domingo, 12 de marzo de 2023

Mito, leyenda y realidad de las brujas en Pirineos: el caso de las brujas de Zugarramurdi

 

Resumen




La fascinación por las actividades de las brujas, mujeres con poderes obtenidos de diversas formas, está rodeada de mitos, leyendas y realidades. El caso de las brujas de Zugarramurdi es el más famoso de la historia de la brujería vasca y posiblemente de la brujería en España. En este Auto de Fe, que derivó en uno de los casos más sonados y tristes de asesinatos injustos en la historia española, la Santa Inquisición quemó a 11 personas, 6 vivas y 5 muertas que confesaron bajo tortura la práctica de la brujería. Cuatro siglos después, el lado histórico de este asunto se ha venido diluyendo y hemos preferido quedarnos con el aspecto más leyendario. Pero ¿qué hay de mito, de leyenda y de realidad en este proceso? Estas mujeres libres, poderosas y sin miedo a explorar y potenciar sus propios poderes y sus habilidades ¿existieron de verdad? ¿Siguen en la actualidad entre nosotros? Dar respuesta a estas preguntas será uno de los objetivos de esta comunicación.

Se intentará ofrecer una imagen lo más realista posible de este hecho para desmitificar quiénes eran las brujas. Como bien dice José Dueso, parece que el lado histórico de este asunto se ha venido diluyendo, cuatro siglos después, y hemos preferido quedarnos con su lado más leyendario. La bruja atemporal e idealizada atrae quizás más nuestras simpatías que la bruja más humana. ¿Son las brujas hoy un mito gracias al resurgimiento del feminismo? mujeres libres, poderosas y sin miedo a explorar y potenciar sus propios poderes y sus habilidades. Las brujas se convirtieron en el icono de las feministas, un símbolo de poder femenino, conocimiento, independencia y martirio. Y aunque sí que es cierto que la persecución que se emprendió en esta época se dirigió exclusivamente hacia las mujeres, también se quemaron 'brujos'.

 

 

La humanidad siempre ha tenido miedo

 de las mujeres que vuelan.

Ya sea por brujas o por libres

(Jakub Rozalsky)

 

 

Son miles las historias, cuentos y leyendas que pueblan las dos vertientes del Pirineo, tantas, que sería imposible mencionarlas todas en esta comunicación. Cada valle de Pirineos es un mundo en sí mismo, y aunque cada uno conserva su propia identidad, preservada y mágica, todo un territorio mitológico común une a estas montañas, desde el País Vasco hasta el Rosellón. Han sido muchos los escritores que, con gran paciencia, pasión y dedicación han publicado cientos de obras recopilando esta tradición oral a ambos lados de la frontera: vascos como José Dueso o Jean-François Cerquand, aragoneses como Juan Dominguez Lasierra, catalanes como Jacint Verdarguer, occitanos como Antonin Perbosc o Michel Cosem, gascones como Jean François Bladé, entre muchos otros. El objetivo de esta comunicación es centrarnos en uno de estos seres míticos y excepcionales de esta cordillera: las brujas, y en un caso en particular, el de las brujas de Zugarramurdi para intentar ofrecer una imagen lo más realista posible de este hecho y desmitificar a estos personajes.

Aquellas leyendas que nos hablan de los seres del inframundo, las brujas y los demonios son las que denominamos escatológicas y suelen ser las más habituales en esta cordillera. Tanto el Pirineo Francés como español está repleto de historias relacionadas con estas “malvadas” mujeres. El antropólogo español José Dueso ha realizado un trabajo de recopilación de relatos encomiable y obviamente también de escritura. En su obra Leyendas de brujas en el Pirineo fantástico ha sabido transmitir como nadie los ambientes, las atmósferas y el miedo a lo sobrenatural sin perder el punto esencial de la leyenda. Ninguno de sus relatos se repite y ha sabido darnos no solo un conjunto de leyendas orales sin igual, sino además un viaje maravilloso por ese lugar de magia que son los Pirineos.

Dicen que las brujas del Pirineo son las más grandes brujas de todos los tiempos, las verdaderas brujas, y que todas las demás son solo pobres imitaciones de ellas. Dicen, también, que las pirenaicas fueron las primeras brujas de Occidente, las que se entregaron al diablo en figura de macho cabrío cuando nadie todavía lo había hecho y las que inventaron el aquelarre, las que antes se convirtieron en gatos negros, las que descubrieron el vuelo en escobas y, por supuesto, las pioneras en dar con sus pobres huesos en las hogueras encendidas por las inquisiciones de turno. Además, dicen que del Pirineo se extendieron como una mancha de aceite por Europa, hacia el norte, y por la península ibérica, hacia el sur. Pero, sabido es, del mismo modo, que se dicen tantas y tantas cosas… (Leyendas de brujas en el Pirineo fantástico, José Dueso).

 

La prueba fehaciente de que estas creencias estaban bien arraigadas en esta zona es la cantidad de “espantabrujas” que se pueden ver todavía en las casas. Son unos elementos pétreos, a menudo figurados, a los que tradicionalmente se han atribuido funciones protectoras. Estos elementos se colocaban sobre las chimeneas para impedir que las brujas que sobrevolaban los tejados de las casas pudieran acceder al interior de las mismas a través del único espacio que los habitantes del Pirineo no podían cerrar.

Y para proteger las puertas, y evitar la entrada de las brujas a las casas, la gente colocaba una flor de cardo muy común en el Pirineo: el cardo solar o carlina. Por su esplendor, muy similar al del sol, cegaba a estos seres, y además, al tener cientos de pinchitos, impedía que las brujas se atreviesen si quiera a pasar a su lado, ya que si lo hacían, se quedaban enganchadas, teniendo que quitar estos pinchitos de su ropa hasta que les sorprendía el sol. Entonces, debían salir corriendo, huyendo a su guarida ya que su poder mermaba.

Las brujas (o brujos) eran personas a las que se les atribuía la capacidad de provocar maleficios a la comunidad, de utilizar su magia para crear dañinas tormentas, de raptar o matar a los niños y, por supuesto, de volar a lejanos lugares donde celebraban encuentros con el diablo. Se creía que las brujas podían transformarse en animales, causar la muerte de cabezas de ganado, impedir la consumación del matrimonio o causar infertilidad y, especialmente, dominaban el «mal de ojo», que causaba diversas desgracias en todo aquel que lo padecía.

Las brujas del Pirineo se reunían siempre en las cimas de las montañas en torno a enclaves cargados de connotaciones mágicas precristianas, posibles lugares de culto de origen pagano. Quedan muchos términos cuya etimología responde a la creencia en esas intervenciones: El pico Turbón, donde se decía que las brujas ponían a secar sus sábanas al sol, el Cotiella, en el valle de Chistau, o la Peña de San Juan y San Pablo, en Tella, conocida como «el Puntón de las Brujas», son algunos de los principales enclaves vinculados a brujas o brujos en la zona aragonesa. Sin embargo, a pesar de que la tradición consideraba estos lugares como puntos de reunión de brujas, lo cierto es que desde las primeras actas conservadas en el siglo XV, los parajes que se citan con mayor frecuencia como santuarios de la brujería se sitúan al otro lado de los Pirineos: las eras de Tolosa, cercanas a la ciudad de Toulouse, el Bouc de Biterna, en las inmediaciones de Lannemezan y las Landes du Bouc; posiblemente, todos ellos eran santuarios de gran prestigio para las tradiciones religiosas de origen animista, muy anteriores al cristianismo, y que servían de poderoso imán para las prácticas mágicas al otro lado de la cordillera.

En la zona del Pirineo más occidental nos encontramos con lo que Julio Caro Baroja denominó la “brujería vasca”[1], cuyo caso más famoso fue el de las brujas de Zugarramurdi de principios del siglo XVII (en 1610 exactamente). Zugarramurdi y Urdax son dos municipios de la Comunidad  Foral de Navarra que distan entre sí unos tres kilómetros. Ambos pertenecen a la comarca del Baztan. Seis personas fueron quemadas en Logroño porque negaron ser brujas. Cinco eran de Zugarramurdi y una de Urdax. Más de cuatrocientos años después, sabemos que, efectivamente, no eran brujas. Como tampoco lo eran las otras cinco personas fallecidas en prisión, pero igualmente condenadas a la hoguera. Lo más triste de toda esta historia como nos lo recuerda José Dueso es que el tribunal que condenó a estas personas también sabía que eran inocentes. ¿Quiénes fueron realmente estos seres supuestamente “tan maléficos”? Solo mujeres que no contaban con mucha influencia social, siendo personas de clase baja sin mucha formación.

María de Ximildegui fue la persona que desencadenó toda la locura brujeril en Zugarramurdi. Nacida en 1588, hija de padres franceses, se crio en esta localidad. En el año 1604, con dieciséis años, se fue con su padre a Ciboure en Francia. Allí, trabajó de criada o sirvienta y declaró a sus vecinos que había sido bruja, aunque ya se había arrepentido y había vuelto a la fe cristiana. Ximildegui aseguró haber acudido a los encuentros de brujería que se celebraban en las cuevas navarras y denunció a otros brujos al Abad de Urdax. De las personas que Ximildegui acusó de brujería, se encuentran María de Yurreteguia,​ y su marido Esteve de Navarcorena, así como otras diez otras personas, en total, cuatro mujeres, seis hombres y dos niños que también hicieron pública confesión en la iglesia y se reconocieron como brujas y brujos: Miguel de Goyburu, “rey de los brujos”, su esposa Graciana de Barrenechea, “bruja y reina del aquelarre” y sus hijas, Martín Vizcar, Juan de Echalar, brujo y ejecutor de las penas impuestas por el demonio, María de Echaleco, bruja, María Chipia, vieja tullida y maestra de novicios y de María Zozoya, que morirá en la hoguera.

Se decía que encendían hogueras y realizaban akelarres para venerar al diablo, que tomaba forma de macho cabrío. La palabra akelarre, que es de origen vasco, vendría a equivaler a “prado del cabrón” o “prado del macho cabrío”, sustentándose en la creencia general de que tales reuniones estaban presididas por el diablo en forma de ese animal. Aunque existe también otra versión, la de que fuese una invención de la propia inquisición para adaptar una etimología diferente (la de alkelarre: prado donde crece una hierba silvestre llamada alka) a sus intereses que no eran otros que los de inculcar la idea de una existencia de Sabbat presidido por el demonio en forma de cabrón, como bien nos explica Dueso.

Al akelarre las brujas y brujos solían asistir a pie, a través de los senderos o campos, pero también podían en ocasiones hacerlo por los aires por encima de los pueblos y las montañas. Algunos a lomos de animales, otras se convertían ellas mismas en animales gracias a un poderoso ungüento. Dicho ungüento, que la Inquisición nunca llegó a encontrar, estaba supuestamente confeccionado a base de sustancias extraídas de sapos, hongos y setas altamente venenosas y alucinógenas. Tampoco se mencionan en las declaraciones conservadas del proceso que las brujas de Zugarramurdi volasen en escobas, pese a ello, se las sigue imaginando subidas en este sorprendente objeto volador.

El akelarre era una escenografía perfectamente orquestada que venía a representar en esencia la antítesis de la liturgia cristiana. En ella se presentaban a los neófitos, se hacían confesiones públicas para pasar seguidamente al plato fuerte que eran las orgías amenizadas con bailes, alcohol y alucinógenos distorsionadores del comportamiento humano, además de las pócimas y brebajes aderezados con todo tipo de inmundicias. El akelarre concluía con el canto del gallo y las brujas y brujos regresaban a sus casas utilizando los mismos medios por los que habían venido.

Tras el akelarre las brujas regresaban a los pueblos para hacer todo tipo de maldades.

Por el tubo de la chimenea bajamos nosotras, cuando por las noches todos duermen en las casas; nos acercamos a la cama de la virgen y entibiamos sus sueños con imágenes obscenas que la angustian, engañamos al marido con los celos, después de tentar a la esposa con el adulterio, y antes de marcharnos matamos a los animales en los establos (Dueso, 2015: 145)

 

Pero ¿hubo realmente brujas en Zugarramurdi?

Mucho se ha estudiado sobre el tema de las brujas y de los aquelarres durante todo este tiempo, con mejor o peor suerte. Pero no nos engañemos, las brujas nacen en la mentalidad popular exactamente en el mismo momento en el que se empieza a hablar de ellas. No han existido las brujas, ni ha habido cópulas demoniacas, ni ninguna parturienta ha dado a luz un sapo después de haber quedado preñada por un macho cabrío, ni nadie ha volado sobre una escoba, como tampoco nadie ha tenido poderes para provocar tormentas, ni desgracias, ni ningún otro maleficio sobre personas, casas o cosechas. Sí que ha habido mujeres -y también hombres- que han creído ser brujas, sí que ha habido personas que han creído tener poderes sobrenaturales, y sí que ha habido personas que han creído que otras personas de su entorno eran brujas, que han creído que se transformaban en sapos, que han creído que sus reuniones las presidía el demonio con forma de macho cabrío. Pero, tal y como ya han afirmado muchos estudiosos contemporáneos, seguramente no hubo en todo el País Vasco ni un solo akelarre. Tales reuniones solo fueron fantasías de inquisidores y jueces que hicieron declarar a sus víctimas, bajo la tortura y la represión, lo que quisieron. Lo que probablemente sí existiera en aquella época eran cultos y ritos precristianos, todavía muy arraigados en la cultura rural vasca que podrían haber llevado a confusión a estas mentes desquiciadas, malévolas y represoras -o reprimidas. Los juicios por brujerías serían así una manera expeditiva y aleccionadora de imponer el catolicismo, y de paso, de dar un escarmiento ejemplarizante. No hay que olvidar además, que la sociedad vasca del siglo XVII era todavía en esos tiempos muy matriarcal, la mujer ocupaba un lugar importantísimo a nivel social y religioso. Por lo que estos juicios contra las mujeres sirvieron también para afianzar el patriarcado dominante.

Sí que hubo mujeres herbolarias, magas y sabias. Mujeres que se dedicaban a la recolección de hierbas y frutos silvestres, conocedoras de la botánica del lugar que, aprovechando la sabiduría popular transmitida a través de generaciones, se dedicaron a recorrer a pie los pueblos del Pirineo vendiendo plantas medicinales, trementina, setas secas, aceites elaborados a partir de plantas y otros productos naturales con propiedades curativas que elaboraban a partir de lo que les ofrecía su entorno natural. El caso de las trementinaires, en Pirineos, es uno de los más conocidos y estudiados. Su conocimiento especializado incluía la identificación de multitud de especies, dónde encontrarlas, cómo conservarlas, cuando recolectarlas y cómo aplicarlas. Con la llegada del cristianismo la figura de estas herbolarias quedó tan desvirtualizada que fueron rechazadas socialmente y acusadas incluso de brujería. La primera acción legal emprendida contra una supuesta bruja en Navarra acaeció en Tudela en 1279. Se le acusó de “dar yerbas” y fue condenada a pagar una fuerte multa. Estas mujeres no solo eran muy capaces de curar, sino que también sabían, por el contrario, provocar ciertas enfermedades e incluso, a través de ellas, la muerte. Esto, para una población rural, inculta y encerrada en su mundo de tradiciones sería motivo para señalar y mirar a la herbolaria como a una persona cargada de poderes ocultos, admirada pero también temida. Su sabiduría acerca de su entorno natural no solo era una cuestión de conocimiento, sino una forma de supervivencia; unos conocimientos que resultan de tremenda actualidad, dada la situación medioambiental que hemos provocado, en parte, por la separación progresiva entre el ser humano y la naturaleza. La mentalidad católica veía en aquellas mujeres a unas peligrosas paganas capaces de influir en la comunidad, por lo que las persiguió, las proscribió y las eliminó. Podemos afirmar que hubo mucho de persecución de género en el entramado de ese genocidio.

Aunque la brujería se consideraba una obra del demonio, la Inquisición española desconfió de estas acusaciones y emitió pocas condenas a muerte contra supuestos seguidores del diablo. Muchos conoceréis esta historia gracias a películas como la Álex de la Iglesia Las brujas de Zugarramurdi (2013) o la de Pablo Agüero Akelarre (2020), pero sin lugar a duda la realidad va mucho más allá de esas atractivas imágenes del celuloide. Lo ocurrido en Zugarramurdi es parte indispensable de la historia de España, de ese baúl oscuro donde se esconden las negras historias de un país y que, seguramente, aún podemos recordar gracias a Goya y su estremecedor cuadro de El aquelarre (1797-1798), a través del cual se realiza una crítica tanto a la Iglesia como a la ignorancia y la superstición. Lo que la inquisición consiguió que confesaran esos hombres y mujeres, a base de miedo y torturas, fue terrible: «y a los niños que son pequeños los chupan por el sieso y por su natura; apretando recio con las manos, y chupando fuertemente les sacan y chupan la sangre» (Mongastón 1610). Goya lo supo plasmar con total maestría en su pintura que consigue provocar en el espectador un desasosiego cercano a la pesadilla.

 Tan bestial fue lo sucedido, que la misma Inquisición, consagrada en las barbaries más atroces, decidió retroceder y tratar de lanzar un velo negro sobre una de las últimas y peores persecuciones de personas en España, bajo el argumento de la brujería.  

 

Conclusión

Como bien explica José Dueso al final de su obra “Leyenda de las Brujas de Zugarramurdi” la existencia de las brujas nunca se ha probado. Lo que sí ha existido era lo que un vecino le comentó en los años 1980 en una de sus visitas: “Aquí nunca ha habido ninguna bruja, pero sí mucha envidia y, sobre todo, mucha imaginación y muy mala leche”. Aquí parece estar buena parte de la historia de la caza de brujas de este lugar: “en los rencores vecinales frutos de la envidia, y en la imaginación exaltada y calenturienta de unos pocos religiosos integristas al servicio del poder de turno” (Dueso, 2019:180). Y es que quienes ostentaban el poder en la antigüedad conseguían desviar la atención hacia un enemigo común e inventado y lo personificaban en el eslabón más indefenso de su sociedad: las mujeres. Sin apenas derechos, especialmente las niñas y las ancianas eran las víctimas perfectas para ser acusadas de las más perturbadoras acciones: lo que pudieran decir en su defensa no tenía valor.

Uno de los tres inquisidores participantes en el juicio, Alonso de Salazar y Frías, escribió un informe declarando que «ni creía en cuanto habían declarado los acusados, ni le parecía que la línea de investigación seguida durante el proceso fuese la adecuada, ni daba valor alguno a unas pruebas que consideraba inconsistentes» (p. 105). En la discusión de la sentencia y sobre todo en la posterior revisión del caso ordenada por el Consejo de la Suprema Inquisición destacó por su oposición a dar credibilidad a las teorías sobre brujería. Su exhaustivo memorial enviado a la Suprema constituyó la base para que la jurisprudencia inquisitorial española fuera escéptica sobre la realidad de la brujería y que fuera muy reticente a aceptar las denuncias por ese tema.

Pero aunque cuatrocientos años después las brujas parezcan cosa del pasado, o un motivo folclórico, ornamental, festivo, turístico, como hemos visto, y lúdico, no estaría demás que reflexionásemos un simple instante para no olvidarnos de que ahora mismo, como hace cuatrocientos años, las mujeres seguimos expuestas TODOS LOS DÍAS a inquisiciones variopintas y acechantes, con hogueras cuyo humo puede ensombrecer nuestro firmamento. Las brujas de hoy son mujeres independientes, porque no están dispuestas a supeditarse al patriarcado, porque con su actitud y su forma de ver el mundo desestabilizan las estructuras hegemónicas, porque asumen y promueven el derecho de elegir sobre sexualidad y su cuerpo, porque se interpretan y se definen a sí mismas. Este tipo de brujas ya se ha resignificado y se transfigura y autodefine cada día. Y esta bruja busca generar un cambio en la concepción del mundo. Por eso os invito a sumaros y sentiros cada día,  muy, pero que muy brujas.

 

 

Obras citadas

 

Dueso, José. (2010). Historia y leyenda de las brujas de Zugarramurdi. 4ª edición. Nostia: Txertoa. 2010.

Garrido Moreno, E. (2022). “Trementinaires: Gender, Collecting, and Subsistence in the Pyrenees. Journal for the History of Knowledge.

Caro Baroja, Julio (2003). Las brujas y su mundo. Madrid: Alianza Editorial.

Henningsen, G. (2010). El abogado de las brujas. Brujería vasca e Inquisición española. Madrid: Alianza Editorial.

Mongascón, Juan. “Auto de fe celebrado en la ciudad de Logroño en los días 6 y 7 de noviembre de l6l0” Biblioteca Gonzalo de Berceo.


[1] Caro Baroja, Julio (1985). Brujería vasca (4ª edición). San Sebastián: Txertoa.

Comunicación presentada en la Jornada de Estudio sobre "Los Mitos y Leyendas de las brujas: el poder inconquistable de las mujeres". Universidad de Alcalá. 10 de marzo de 2023.

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