extraña anomalía, este autor
esencial de la literatura francesa y del premio Goncourt ha desaparecido de
nuestras referencias como de nuestros hábitos de lectura para caer en este lugar
injustamente frecuentado qué es el purgatorio de los escritores? Algo
paradójico cuando el trabajo de Joseph Peyré ha sido recompensado con tantos
premios y su obra se compara con Hemingway o Kessel. Durante toda su vida, este
escritor viajero no dejó de imaginar el mundo en busca de horizontes lejanos,
tanto geográficos como humanos. Es por ello merecedor de volver a ocupar el
lugar que le corresponde entre los escritores franceses más conocidos del siglo
XX.
[1] Joseph Peyré, De mon Béarn à la mer basque,
Paris, Flammarion, 1952, pp. 181-182.
[2] Ibíd., p. 13.
[3] Ibíd., p.15.
[4] Vent du Sud, entretiens avec Joseph Peyré, une série de 11 émissions de la
Radiodiffusion-télévision Française, présentée par Marguerite Taos sur France
II, du 5 janvier au 16 mars 1958.
[5] Joseph Peyré, De mon Béarn à la mer basque,
Paris, Flammarion, 1952, p. 111.
[6] Ibíd., p. 36.
[7] Ibíd., p. 40.
[8] Ibíd., p. 41.
[9] Ibíd., p. 41.
[10] Joseph Peyré, De
mon Béarn à la mer basque, Paris, Flammarion, 1952, p. 140.
[11] Ibíd., p. 141.
[12] Ibíd., p. 140.
[13] Ibíd., p. 141.
[14] Ibíd., p. 142.
[15] Vanessa
Doutreleau, Itinéraires de bergers. Transhumance entre Pyrénées et les
plaines de Gasgogne, Pau, Cairn, 2014, p. 11
[16] Ibíd., p. 63
[17] Ibíd., p. 13
[18] Ibíd., p. 14
[19] Ibíd., p. 66
[20] Bourin, André.
Province terre d’inspiration, Paris: Edit. Albin Michel, 1960, p. 155.
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