lunes, 27 de diciembre de 2021

MITOLOGÍAS, LEYENDAS Y CUENTOS DEL PIRINEO: CUANDO LA ORALIDAD SE CONVIERTE EN ESCRITURA

 

Au moment où l'esprit de la légende, cette force vivante du passé,

 s'affaiblit et meurt chaque jour, sur tous les points de la France,

 il importe à l'histoire de recueillir sans délai ses meilleures créations :

bientôt, il ne sera plus temps.

Eugène Cordier en 1855.

 

La humanidad siempre ha tenido miedo

 de las mujeres que vuelan.

Ya sea por brujas o por libres

(Jakub Rozalsky)

Resumen

 

El presente artículo estudia la literatura oral en mitos, leyendas y cuentos del Pirineo francés y español. Mediante la lectura de una selección de ellas, el trabajo analiza los principales temas y motivos de la literatura oral, y explica la dimensión mítica y mágica de los personajes y seres imaginarios del universo pirenaico. Su objetivo es estudiar y valorar la innegable unidad cultural del Pirineo. El artículo pone de relieve la temática predominante en los relatos, así como el rol de sus protagonistas en el mundo representado, demostrando la enorme riqueza literaria y cultural existente en ambas vertientes.

 

PALABRAS-CLAVE: literatura oral, motivos tradicionales, mitología pirenaica, seres imaginarios.

 

 

Son miles las historias, cuentos y leyendas que pueblan las dos vertientes del Pirineo, tantas, que sería imposible mencionarlas todas en esta comunicación. Cada valle de Pirineos es un mundo en sí mismo, y aunque cada uno conserva su propia identidad, preservada y mágica, todo un territorio mitológico común une a estas montañas, desde el País Vasco hasta el Rosellón. Han sido muchos los escritores que, con gran paciencia, pasión y dedicación han publicado cientos de obras recopilando esta tradición oral a ambos lados de la frontera: vascos como José Dueso o Jean-François Cerquand, aragoneses como Juan Dominguez Lasierra, catalanes como Jacint Verdarguer, occitanos como Antonin Perbosc o Michel Cosem, gascones como Jean François Bladé, entre muchos otros. El objetivo de esta comunicación no es dar a conocer ese mundo de magia y fantasia que nos viene dado a través de la tradición oral de los pueblos montañeses, esto ya lo realizan magníficamente los autores mencionados anteriormente, sino analizar los principales temas y motivos de la literatura oral, explicando la dimensión mítica y mágica de los personajes y seres imaginarios del universo pirenaico para probar la innegable unidad cultural del Pirineo.

La tradición oral es una de las actividades comunicativas humanas más antiguas y distendidas a lo largo del planeta, entre cientos de culturas. Es considerada por la Unesco como patrimonio intangible de la humanidad[1], recurso necesario para la supervivencia de las culturas. A través de este hecho comunicativo sociocultural con base en el lenguaje hablado se transmiten los conocimientos históricos, científicos y culturales, a una comunidad, con el fin de preservar dichos saberes de generación en generación.

La multiplicidad de géneros literarios en la tradición oral es bastante evidente. Entre ellos se aprecian las poesías, los refranes, los cuentos, las leyendas, los relatos, los mitos; todos y cada uno bien explícitos y diferenciados. El relativo aislamiento en el que han estado inmersos los valles pirenaicos ha propiciado la conservación, hasta tiempos recientes, de un rico legado inmaterial. Las fábulas, los cuentos y las leyendas están presentes en la cultura de todos los pueblos, pero es en estas sociedades montañesas, como la pirenaica, donde adquieren mayor importancia. La tradición oral en los Pirineos se ha transmitido principalmente al calor del hogar doméstico, donde se desarrollaban largas veladas en los meses invernales y se contaban anécdotas, historias y leyendas en las oscuras y frías noches pirenaicas que, por su carácter práctico o moralizante, formaban parte de la educación de los niños, perpetuando generación tras generación la transmisión de conocimientos y vivencias. La despoblación del mundo rural hizo que, junto con las gentes que se fueron, también se hayan ido todos esos relatos. Por ello, resulta indispensable mantener vivo este patrimonio oral, por ser trasmisor de valores tan importantes como la amistad, la solidaridad, la tolerancia, el respeto, el cariño, la paz, el enriquecimiento de lo plural, el racismo, las guerras, las diferencias, los rechazos e incluso el amor por la naturaleza. En la actualidad existen esperanzadoras propuestas para que perduren en el tiempo estas historias como el “Cuentacuentos del Pirineo” que la Asociación Mallau Amigos de Susín (Biescas) lleva a cabo desde hace ya once años. Su duodécima edición ha debido ser dos veces aplazada debido a la pandemia. Del lado francés tenemos a la Asociation de Raconteurs de Pays des Pyrénées-Atlantiques, creada en 1998 y cuya misión es ofrecer, a través de paseos, una lectura original del lugar, de la cultura o del paisaje que se visita, al mismo tiempo que se comparten secretos y emociones para ayudar a descubrir cosas ocultas y misterios.

Y es que las hadas, los genios y los duendes, hechiceros y encantadores pueblan estos lugares que han inspirado la literatura romántica, sin olvidar en esta tierra de dioses y hombres, el lugar especial que siempre ha mantenido el oso en la mitología pirenaica, y que se remonta a la noche de los tiempos.

En esta comunicación, por cuestión de tiempo, nos vamos a centrar en aquellos relatos mitológicos, leyendas y cuentos que se comparten en las diferentes regiones de esta cordillera. Un pequeño ejemplo que esperemos sirva para despertar la curiosidad y descubrir la magia de este lugar tan leyendario.

 

1. LA MITOLOGÍA EN PIRINEOS: PERSONAJES Y RELATOS

En el prólogo del Trésor de la mythologie pyrénéenne, Olivier de Marliave escribe:

Existe-t-il une mythologie pyrénéenne ? La présence de cet ouvrage constitue déjà une réponse. [...] Ce qu'il reste de cette mythologie, ce sont des contes et légendes, des pratiques religieuses sous lesquelles les traces de cultes païens transparaissent parfois [...], la masse des traditions et superstitions populaires [...]. Nous entendons par mythologie les croyances, les pratiques et les comportements qui ont expliqué et continuent parfois d'expliquer les rapports des Pyrénéens avec le monde de l'imaginaire et du mystérieux. (Marliave, 1996)

La identidad simbólica del espacio pirenaico se ha forjado a través de sus innumerables construcciones mitológicas. Constituyen una unidad geográfica coherente, sin embargo, son mucho más heterogéneos en lo que respecta a su cultura, religión y sociedad ya que han sido habitados por distintos pueblos, que hablaban diferentes lenguas. Además del francés y el castellano, relativamente recientes, se ha hablado, de acuerdo con las regiones, aragonés, occitano ─languedociano, gascón, bearnés─, catalán, aranés, euskera y dialectos y subdialectos locales. Dos son los factores específicos de esta cordillera que han afectado el desarrollo de una mitología arraigada y compleja: siempre ha sido un lugar de paso desde la prehistoria y, paradójicamente, un lugar muy aislado por su condición montañosa. Esto ha protegido las tradiciones del macizo y retrasado el avance de la religión cristiana y en general, de la modernidad.

La cordillera sigue manteniendo esa aura mística, casi mágica. Hay pruebas de cultos muy antiguos, por ejemplo, los crómlechs de Okabe, y también de dioses locales como el dios del sol Abellion. Estos cultos están a menudo relacionados con las tradiciones celtas y galas, pero sobre todo con las vascas —en la prehistoria un grupo ocupaba la mayor parte de la cordillera—. Muchas de estas deidades fueron asimiladas por el panteón religioso romano, una costumbre muy típica de parte del imperio.

Los mitos son importantes porque sirven para explicar una realidad imposible de comprender hasta el momento. Las relaciones de la tierra con lo desconocido se han explicado a través de los saberes y creencias que, de alguna forma, pretendían hacer más habitable la realidad. Así ha sido a lo largo de la historia y así es en la actualidad. Los pequeños, los débiles, los eternamente rechazados del destino, como eran los campesinos de las montañas, inventaban otro mundo donde se sentían vencedores. Al mismo tiempo se buscan maneras de escapar a las fuerzas del mal e invocar a los dioses para solicitar sus favores. Cómo resistirse a conocer la magia de Bosnerau o de la Giganta de Riglos en la Foz de Escalete, el misterio del Toro de Oro de Ayerbe o el sorprendente Abeliou, Dios del sol de los Pirineos.

Bosnerau es el inventor de la agricultura y la ganadería, un ser extraño y gigantesco que controlaba los secretos más profundos del Pirineo. Su pareja femenina se llama Basandere (Señora del Bosque o "Señora Salvaje"). El personaje es común en la mitología vasca y aragonesa, aunque recibe diferentes nombres. En Euskadi le llaman Basajaun; Basajarau en los Valles Occidentales y Bosnerau en el Pirineo central. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelo, el cabello se confundía con la barba y esta, a su vez, ocultaba el resto de su cuerpo. Vivía en cuevas, alejado de la sociedad, aunque era tremendamente bueno con los pastores de los pueblos cercanos. De hecho, cada día salía a pasear por los bosques y cuando se avecinaba una tormenta o una manada de lobos se dirigía a los establos, Bosnerau silbaba tan fuerte que su reclamo era capaz de oírse a cientos de kilómetros. De esa manera, los pastores sabían que debían resguardarse. «Al brotar la hoja, siémbrese el maíz; al caer la hoja, siémbrese el trigo», les decía. Gracias a él, los humanos aprendieron a sobrevivir en las montañas y, por ello, es un personaje tremendamente querido.

Abellion, Abelio, Abello o Abelion es el nombre que recibe el dios señor de los manzanos de los antiguos habitantes de la Galia, Iliria y Aquilea y en general en el sudoeste de Francia. Su nombre sugiere que era una deidad solar, señor de los veranos, similar al dios grecolatino Apolo. Se han encontrado varios altares votivos y estelas epigráficas en su nombre en los Pirineos centrales (especialmente en Cardeilhac, Aulon, St Béat, St Aventin, St Bertrand, Montauban de Luchon...). En el valle de Lesponne (Altos Pirineos), la cruz de Béliou es un ejemplo del culto solar en los Pirineos. En la cruz está esculpido un rostro (cara redonda) que, según los especialistas, podría ser una representación simbólica de Abellion o Abelio. Los numerosos dioses autóctonos, como Abellión, nos son conocidos gracias al asentamiento romano en los Pirineos. Cuando los romanos introdujeron sus cultos oficiales (Augusto, Júpiter, Juno...), nació entre los pirenaicos una moda mimética por los exvotos (altares votivos). Los pirenaicos, imitando a los romanos, tenían multitud de altares votivos grabados en mármol o piedra caliza en nombre de estas divinidades. Así podemos conocer hoy los nombres de estos dioses de las rocas, los árboles, las fuentes...

La Giganta de los Mallos de Riglos forma también parte de esta mitología pirenaica. En la Hoya de Huesca, al sur del Pirineo, se alza una impresionante formación rocosa. Unas verticales paredes conglomeradas esculpidas por el tiempo que conforman un entorno natural único. Los Mallos de Riglos son un rincón de aventura y escalada, pero también un espacio mítico. Cuenta una vieja historia que, en una aldea de la zona, Foz de Escalete, habitaba una extraña anciana de un tamaño tan gigantesco que atemorizaba a todos los habitantes. Era hilandera y, además, tenía fama de bruja. Cansada de ser rechazada por todos, hizo aparecer de la nada las inmensas rocas, y con una fuerza sobrehumana las clavó junto al río Gállego para refugiarse tras ellas. Desde entonces se oculta allí, y casi nadie la ha vuelto a ver. Pero dicen que la giganta bruja se aparece una vez al año, en la Noche de San Juan, cuando llega la medianoche, se le puede ver sentada en El Pisón, con lo que, de esta forma, cuando tiene que mojar el lino y el cáñamo para hacer su labor, no lo hace con su saliva, sino que de cuando en cuando moja los dedos abajo en las aguas del Gállego. En la mitad de ese mallo, en efecto, puede verse una roca a la que se llama, por el parecido, el Huso o también el Puro.

La existencia de riquezas ocultas está rodeada de mucha leyenda y tradición oral popular, transmitida de padres a hijos. En la provincia de Huesca existe una larga tradición aragonesa sobre los musulmanes que no pudieron huir con sus tesoros y los enterraron con la esperanza de volver para desenterrarlos. No es raro que los tesoros escondidos se les atribuya casi siempre a los musulmanes, ya que acumularon grandes riquezas. De aquí nació el misterio del Toro de Oro de Ayerbe. Ya avanzado el siglo XI, el empuje de los ejércitos cristianos, apoyado en los cercanos e inexpugnables castillos de Marcuello y de Loarre, obligó a los musulmanes a abandonar su tradicional fortaleza de Ayerbe. Hasta ese momento había servido de vigía durante tres siglos frente al paso natural que el río Gállego abre hacia el corazón del viejo Aragón. Como poco a poco la situación iba empeorando, algunos musulmanes optaron por la huida y otros por la rendición, muchos fueron los que finalmente tras reflexionar decidieron quedarse. Se discutió entre todos qué hacer y tomaron la decisión, antes de abandonar la fortaleza, de fundir todos los tesoros y objetos que tenían oro y hacer un hermoso toro dorado. Decidieron ocultarlo en uno de los pasadizos subterráneos del castillo ayerbense, en espera de volver a recuperarlo cuando la situación mejorase. Sin embargo, tras unos meses, el castillo pasó a manos de los cristianos para siempre y el paradero del toro de oro, celosamente escondido, se convirtió en un secreto. Los nuevos señores cristianos, conocedores de su existencia y cegados por su codicia, contrataron a varios adivinos para que les indicaran el lugar exacto de su ubicación, ya que los musulmanes que permanecieron en la villa nunca dieron ninguna pista sobre el paradero exacto del toro dorado. Todavía en la actualidad, de vez en cuando, surge alguien que trata de arrancar a esas venerables ruinas su secreto: el paradero de ese toro de oro escondido en torno al derruido castillo de Ayerbe que los musulmanes ayerbenses enterraron en espera de tiempos mejores.

Existen varias versiones sobre el toro de oro dependiendo de la zona en la que nos encontremos. En Aragón, por ejemplo, encontramos el toro de oro de Griegos, cuya historia es muy similar. Como nos dice Juan Dominguez Lasierra existe “todo [un] cúmulo de tradiciones sobre tesoros cultos, dejados por el moro a su paso por nuestros pueblos” (2009: 172).

 

2. LEYENDAS REALES Y SOBRENATURALES

Mediante la literatura oral los habitantes de estos parajes daban significado a muchos hechos no comprendidos y a diferentes creencias espirituales. A su vez, se produce una transferencia de conocimiento y una impartición de lecciones de vida o consejos de forma intergeneracional. En la actualidad este bagaje mitológico e inmaterial se ha ido diluyendo y perdiendo como en muchas otras regiones rurales de Europa.

Las leyendas no nos han llegado intactas desde el pasado, sino en forma de retazos, de resúmenes. Aunque su origen histórico, en gran parte modificado por la imaginación popular, no resulta dudoso, éstas quedan fijadas a lugares muy concretos como veremos a continuación. Estos retazos permanecen aún vivos ya que esta percepción de lo fantástico siempre ha tenido un gran peso cultural y etnológico en la comunidad. De igual manera, se puede afirmar que ha sido un componente indisociable de la capacidad de supervivencia de los montañeses ya que aportaba saberes de su propio ‘nicho ecológico’ a las generaciones más jóvenes, y sentido último a las mayores. Como se puede observar, la leyenda era más que un mero entretenimiento y se constituía en parte de un modus vivendi, si no absoluto sí complementario para su identidad.

Dentro de este apartado, podemos diferenciar varios tipos de Leyendas en Pirineos que aquí clasificaremos en:

 

2. 1. Leyendas etiológicas. - Estas leyendas aclaran el origen de los elementos inherentes a la naturaleza, el origen de un fenómeno natural o un accidente geográfico como los ríos, lagos y montañas. Entre ellas destacamos una que nos habla de la creación de la propia cordillera: la leyenda de Pyrene[2].

En la vertiente francesa, según el mito, relatado por Silius Italicus[3] sobre el paso de Aníbal por esta región, Pyrene fue seducida por Heracles (aquí llamado Alcide o Hércules), anfitrión del rey Bebryx y él mismo “poseído por Baco”, cuando se dirigía a las tierras de Gerión.

Después de su partida, Pyrene, desesperada, huyó a los bosques, dio a luz a una serpiente y fue asesinada por las fieras. La piedra de Oô, descubierta en los Pirineos centrales, en la región de Bagnères de Luchon, y conservada en el Museo de los Agustinos de Toulouse, que representa de forma burda a una mujer con una serpiente que sale de su sexo y muerde (o amamanta) un pecho, se ha relacionado, sin ninguna certeza, con esta leyenda. A su regreso, Heracles le construyó una tumba en las montañas, que tomó el nombre de Pyrene. Las leyendas posteriores suelen decir que los propios Pirineos fueron levantados por Hércules para convertirse en la tumba del Pyrène. Esta es la versión que Jean-Claude Pertuzé adaptó libremente y como el mismo dice “en douceur” en 1997 para las Éditions Loubatières. Los habitantes de Ariège ubican la tumba de Pyrène en la cueva de Lombrives, situada en la localidad de Ussat-les-Bains, donde, gracias a la imaginación de los guías, se puede admirar una estalagmita que representa su sepultura.

Existen, por supuesto, varias versiones de esta leyenda, pero quizás la más popular en la vertiente española sea la que reza que mucho tiempo atrás, Gerión derrotó a Túbal, rey de la península Ibérica. Gerión se enamoró de la hija de Tubal, Pyrene, una ninfa del bosque, que huye a los bosques de la llanura para esconderse. Gerión sabía que tenía que matar a la princesa para poder hacerse con el control total como nuevo rey de Hispania. La persigue llegando hasta la frontera con Francia. Al no encontrarla decide quemar todo ese vasto territorio. Hércules también enamorado de la joven fue a salvarla. Pero no pudo hacer nada por ella. La princesa moriría presa de las llamas. Destrozado y arrepentido por la pérdida, el héroe griego quiso darle sepultura en algún punto entre el valle de Benasque y el Valle de Aran, dando lugar a la cordillera que llevaría su nombre, los Pirineos. Pyros, palabra griega significa Fuego y Neos significa nuevo. Así pues, Pirineos significa Fuego Nuevo.

Tras la muerte de la ninfa, las nieves se apoderaron del valle, el agua empezó a correr y el verde se extendió por cada rincón. En ese momento, cientos de personas comenzaron a poblar los Pirineos, al igual que los gigantes que vieron en aquella ubicación, una morada irresistible. Uno de ellos fue Netú, un gigante cruel y malhumorado. Un día, Netú, con la ayuda de una flecha asesinó a Atland, descendiente de los antiguos atlantes quienes sostenían la tierra sobre sus hombros. Los dioses, al presenciar aquella escena decidieron someter al gigante y le lanzaron un rayo. Al instante, Netú, se desplomó sobre el valle, siendo sepultado por miles de rocas hasta crear el Aneto. Dicen que las nieves perpetuas del glaciar son las blancas barbas de Atland.

Que Netú quedó convertido en el pico del Aneto es la leyenda más popular de la zona, pero tiene, como todas, sus matices. Una versión añade una guerra entre los gigantes y el Olimpo. Al parecer, los gigantes se propusieron alcanzar la morada de los dioses y amontonaron tantas montañas como pudieron para llegar a ellos. Pero los dioses vencieron con la inestimable ayuda de Hércules. El caso es que los pocos gigantes que sobrevivieron a la ira de las divinidades se escondieron en las montañas de los Pirineos. Ese fue el caso de Netú, que estaría, entonces, de mal humor por esta guerra perdida. Habiendo fracasado como guerrero revolucionario, decidió convertirse en pastor. Y aquí empezaría su historia.

Netú: La Leyenda del Aneto de Carmen Castán es una obra publicada en patués, aranés y occitano, cuyo objetivo es poner en valor los aspectos comunes de varios territorios: Benasque, Viella, Luchón y Mijaran. Por un lado, como territorios pirenaicos transfronterizos, que comparten una similitud orográfica y una manera parecida de vivir. Por otro lado, se pone en valor la cultura oral (a través de una leyenda) y la lengua oficial de cada uno de los territorios que toman parte del proyecto, que son minoritarias, y que se tienen que cuidar y promover (benasqués, occitano y aranés). Y, finalmente, se remarca el espíritu de cooperación entre los tres socios trabajando de manera conjunta en el proyecto Interreg-POCTEFA[4] de difusión de sus territorios.

Pero quizás la leyenda más famosa sea la creación de la Brecha de Rolando, por ser este uno de los caballeros más reconocidos de su época gracias a su destreza, su porte arrogante y su extraordinaria bravura. Sobre el año 800 Roldán sobrino del Rey franco Carlomagno, se dirige a Zaragoza con el más poderoso ejército del siglo VIII, después del asedio a la ciudad de Zaragoza inicia su retirada. Cuentan que Carlomagno, al retornar hacia su patria a través de esta cordillera, sufrió varias emboscadas, y en la última, la retaguardia de su ejército fue aniquilada por los vascones en el Valle de Roncesvalles. Rolando luchó valerosamente contra sus enemigos, ayudándose de su lanza y su poderosa espada, pero fue finalmente derrotado. Malherido huyó cautelosamente hacia las tierras francesas perseguido por sus enemigos y consiguió llegar hasta el valle de Ordesa, hasta el último repecho de la montaña, desde donde pudo ver a sus perseguidores y comprendió que estaba atrapado. Sabiéndose muerto porque no podía hacer frente a sus rivales, decidió deshacerse de su poderosa espada para que no cayera en manos contrarias, y la lanzo con una sobrenatural fuerza al otro lado de la montaña haciendo llegar a su patria un último saludo de despedida. Fue tanta fuerza la que uso que la espada en vez de golpear la pared de piedra y caer al suelo, partió la montaña haciendo que se abriera una brecha de grandes proporciones. Cuentan los ancianos de la zona que, desde entonces, y en su honor, esta gran brecha y paso natural con Francia lleva su nombre.

2.2. Leyendas Históricas. -  Aquellas que han ocurrido en guerras o conquistas, como la que narra la Conquista del castillo de Alquézar por los cristianos. – Cuenta la Leyenda que el tirano rey moro Jalaf Ibn Rasid, durante su reinado en Alquézar Huesca y el vasto territorio del Somontano exigía a la población cristiana del contorno llamado tributo de las doncellas. Hasta que un día, una joven vecina del pueblo de Buera, tan valiente como hermosa decidió tomarse la venganza por su mano. A su señal, los cristianos atacarían la fortaleza castillo de Alquézar y así vencerían a los moros sin dificultad. Todos intentaron persuadirla de que su encrucijada era una locura. Pero la valiente y hermosa joven al caer la noche se vistió con sus telas más sutiles. Se recogió el pelo con una peineta bien afilada y se fue al castillo para ofrecerse al Rey moro. Una vez presentada, el rey Jalaf Ibn Rasid embriagado por el vino de la cena, sucumbió ante la belleza de la hermosa joven. Después de poseerla y gracias al vino ingerido, el rey se quedó dormido. En ese instante la joven aprovechó para clavarle la afilada peineta en el corazón. Con la sangre derramada mojó un pañuelo blanco que mostró por la ventana. Esta era la señal que esperaban los cristianos para atacar el castillo. Tal fue el desconcierto de los musulmanes que, antes de ser apresados por los cristianos, decidieron precipitarse por los acantilados hasta el fondo del barranco, a lomos de sus caballos a los que habían vendado los ojos. Dicen que las almas de los soldados moros vagan por los barrancos de Alquézar y que algunas noches se pueden escuchar sus gritos de agonía.

2.3. Leyendas escatológicas. -  Aquellas que nos hablan de seres del inframundo, brujas y demonios son las más habituales. Respecto a estas primeras, tanto el Pirineo Francés como español está repleto de historias relacionadas con estas malvadas mujeres. El antropólogo español José Dueso ha realizado un trabajo de recopilación de relatos encomiable y obviamente también de escritura. En su obra Leyendas de brujas en el Pirineo fantástico ha sabido transmitir como nadie los ambientes, las atmósferas y el miedo a lo sobrenatural sin perder el punto esencial de la leyenda. Ninguno de sus relatos se repite y ha sabido darnos no solo un conjunto de leyendas orales sin igual, sino además un viaje maravilloso por ese lugar de magia que son los Pirineos.

Dicen que las brujas del Pirineo son las más grandes brujas de todos los tiempos, las verdaderas brujas, y que todas las demás son solo pobres imitaciones de ellas. Dicen, también, que las pirenaicas fueron las primeras brujas de Occidente, las que se entregaron al diablo en figura de macho cabrío cuando nadie todavía lo había hecho y las que inventaron el aquelarre, las que antes se convirtieron en gatos negros, las que descubrieron el vuelo en escobas y, por supuesto, las pioneras en dar con sus pobres huesos en las hogueras encendidas por las inquisiciones de turno. Además, dicen que del Pirineo se extendieron como una mancha de aceite por Europa, hacia el norte, y por la península ibérica, hacia el sur. Pero, sabido es, del mismo modo, que se dicen tantas y tantas cosas… (Leyendas de brujas en el Pirineo fantástico, José Dueso).

 

La prueba fehaciente de que estas creencias estaban bien arraigadas en esta zona es la cantidad de “espantabrujas” que se pueden ver todavía en las casas. Son unos elementos pétreos, a menudo figurados, a los que tradicionalmente se han atribuido funciones protectoras. Según esta visión, los ‘espantabrujas” cumplirían la función de impedir la entrada de “malos espíritus” en la vivienda a través de la encumbrada chimenea. Y para proteger las puertas, la gente colocaba en las casas las cardinchas (flor de forma solar).

Las brujas del Pirineo se reunían siempre en las cimas de las montañas. Aquí encendían hogueras y realizaban aquelarres para venerar al diablo, que tomaba forma de macho cabrío. Después, regresaban a los pueblos para hacer maldades.

Por el tubo de la chimenea bajamos nosotras, cuando por las noches todos duermen en las casas; nos acercamos a la cama de la virgen y entibiamos sus sueños con imágenes obscenas que la angustian, engañamos al marido con los celos, después de tentar a la esposa con el adulterio, y antes de marcharnos matamos a los animales en los establos (Dueso, 2015: 145)

 

La historia más famosa de la brujería en España la encontramos en el Pirineo navarro con las brujas de Zugarramurdi. La caza de brujas se desató en él a principios del siglo XVII. Terminó con un auto de fe redactado por la Inquisición que condenó a morir en la hoguera a once personas acusadas de brujería y prácticas satánicas.

2.4. Leyendas Rurales. -  Sobre todo en los Pirineos vamos a encontrar este tipo de relatos. Cada región o zona tiene un tipo determinado de mitos o creencias. Así pues, veremos que estas historias son muy diferentes dependiendo en el Pirineo que nos encontremos. En el Pirineo Navarro y Vasco son muy típicas las historias del Basajaun. En el Pirineo Navarro también son especialmente conocidas las de brujas o todo lo relacionado con ellas. Y en el Pirineo Catalán de cómo se formaron algunos pueblos. 

Una de las leyendas más conocidas de la región de Aragón es “la leyenda de la mujer serpiente”. Cuenta la leyenda siresana que un pastor se hallaba cuidando su rebaño cuando descubrió una cueva y penetró en su interior. Allí descubrió a una mujer que tenía cuerpo de serpiente y que se estaba peinando frente a un espejo. A su lado había una gran cantidad de tesoros entre los que figuraba un deslumbrante cáliz, que la leyenda designa como El Santo Grial. El pastor se adentró en el interior disimuladamente, y aprovechando un descuido de la mujer, (o mora, o bruja, como también se la denomina), se hizo con la brillante joya y salió huyendo del lugar. Pero fue descubierto por su poseedora, que no dudó en salir tras él. El pastor, atemorizado, corrió hasta la iglesia de San Pedro de Siresa y pidió al santo que le abriera las puertas y que le diera su protección, como así fue. Las puertas se abrieron, entró el pastor en el interior del templo y éstas volvieron a cerrarse. La perseguidora, viéndose burlada, dio contra el pórtico un enorme coletazo y quedó para siempre convertida en piedra. Su huella quedó marcada en uno de los sillares, probablemente un fósil del corredor de entrada. Se dice que en un hueco abierto en el altar mayor de la iglesia se depositó el Santo Grial, leyenda que nunca ha sido olvidada, sino que permanece en la memoria viva de los habitantes de Siresa y de toda la región.

La riqueza de la leyenda pirenaica como podemos ver es extrema. Basta con hojear el Guide des Pyrénées mystérieuses de Bernard Duhourcau, Le Panthéon pyrénéen de Olivier de Marliave y Jean-Claude Pertuzé, Aragón Legendario de Juan Dominguez Lasierra o 50 lugares mágicos de los Pirineos de Carlos Ollés Estopiñá, para convencerse.

 

3. CUENTOS POPULARES O FOLKLÓRICOS

Existen diferencias notables entre las leyendas y los cuentos populares o folklóricos. Ambos presentan una gran similitud, tanto que con mucha frecuencia se presentan conjuntamente publicados. La leyenda, como hemos visto, tiene unos trazos históricos y geográficos evidentes al situar los hechos en lugares más o menos localizables que son protagonizados por personajes históricos o acompañantes de los mismos que bien pudieron existir (Tenéze, 1969).

Por el contrario, nos encontramos con un cuento cuando no hay referencia geográfica identificable alguna, los hechos suceden en un bosque, en el mar, o en el castillo encumbrado de un país muy lejano, y tampoco es posible la identificación de los personajes que suelen ser indefinidos: un rey, un labrador, un pescador, etc., y, a veces, son calificados con adjetivos comunes: el hermano mayor, el hermano menor; el más diligente o perezoso; a lo sumo sus nombres, cuando aparecen, son los comunes de la zona geográfica donde se recopilaron, muchas veces sirviendo para dar título al cuento: Pedro el de Malas, Juan el Oso que veremos más adelante.

Según Juan Domínguez Lasierra, el cuento “es pintura de tipos, de caracteres, de usos, de ambiente, de paisajes, un trozo de vida llevado al papel, como el pintor lo lleva al lienzo”. Para Julio Camarena el cuento es “una obra en prosa, de creación colectiva, que narra sucesos ficticios y que vive en la tradición oral variando continuamente” (1995:31). En los cuentos folklóricos del Pirineo encontramos toda una serie de seres fantásticos y personajes comunes en toda la cordillera, pese a sus diversas denominaciones. Así, por ejemplo, encontraremos historias de fadas (hadas), moras, donas d’aigua, lamias, lavanderas (todos ellos personajes femeninos no humanos, de gran belleza, con poderes mágicos y relacionadas con la naturaleza o el agua), brujas (denominación genérica para referirse a seres fantásticos o mágicos), duendes (responden a muchas caracterizaciones; presentan un reducido tamaño, son traviesos y juguetones) y dragones (animales fantásticos), árboles mágicos o espíritus de la montaña.

Son muchos los escritores que han dedicado su tiempo y su obra a la recopilación de estas tradiciones orales en forma de cuentos. Además del citado Juan Domínguez Lasierra (1943-), destacan Rafael Andolz (Jaca, 1926 - Huesca, 1998) con sus libros “Leyendas del Pirineo” (1994), “Cuentos del Pirineo para niños y adultos” (1995), “El Pirineo. Cuéntamelo, yayo” (1997) o “Marieta” (1998); Eusebio Blasco Soler (Zaragoza 1844, Madrid 1903) con sus “Cuentos aragoneses”; Jacint Verdaguer (1845-1902) en Cataluña y su famosa obra “Canigó. Llegenda pirenaica del temps de la Reconquista” (1886), Felix Arnaudin (1844-1921) en las Landas, Eugène Cordier (1823-1870) en Bigorre, Horace Chauve (1873-1962) en el Roussillon, entre muchos otros; todos estos escritores “nos permiten hoy revivir este mundo imaginario, todavía marcado por una locura juvenil y una libertad que nos sorprende” (Cosem 2017: 7).

Existen varias obras que recopilan estos cuentos folklóricos, entre los que destacamos Pirineo, un país de cuento (2003), obra que recopila a una treintena de escritores de toda la cordillera (vascos, aragoneses, catalanes y occitanos) y un mosaico de historias que beben de las fuentes de la tradición oral, del universo legendario y mítico, o de la realidad casi siempre dramática de anónimos personajes. De la chaminera al tejao. Antología de cuentos folklóricos aragoneses (2010), en dos volúmenes que Carlos González y Pep Bruno han recopilado y editado dentro de la colección Tierra Oral de la editorial Palabras del candil, de Guadalajara, con historias recogidas de la tradición oral y rural. En ellos se incluyen cuentos folklóricos recopilados por los principales investigadores de este género en las diversas variedades de sus tres lenguas y ordenados por González conforme el Índice Internacional del Cuento Tipo. En el primer volumen encontramos cuentos de animales, que siguen la tradición de las fábulas, maravillosos o de hadas, religiosos, y cuentos novela. En el segundo, aparecen los cuentos del ogro estúpido, cuentos de fórmula y de brujas, y chistes y anécdotas, el subgénero más popular en Aragón, España y el resto del mundo.

No podemos cerrar este capítulo sin hacer mención del cuento quizás más conocido que se puede encontrar a lo largo de la cadena montañosa y este no es otro que Jean de l'Ours. Mientras el oso desaparecía paulatinamente de los bosques europeos, este animal seguía muy presente en los Pirineos: animal salvaje temido y cazado, tanto depredador como presa. En toda esta cordillera, como en otros países y en varias lenguas, desde el Juan Artz o Xan de l'Ours de los vascos hasta el Joan de l'Ós catalán, encontramos la historia de un niño peludo nacido del apareamiento de un oso y una mujer. Esta historia refleja el papel mitológico que desempeñaba el oso, vinculado a la fertilidad, tanto en Europa como en el resto del mundo. A través de él, se revela un poco del alma pirenaica: el origen oscuro e incierto del héroe, hijo de una bestia que rondaba tanto la imaginación como la vida cotidiana de los habitantes del lugar. También esa necesidad de huir: todos los pueblos carecían de recursos suficientes para alimentar a sus hijos. Además, la experiencia de la vida y la constatación de que la fuerza no era suficiente, que había que ser astuto y quizás más emprendedor, inteligente. Jean de l'Ours es, sin duda, el cuento que más éxito ha tenido gracias a los almanaques. La mitología vasca a veces equipara a Juan el Oso con Basajaun o Baxajaun, personaje mítico que hemos visto precedentemente.

 

Conclusión

Los Pirineos no forman un conjunto coherente y uniforme. Cada valle alto se comunica más fácilmente con las tierras bajas que con su vecino fronterizo. Como cuando los habitantes cruzaban para ir a las ferias e incluso al exilio. Pero es cierto que la geografía impone a las personas actitudes, formas de concebir el mundo e incluso sueños similares. Un agricultor o un pastor de Aragón se siente igualmente unido a su primo de la región de Ariège. A ambos lados de la cadena, las ideas no han dejado nunca de circular, ni de fluir. Así que podemos considerar que existe un conjunto cultural pirenaico con, por supuesto, especificidades pertenecientes a otras culturas como pueden ser las vascas y las catalanas.

Y aunque se hayan extinguido las antiguas veladas que al calor del hogar alimentaban los mitos, leyendas y cuentos, otras formas de convivencia están naciendo y estamos seguros de que la larga historia de los cuentos y las leyendas del Pirineo no ha llegado todavía a su fin.

Bibliografía

Abarca, Alberto y de Meer, Mariano, La leyenda del Aneto, Editorial Pirineo.

Blasco Soler, Eusebio, Cuentos aragoneses, Zaragoza : Taula, D.L. 2013.

Camarena Laucirica, Julio, “El cuento popular”. Anthropos: Boletín de información y documentación, Nº 166-167, 1995.

Cordier, Eugène, Les Légendes des Hautes-Pyrénées, Association Guillaume Mauran, Tarbes, 1986.

Cosem, Michel, Les plus beaux contes des Pyrénées, Éditions Cairn, 2017.

Dominguez Lasierra, Aragón Legendario, Editorial DELSAN, 2009.

Marliave, Olivier de, Panthéon Pyrénéen, illustrations de Jean-Claude Pertuzé, Toulouse: Éditions Loubatières, octobre 1990.

Marliave, Olivier de, Trésor de la mythologie pyrénéenne. Éditions Esper (Toulouse), 1987, éditions Sud Ouest, 1996

Pertuzé, Jean-Claude, Pyrène, (texte et illustration), éd. Loubatières, 1997.

Pertuzé, Jean-Claude Les chants de Pyrène, éditions Loubatières, 4 vol., 1981-1984, rééd. intégrale 2003 (BD)

R. Almodovar, A., Cuentos maravillosos españoles. Ed. Crítica (Grijalbo). Barcelona, 1982.

Tenéze, M. L. (1969) : « Introduction à l’étude de la littérature orale : le conte », Annales Economie, Societé, Civilisations, 24

UNESCO, Convención para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. 2003. URL: <http://unesdoc.unesco.org/images/0013/001325/132540s.pdf>



[2] Pyrene, en griego antiguo Πυρήνη / Pyrḗnē, es la hija de Bebryx, el héroe epónimo de los Bebryces, pueblo que la mitología, que no es geógrafa, sitúa en Bitinia.

[3] Silius Italicus, Punica, Les Belles Lettres, Paris, 1979, p. 86-88.

[4] Interreg surgió en el año 1990 para cofinanciar proyectos de cooperación transfronteriza. Con el paso de los años se ha convertido también en un instrumento de financiación de programas de cooperación transnacionales e interregionales.

lunes, 1 de noviembre de 2021

TODO LOS QUE LOS ESTUDIOS ECOCRÍTICOS Y LAS HUMANIDADES AMBIENTALES PUEDEN HACER POR NUESTROS MARES

Arona SOS Interesante charla sobre la ecocrítica y la ecoliteratura como herramientas para defender el ecosistema marino 🐳
Intervinieron Montserrat López Mújica, Mar Campos Fernández-Figares, Aitana Martos García y Juan Ignacio Oliva, especialistas en humanidades ambientales y que desarrollan sus investigaciones en Almería, Madrid y Tenerife, moderado por Isabel Delgado 🤩


Para visionar el encuentro picha en el Facebook del Festival SOS Arona Atlántico o aquí: (20+) Facebook

lunes, 25 de octubre de 2021

NOTA DE LECTURA. "EL MATRIARCADO" DE PAUL LAFARGUE

 

La editorial Altamarea Ediciones acaba de publicar “El Matriarcado”[1], obra del polifacético político, periodista y escritor Paul Lafargue (1842-1911), con prólogo de la socióloga, historiadora y activista femenina Dora Barrancos y cuya traducción ha sido realizada por el a su vez escritor, traductor y profesor Alfredo Álvarez Álvarez. Publicado en Francia inicialmente en forma de serial en la revista Le Socialiste, del 4 de septiembre al 16 de octubre de 1886, y por primera vez en castellano en 1910 por el Centro Editorial Presa (Barcelona), este texto clásico sigue siendo fascinante y más que nunca de gran actualidad. Otras reediciones han ido apareciendo en los años sucesivos, lo que denota su especial relevancia. Nos enseña que el matriarcado es ante todo un sistema de parentesco, una concepción de la familia. Es un término antropológico común utilizado para designar una determinada organización familiar. Compuesto por el latín mater y el griego arkhè, significa literalmente "el orden de las madres". Su lectura no dejará indiferente a nadie: “antes de llegar a la estructura familiar actual, la humanidad tuvo otra muy diferente, con la madre como elemento central”. Lafargue demuestra que la familia matriarcal (sin padre ni marido, pero no sin tío) es original de toda la humanidad, y que el advenimiento de la familia patriarcal (reconocimiento de la paternidad) fue una revolución sangrienta. El matriarcado, según Lafargue, es la ausencia legal del padre, incluyendo la matrilinealidad: toda la transmisión es por sangre materna, la matrilocalidad: la vida social se organiza en torno a la madre y la avonculat: la paternidad social (educación) del niño está asegurada por el tío materno. En efecto, estas llamadas sociedades matriarcales se estructuran en familias extensas colectivistas (clanes), matrilineales, sin matrimonio ni paternidad genética reconocida. El niño pertenece al clan de su madre, del que se excluye al padre. Éstos son criados por los hombres de su clan, gracias a los tíos maternos, y no por su padre. No hay parejas, ni fidelidad, ni celos, ni posesividad, ni violencia de género, ni prostitución, ni mercantilización del sexo. Los asuntos internos de la familia suelen ser gestionados por las mujeres, mientras que de los asuntos externos se ocupan los hombres. La distribución del trabajo se basa en el mérito. Hablaremos más bien de un sistema matri-céntrico o matrístico, porque la madre no está por encima sino en el centro de la sociedad. Este es el primer sistema familiar conocido por la humanidad. Su origen fue el desconocimiento del vínculo entre la sexualidad y la reproducción, y se mantuvo mucho después del descubrimiento de la paternidad.

A través de un elocuente panorama de las costumbres y tradiciones de muchas sociedades primitivas, que no tenían familia paterna, esta original obra nos presenta además el nefasto papel de la aparición del patriarcado. El libro se divide en seis capítulos, en los que se presentan cuestiones de gran relevancia histórica: Paul Lafargue retoma los trabajos de Lewis Henry Morgan[2] sobre los indios americanos “iroqueses”, de Henri Duveyrier[3] sobre los tuaregs de África, de Lorimer Fison y Alfred William Howitt sobre los kamilaroi y los kurnai de Australia, sobre los naires de la India del erudito suizo Johann Jakob Bachoffen[4], y analiza también la mitología del Egipto faraónico y la de la antigua Grecia (El matricidio de Orestes, el fuego sagrado de Prometeo, la caja de Pandora...), para constatar que el matriarcado coincidía con ese comunismo primitivo[5] en el que las mujeres eran las que gobernaban la familia y tenían varios hombres para que ninguno de ellos pudiera reivindicarse como padre.

Y al mismo tiempo nos explica cómo llegamos al patriarcado dominante que padecemos todavía en la actualidad, su origen y su expansión a través de toda la humanidad: la llegada de la familia patriarcal (reconocimiento de la paternidad) no fue nada pacífica: “la familia patriarcal hizo su entrada en el mundo escoltada por la discordia, el crimen y la farsa degradante” (114). A este último aspecto le dedica su último capítulo “La farsa después de la tragedia”, con una mención especial a la tradición de la covada: “Es conocida la covada vasca; la mujer da a luz y el marido se mete en la cama, gime y se contorsiona mientras los vecinos y las vecinas acuden a visitarlo, en un ambiente de gravedad, para felicitarlo por el feliz alumbramiento” (111). La covada es un rito de aceptación de la paternidad y de legitimación del recién nacido. En el matriarcado sería la mujer, como cabeza de familia, quien legitima y decide la aceptación de los hijos; ahora con la covada o simulación masculina del parto en cambio es esencial la aceptación por parte del padre, sin la cual el recién nacido no se incorpora a la familia. Se trata en resumen de un reconocimiento público y expreso de la paternidad, del papel que juega el padre y del nuevo ser como hijo suyo. (Recordemos cómo en la familia romana es el paterfamilias el que acepta formalmente al hijo recién nacido.)  Con estos ritos se estaría negando, pues, el matriarcado.

Paul Lafargue escribió mucho sobre el papel de la mujer en la sociedad Le matriarcat, étude sur les origines de la famille (1886), Recherches sur l'origine et l'évolution des idées de justice, du bien, de l'âme et de dieu (1909) enfrentándose así al machismo ambiental de principios del siglo XX, al mismo tiempo que denunciaba la visión anticuada de la burguesía sobre el papel de la mujer en la sociedad, poniéndola en perspectiva histórica. Según él, sólo la instauración del socialismo podía resolver esta "cuestión de la mujer". Por ello esta obra sigue estando esencialmente de gran actualidad, para ser leída y releída a través de los años.

 



[1] Paul Lafargue publicó en 1886 Le matriarcat, étude sur les origines de la famille (ed. Kodawa, 2012).

[2] Lewis Henry Morgan, jurista estadounidense, es considerado el fundador de la antropología, sobre todo porque observó él mismo a las tribus iroquesas sumergiéndose en ellas. En 1877 publicó una obra impactante, Ancient Society, en la que planteaba un modelo evolutivo de las sociedades.

[3] Duveyrier, Les Touareg du Nord, Paris, 1851.

[4] Le droit maternel (Das Mutterrecht)

[5] No olvidemos que Paul Lafargue fue uno de los máximos defensores de Karl Marx, -que pasó a la historia como el ideólogo de la doctrina comunista-, y además su yerno, ya que se casó con Laura Marx. Juntos estuvieron casados más de 40 años viviendo una apasionada historia de amor y filosofía con un final trágico.

viernes, 24 de septiembre de 2021

UN REGARD BIOPHILIQUE SUR L’ŒUVRE DE C.F. RAMUZ

 


La biophilie est un terme repris par le biologiste E. O. Wilson dans son ouvrage Biophilia, qui se traduit littéralement par l’« amour de la nature ».
Cette théorie se base sur le principe que chaque être humain éprouve le besoin inné d’être en relation avec la nature. Wilson soutient que la tendance des êtres humains à exalter la nature et à rechercher un contact intime avec elle est l'expression d'un besoin biologique qui fait partie intégrante de notre personnalité en tant qu'êtres humains. En d'autres termes, une partie de notre patrimoine génétique contient des éléments qui produisent en nous le besoin inexorable de nous associer, de nous mettre en relation, d'être en contact avec la nature et les autres êtres vivants. La « biophilie » serait donc cette capacité que nous avons tous à nous émerveiller de la vie qui nous entoure.

La nature fait partie de nous, tout comme nous faisons partie de la nature. C'est pourquoi la communauté littéraire est appelée à être un peu poète, à pouvoir expliquer correctement la beauté et le sens de la nature, des arbres, des montagnes, des rivières.... Ce que Ramuz a toujours fait ! Ramuz s’est toujours senti étroitement attaché à certains éléments biophysiques de son pays, parmi lesquels se trouvent les montagnes, le lac Léman, le Rhône et la forêt (symbolisée par l'arbre). Tous ces éléments, qui font partie des manifestations de la biophilie, seront étudiées à continuation, pour montrer que Ramuz était un précurseur de l’écologie, soucieux de la conservation et de la préservation de la nature de son pays. Puis, on montrera que les descriptions de ses paysages majestueux symbolisent pour cet auteur plus qu'un simple décor pour mettre en scène le destin de ses personnages. Non seulement l'homme, avec toutes ses peines, représentait pour lui le centre de tout, mais la nature jouait également un rôle très important. Ramuz essaie de transmettre un message très précis : la nature est une entité vivante, qui souffre, qui a des sentiments et que nous devons respecter.


Je venais d’un pays

Où la nature impose seule

Ses monuments aux regards.

Et ils sont grands

Tellement grands.

 

1. La montagne de C.F. Ramuz

La vie et l'œuvre de C.F. Ramuz ont toujours été irrémédiablement liées à la nature depuis son plus jeune âge. Ce processus aurait marqué des sentiments et des émotions positives liés au paysage, à la vie naturelle et à l'expérimentation de celle-ci. Comme Wilson affirme « L'échange homme-nature a un impact sur l'intelligence, les émotions, la créativité, le sens esthétique, l'expression verbale et la curiosité » (E.O. Wilson). Il est évident que Ramuz est un bel exemple de ceci. Cependant, lorsque Ramuz a dû écrire pour la première fois sur les Alpes, il a été confronté à une forte tradition littéraire « romande » qui remontait à Eugène Rambert[1]. Les Alpes se présentaient comme un symbole de la liberté et de la grandeur morale. Elles avaient été imprégnées d'un idéalisme abstrait et d'un lyrisme patriotique. Ramuz sera toujours contre tous ces sentiments patriotiques, contre cet helvétisme démesuré, contre cette Suisse idéale décrite par Rambert :

C’est cette dernière que nous représentent les Alpes dans leur majestueuse et sublime sérénité. Elles en sont l’image visible à tous les yeux. Les Alpes, c’est la patrie, mais la patrie dans ce qu’elle a d’éternel et d’inaltérable, la patrie avec sa fierté native, sa glorieuse indépendance et ses nobles traditions de vaillance et de pureté[2].

 

Ramuz ne s'approche pas de la montagne « comme on entre dans un temple, le front découvert, et s’effrayant à l’idée d’en trouver le silence religieux »[3]  ; ce n'est ni un alpiniste expert ni un passionné par ce que nous connaissons comme la haute montagne. Dans les premières pages du magazine Essais, Ramuz souligne à quel point la littérature est restée jusqu'à là étrangère à la montagne :

Non qu’on ne l’ait suffisamment décrite ou célébrée, mais ceux qui la vantent viennent de bien loin, ils la voient du dehors, ils la saluent à distance : il faudrait l’éteindre et la pénétrer ; je voudrais que la pensée, les mots et la langue même se pliassent à ses enseignements profonds. Elle réclame un amour fait des nerfs et de sang ; on n’irait point à elle pour la peindre et la « chanter » et s’en tenir là ; on irait à elle pour elle-même, avec un cœur docile. […] Elle touche plus à l’esprit qu’aux sens ; c’est par là qu’elle est admirable[4].

 

Grâce à Chateaubriand et à son ouvrage Voyage au Mont-Blanc (1806), il trouve un allié qui décrit la montagne d'une manière différente de celle des poètes comme Rousseau. Chateaubriand la considère à travers les yeux du paysan qui souffre de la nature qui l'entoure. En mettant ainsi en valeur l'élément dramatique de la montagne, il se libère du subjectivisme romantique de Rousseau. L'objectif de Chateaubriand n'était pas de créer une œuvre d'art à partir de réflexions tirées des Alpes, mais simplement de trouver la réalité qui se cachait derrière les descriptions des poètes. Son attitude, bien que négative, était basée sur un grand souci de trouver la vérité. Ramuz, ira encore plus loin, en se appuyant sur ces mêmes observations sobres et réalistes.

Dans La Grande peur dans la montagne, nous entendons pour la première fois la véritable voix de la montagne, celle qui n'a jamais voulu montrer la tradition scolaire mais qui est si bien connue des paysans qui la vivent et la contemplent chaque jour ; et ils l’appellent « celle du mois de neiges et des rochers : le mauvais pays, en quoi il veut dire qu'il ne produit rien- 'bon' voulant dire qui rapporte »[5].

Les accords imposés par une littérature pitoyable, inculquée par un enseignement en décalage avec la réalité, avaient sculpté une image pleine de clichés, comme celle des Alpes en fleur ou des grands glaciers. « Tout mon effort », écrit Ramuz en essayant d'expliquer la lutte qu'il a menée contre l'école, a été celui de « redécouvrir ma montagne sur sa montagne »[6]. La montagne de Ramuz est un lieu habité - mais seulement dans ces espaces que la montagne cède aux hommes. Elle représente les pâturages, les prairies où les troupeaux errent pendant l'été. La montagne commence là où se terminent les derniers arbres, au-delà de ces pins autochtones qui ont été un jour frappés par la foudre et qui, au lieu de branches, semblent avoir des moignons. Là, le bétail broute tranquillement l'herbe basse des pâturages ; les chèvres, les moutons cherchent les rares buissons au milieu des différents blocs de pierre. En 1925, Ramuz réalise le vœu qu'il avait fait le 15 septembre 1895 : « Il me tarde de voir les Alpes purgés de ces fantômes embarrassants, armés de piolets, accompagnés d’une bande de mises en jupes courtes et d’une caravane de guides »[7].

La montagne apparaît presque toujours dans ses œuvres comme une entité menaçante, arrogante, terrifiante et diabolique (« elle donnait – explique Georges Borgeaud – des frissons, elle faisait naître des fantômes sous les pas, elle logeait dans ses précipices des dieux et des légendes, tous les orages[8] ». Elle acquiert toujours ce rôle principal de protagoniste dans ses histoires, car c'est elle qui détermine le drame du récit, en y participant intensément. La montagne de Ramuz n'apparaît donc pas comme une décoration simple et statique pour les sept bergers qui montent dans La Grande peur dans la montagne à Sasseneire pour profiter de « cette herbe de là-haut qui s’en va pour rien, devient verte, pousse, mûrit, sèche… cette herbe qui se perd depuis vingt ans »[9] ; ce n'est pas non plus le cas dans l'histoire de Derborence : le berger Antoine Pont, qui échappe miraculeusement à une terrible avalanche de pierres, réapparaît après avoir été enterré pendant sept semaines sous les blocs, et disparaît à nouveau – « et voilà qu’il retourne aux pierres comme s’il ne pouvait plus s’en passer »- poussé soit par un profond sentiment d'amitié - il croit que son ami Séraphin est toujours vivant sous les blocs de pierre - soit par la mystérieuse et irrésistible attraction que la montagne exerce sur lui. A une autre époque, la montagne était considérée comme un « lieu maudit de l’écrasement, mais aussi celui du refuge, par l’exil des hommes…, avant d’être celui des retrouvailles finales, dans la solitude élevée du pierrier, de Thérèse et Antoine »[10].

Dans les hauts plateaux, Ramuz nous fait également découvrir un monde nouveau, inattendu et surprenant au cœur de la montagne. Sur ces hauteurs protégées, on peut observer les misérables constructions en bois qui composent les villages. La vie se concentre dans ces endroits protégés des forts vents d'automne, ou s'agrippe sur les pentes qui ne peuvent être atteintes par les avalanches. La place accordée à l'homme est précisément désignée, entre les champs qui produisent le seigle et ceux qui nourrissent les troupeaux de vaches grasses. Un refuge sur mesure, où leur existence n'aura qu'un seul horizon. Ainsi, dans cet espace réduit, tous les besoins des êtres humains seront satisfaits.

Ramuz veut nous montrer une civilisation primitive, où l'on peut apprécier les échanges les plus variés entre la terre et l'homme, entre le bois et la pierre, entre le travail manuel et la pensée. Il semble que la montagne elle-même dise à l'homme :

Dépêche-toi ! Mes printemps sont fugaces mes étés flambent comme des torches et j’attribue à l’hiver la grande part de l’automne. Pendant six mois, je t’emprisonne dans des neiges stériles. Accumule le peu de nourritures que je t’accorde et que je te demande, au surplus, d’arracher de mon sein par la violence. Monte, descend sur la côte, la nuque chargée de fardeaux. Porte mon foin, porte mon bois. Va, sans repos, de la rivière à l’alpage, et si tu veux boire un peu de vin, cultive, tout là-bas, au bord, au bord du fleuve, quelques parcelles où mûrissent les grappes. Ta vie s’usera sur les chemins. Je n’ai pour toi ni fruits ni richesses. Seulement cette miche de pain noir et ses sacs de pommes de terre. Ainsi, de ton enfance à la mort. Et si tu cèdes, et si tu te décourages, il ne te reste plus qu’à mourir car les tiens sont trop pauvres pour t’entretenir.[11]

 

Charles Ferdinand Ramuz prouve qu'il connaît aussi parfaitement la montagne, à en juger par ce qu'il dit à travers l'un de ses personnages, Martin Métrailler : « On te connaît dans tes petits détails, ô montagne, tu es comme une femme avec qui on a longtemps couché ; il n’y a pas une tâche, pas le moindre défaut, pas le grain de beauté sur ta peau qu’on n’ait du moins touché une fois des doigts et des lèvres »[12].

Il la présente parfois comme une héroïne extraordinairement vivante, qui pense – « elle a ses idées à elle, elle a ses volontés »[13] ; d'autres fois comme un être vivant, respirant lourdement et intensément, - c’est ce qui ressent les trois personnages de Zamperon qui se penchent sur le précipice pour voir ce qui s'est passé après l'effondrement – « [ils] s’étaient couchés à plat ventre ». Puis la montagne grogne « et ça grondait sourdement sous eux pendant ce temps ; et, comme ils avaient le ventre appliqué contre la montagne, ils entendaient avec le ventre les bruits de la montagne qui montaient à travers leurs corps jusqu’à leur entendement »[14], et à la fin, elle émet un long et profond soupir ; elle est parfois méfiante- « il y a des places qu’elle se réserve…, des places où elle ne permet pas qu’on aille »[15] ; et pourquoi pas, même frivole et narcissique – « quand elle met sur elle ce beau vêtement d’air transparent pour n’être plus cachée, elle montre toute la courbe nous disant : ‘Venez voir’ »[16]. Il est évident que, pour Ramuz, la montagne est un symbole féminin. On le voit bien dans les comparaisons entre montagne et femme qu'il fait dans Si le soleil ne revenait pas, bien qu'on puisse aussi les voir dans d'autres textes :

Mais la montagne surtout est belle. Par-dessus la vallée profonde, où l’ombre demeure amoncelée, on la voit de tout part se lever dans l’air très pur. Et, se débarrassant d’une dernière brume comme on rejette loin de soi un triste vêtement, elle se rejoint d’être ainsi offerte aux regards, toute vêtue de velours et de soie, avec des grands plis nuancés, des cassures à reflets, des ornements d’or et d’argent.[17]

 

Il y en a une, de ces montagnes, qui est comme une femme, qui ôte son caraco gris… Il y en a qui sont étendues toutes nues, montrant leur grand corps avec sa belle couleur ou seulement leur poitrine avec ses pointes un peu plus roses.[18]

 

La montagne a sa propre voix- « elle même a une voix »[19]. Nous ne sommes donc pas surpris lorsque Plan se tourne vers elle et l'interroge en disant : « Toi, tu fais en te laissant faire. Mais celui qui te pousse, tu le connais bien, hein ? D…I…A…B… ». La montagne, à son tour, non seulement répond, mais « elle se met à rire »[20], montrant ainsi son indifférence et son cynisme - deux sentiments très fréquents chez l'être humain - face à la mort qu'elle vient de semer autour d'elle « en plein milieu d’un grand désert de pierres »[21]. Il ne s'agit pas d'un épisode isolé dans le récit de ramuzien, puisque « Joseph semble entendre toute la montagne se mettre à rire »[22] et Barthélemy lui-même ressent aussi la sensation que le glacier tousse avec « cette toux de plus en plus forte et profonde comme quand on a de l’asthme »[23]. Bien que ce ne soit pas la première fois, nous l'avions déjà entendue tousser dans La Séparation des races :

On voit tellement bien là-haut comment c’est, quand tout rompt, tout glisse en avant, se détache, s’égoutte, tombe, en même temps qu’on entend par moments comme quand on tonne, on entend comme si la montagne toussait… »[24]

La montagne apparaît infiniment grande et puissante, et donne à l'homme l'impression d'être minuscule au plus haut point. Par conséquent, en se référant aux cinq hommes qui ont été vus dans le col, il est normal que nous lisions :

Ils ont été longtemps cinq points, cinq tout petits points noirs dans le blanc… Et à côté d’eux, ils furent de plus en plus petits, là-haut, sous les parois de plus en plus hautes… Nous, on est trop petit pour que le ciel puisse s’occuper de nous, pour qu’il puisse seulement se douter qu’on est là, quand il regarde de haut de ses montagnes.[25]

 

Tout aussi importante est l'impression de petitesse et d'incertitude que ressent Joseph lorsque, en arrivant devant un immense glacier qui semble lui barrer la route, il a l'impression « d'être arrivé au bout de la vie, au bout du monde, au bout du monde et de la vie»[26]. Une montagne qui soumet les hommes, les dominant de ses proportions colossales. Le glacier semble avancer vers Joseph et venir à sa rencontre : « Il parut venir à notre rencontre avec une couleur méchante, une vilaine couleur pâle et verte ; et Joseph n’avait plus osé regarder, il s’était mis à marcher plus vite encore en baissant la tête »[27]. Cette soumission est particulièrement visible lorsque la montagne se tait et les hommes sentent soudain « grandir autour d’eux une chose tout à fait inhumaine à la longue insupportable : le silence. Le silence de la haute montagne, le silence de ce désert d’hommes, où l’homme n’apparait que temporairement… ; où c’est comme si aucune chose n’existait plus nulle part…, où il y a une cessation totale de l’être »[28] ; où « tout est vide, tout est désert, en même temps qu’il fait froid et il fait un grand silence »[29] ; où souvent « on a beau prêter l’oreille, on entend seulement qu’on n’entend rien »[30] ; où « on a beau à écouter, on n’entend rien du tout : c’est comme un commencement du monde avant les hommes ou bien comme à la fin du monde, après que les hommes auront été retirés de dessus la terre – plus rien ne bouge nulle part, les choses qui ne sentent pas, les choses qui ne pensent pas, les choses qui ne parlent pas »[31]. Et cela provoque aussi une profonde et incurable « angoisse [qui] se loge dans votre poitrine où il y a comme une main qui se referme autour du cœur »[32].

Elle ne sera jamais docile, elle ne se laissera jamais dominer par l'homme. Car au moment le moins inattendu, elle ouvre le piège d'un glacier et c'est comme si une main attrapait les hommes par derrière et les tirait par les pieds. Ramuz semble nous avertir de laisser la montagne seule sur son territoire. Chacun à sa place, dans un ordre et un équilibre établi. Mais il déplore également que les hommes soient trop arrogants et qu'ils aient perdu le respect pour tout. Ils s'approchent du sommet de la montagne et, avec une grande avidité, crachent dans leurs mains, nerveux face à ce qu'ils obtiendront en retour. Et le monde semble se briser. S’il était lisse, maintenant il est plein de fissures. Si l'on croyait qu'il dormait, maintenant il menace de se réveiller...

Ramuz met en valeur la beauté de la nature qui l'entoure, et la montre telle qu'elle est, sauvage et indomptée. Il utilise une approche écocentrique pour montrer une réalité dans laquelle il n'existe aucune ligne de démarcation entre le vivant et l'inanimé, en l'occurrence la montagne. C'est pourquoi il lui donne une voix et une identité, il la considère comme un égal : un être vivant, féminin et de fort caractère, qui ne se laisse pas dominer par l'homme. Pour les anciens du lieu, la montagne est une personne. Pour Ramuz aussi : il a chanté son geste comme aucun autre poète ne l'avait fait auparavant, avec l'importance nécessaire, avec un style rude approprié. C'est à elle qu'il dédiera ses plus belles pensées d'écrivain, lui seul saura décrire ce lieu plein de mystère et de peur, derrière lequel se cache tant de force et de beauté. L'Autre apparaît ici représenté par la montagne. L'homme et son discours n'ont rien à faire face à sa force indomptable. Ramuz est un défenseur de l'Autre. En montrant la montagne telle qu'elle était avant, il dénonce ce que l'homme fait en exploitant la nature et montre ainsi son côté plus écologique.

 

2. Le lac Léman et le Rhône

En mars 1902, Ramuz écrit dans son Journal :

Je comprends mal un paysage sans eau ; un ruisseau, d’ailleurs, me suffit. Mais l’immensité des terres, sans une source, sans une fontaine, sans une mare où le ciel vient se mirer, de tels sites, malgré le charme de leurs lignes ou la grandeur de leurs contours, me semblent vite une prison. […]

Nous autres, nous avons le lac. Il est vaste ; il a l’air d’une perle au fond de sa coquille. Les montagnes et les collines qui le bordent s’élèvent de toute part avec fougue ou avec mollesse, et, sans jamais l’enserrer étroitement, le retiennent néanmoins prisonnier. Mais sa captivité est trop ancienne pour qu’il se souvienne encore temps où il errait sous la figure du glacier ; maintenant il ne conçoit rien d’autre que son immobilité, il joue comme un enfant entre ses rives définitives ; il est heureux de son cachot. La troupe de ses vagues lui donne l’illusion du changement ; il modèle à son image les visages qui se penchent sur lui ; il se sent si bien vivre que sa vie débordante se mêle autour de lui à la vie des hommes.

Nous qui habitons sur les rives du lac, nous savons qu’il est cause de beaucoup de nos joies. Nous souffririons de vivre dans l’obscurité ; il y a trop de brouillard sur nos collines ; le soleil est trop faible pour percer ces nuages traînants ; mais qu’un de ses rayons glisse à la surface du lac, aussitôt, multiplié, le voici reflété par les milles facettes des vagues, répandu en paillettes voletantes jusqu’au sommets.[33]

 

L'eau est un objet de vénération dans l'œuvre de C.F. Ramuz, sous toutes ses formes : rivière, fontaine, cascade, glacier, lac ou pluie. Les champs, les cultures, les troupeaux et l'homme lui-même en dépendent. C'est pourquoi les paysans « sont attachés à l’eau comme à la vie. Où qu’elle jaillisse, il faut qu’ils aillent la chercher. Et, bien des fois déjà, ils ne sont pas tous revenus »[34]. Sans eau, l'homme ne pouvait pas étancher sa soif ni se débarrasser de ses impuretés extérieures. Nous le voyons directement dans le roman Derborence, à travers l'expérience de l'un de ses protagonistes, Antoine Pont. Voici quelques-unes des conséquences physiques du manque d'eau pendant les premiers jours de sa captivité sous les rochers : « je n’avais rien à boire… J’avais la bouche qui commençait à se racornir, j’avais les lèvres toutes gercées, ma langue était comme un morceau de cuir et avait trop de place dans mon palais qui s’était retiré »[35]. A travers le témoignage qu'Antoine livre à la cantine, Ramuz nous montre combien cet élément est important pour la vie humaine et combien il est peu mis en valeur lorsqu'il est à portée de main. On ne s'en rend compte que dans des situations extrêmes :

Si je pouvais avoir un ustensile pour uriner ; vous vous souvenez ce qu’on raconte des voyageurs perdus dans les déserts et qui ne duraient qu’en se rebuvant… Ah ! vous avez du bonheur, vous autres, sous le ciel avec […] leurs fontaines, leurs belles fontaines ! les sources de dessus la terre, rien qu’une toute petite perle d’eau de temps en temps qui suinte au bout d’un brin de mousse ! ...[36]

 

La fonte du glacier le sauve d'une mort certaine, l'eau est vivante et lui donne une chance de vivre : « je la sentais bouger vivante entre mes mains, quand je les levais verticalement et elle vivait là, et moi j’allais vivre par elle »[37]. Antoine utilise également cette eau pour retrouver son apparence en se lavant après son arrivée au village : « la cuisine était encore pleine des vapeurs de l’eau chaude et de l’odeur du savon. Il s’était lavé »[38].

Cet élément est omniprésent dans son œuvre, qu'il s'agisse d'une simple goutte « c’est une goutte d’eau qui tombe […] la goutte tombe en retentissant »[39], d'une pluie torrentielle provoquée par un orage « l’orage […] eût crevé maintenant en une grosse averse qui tapait sur le toit comme les pieds des danseurs sur les plancher du pont de danse »[40] ; d’une petite source qui « coule au bord du chemin »[41], d’un torrent « à la belle eau qui est comme de l’air au-dessus des pierres de son lit, tellement elle est transparente »[42], d’une fontaine de village « tellement barbue de mousse, […] que c’est à peine si de loin on la distingue encore du talus couvert d’herbe auquel elle est adossée, ayant en guise de tuyau un simple chéneau de bois qui est tout fendu, de sorte que la moitié de l’eau se perd avant d’arriver au bassin »[43], d’un lac « on vit deux petits lacs mornes luire encore un peu, puis cesser de luire, posés à plat dans le désordre comme des toitures de zinc »[44] ou même d'un puissant et immense glacier « l’arrête où il y a le glacier… les Diablerets… »[45]. Mais c'est sans doute dans le Rhône que son influence est la plus prépondérante :

Il était marqué là comme une route sur une carte, c’est-à-dire son lit, singulièrement tortueux capricieux avec ses marges de limon gris ; tandis que lui-même courait au milieu et on le voyait bouger au milieu, étant d’un gris plus clair et presque blanc, rampant sur le ventre comme la vipère. [46]

 

Le Rhône joue un rôle très important dans l'imaginaire de Ramuz. Il est toujours lié au Valais qu'il a lui-même créé et façonné dans toute sa longueur et sa largeur, du sommet de la montagne à sa descente dans la vallée. La source du Rhône - un torrent sauvage habité par une force violente et élémentaire - est comparée par Ramuz à un petit enfant, qui ne commence à prendre vie que lorsqu'il se sent protégé dans son véritable berceau, représenté dans ce cas par le lac Léman :

Les fleuves tombent d’abord à pic, suspendant au-dessus du vide les plis superposés de leur chute arrêtée, et c’est tout au bas d’eux-mêmes, dans un creux, un repli, dans un nid, en effet dans un véritable berceau, dans des drapas soigneusement passés au bleu, sous des rideaux de tulle transparent, qu’ils prennent vie.[47]

 Et c'est cette force impétueuse qui, après avoir créé le Valais, forme le bassin lémanique, la « petite méditerranée », qui devient à son tour le berceau du pays de Vaud. Et le lac, ce grand conteneur, accueille à son tour tous ceux qui viennent le regarder pour se reconnaître : « Miroir de la vie et du ciel, un grand miroir est là, où je me mire »[48]. Et le ciel immense, « qui se creuse au-dessus de vous », obéissant à l'inversion ramuzienne « se creuse aussi au-dessous de vous »[49].

Ce bassin, aux connotations si maternelles, matrice du pays, s'ouvre à d'autres horizons : « Il semble qu’on voit l’autre côté de la terre et on va à travers la terre jusqu’au ciel qui est de l’autre côté »[50]. Le fleuve coule éternellement, et il n'a aucune relation stable avec le temps ou l'espace. Il se déroule de manière linéaire, tout comme l’histoire ; au fil du temps, il coexiste avec différentes civilisations ou traverse différents paysages, et peut ainsi caractériser la vie de différents peuples. Après avoir donné naissance au Valais et au bassin lémanique, le Rhône poursuit son voyage vers le sud et, reprenant son élan, crée des paysages et des villes semblables à ceux-ci. Grâce au Rhône, le pays du Valais et du Vaud forment une unité géographique, historique, linguistique et spirituelle avec la Savoie et la Méditerranée. Sa présence est donc immémoriale : « parce depuis toujours il est là, et immémorialement il marmonne là, élevant la voix quand la nuit vient, la laissant tomber et faiblir à mesure que le jour grandi »[51]. Contrairement aux vies humaines, le fleuve est infini, et il s'inscrit donc dans un temps cyclique. Il n'est pas seulement présent, mais aussi passé et futur : « La aussi ça dure, là non plus rien ne change ; ah ! on le connaît bien, ce Rhône, on ne le connait que trop ! Depuis le temps, […] depuis le temps qu’il vous raconte sa vieille histoire, toujours la même »[52]. L'eau qui le compose ne tombe pas seulement d'en haut, mais remonte aussi des profondeurs de la terre, donnant ainsi au fleuve son caractère cyclique.

Il ne faut pas oublier que le fleuve est essentiellement de l'eau - l'élément primordial de la vie. Les traditions cosmogoniques de la plupart des cultures associent les eaux des grands fleuves aux premières causes de la création. L'eau possède le pouvoir d'engendrer, de nourrir, d'imposer sa loi et son ordre au paysage environnant, elle devient un créateur tout-puissant. Pour Ramuz, le lac Léman n'est plus un miroir passif, il crée aussi le pays à son image et à sa ressemblance :

Je vois l’eau, je trouve de l’eau, je trouve le Rhône et le lac ; je vois les espaces du lac être père de tout le reste, puis que ce lac est né d’ailleurs et que ce lac se porte ailleurs, que ce lac est un fleuve, que ce lac est un cours.[53]

 L'eau sert également de repère pour reconnaître le chemin du retour : « C'est au bord du torrent qui a retrouvé son ancien lit. Ah ! il s’y reconnait. La même eau, la même quantité d’eau, sa même couleur, son même bondissement entre les mêmes pierres »[54]. Il est bien connu que suivre le cours d'une rivière ou d'un ruisseau mène toujours à une ville ou à un village. En présence du Rhône, Antoine se tourne vers lui comme s'il s'agissait d'un compagnon de route : « Il voit le Rhône, il dit : ‘C’est la montagne qui est tombée’. A qui est-ce qu’il parle ? Au Rhône. Car le Rhône est là et on le voit ». Et c'est grâce à son cours qu'il trouve ses repères : « c’est lui, alors je prends à gauche »[55]. Et il continue son chemin vers le village d'Aire.

Le Rhône, force créatrice par excellence, représente, comme nous venons de le voir, une totalité dans l'œuvre de Ramuz. Ses eaux laiteuses, son statut de berceau et de bassin, contenant le pays tout entier, lui confèrent un caractère maternel. Mais en tant qu'auteur de l'ordre et de la loi et du pouvoir créateur qui lui a été accordé, il symbolise aussi le père. Mais il est en même temps le fils puissant de la montagne dont il est originaire : « Là-bas, le Rhône naît du glacier : voilà d'abord son origine »[56] - et semble ne jamais pouvoir être séparé :

Et ici, brusquement, c’est comme si la haute montagne d’où le fleuve descend était elle-même descendue et venait tout entière à vous ; la grande montagne d’au-dessus des arbres et de l’herbe, là où il n’y a plus que la pierre, plus rien que la neige et que les glaces, là d’où il vient, mais elle vient avec lui […] C’est que le fleuve apporte avec lui la haute montagne.[57]

 

 

3. La forêt, l’arbre

 

L'arbre représente, au sens le plus large, « la vie du cosmos, sa densité, sa croissance, sa prolifération, sa génération et sa régénération. En tant que vie inépuisable, il équivaut à l'immortalité ; les fruits de nos activités sont également personnifiés dans ce frère arborescent »[58]. Dans sa jeunesse, Ramuz a éprouvé une énorme fascination et un grand intérêt pour cet élément naturel, comparant son évolution en tant qu'écrivain à la vie d'un arbre :

Je voudrais être pareil à un bel arbre, né d’une graine qui a éclaté dans les profondeurs du sol et là a insinué un petit bourgeon caché qui est sorti bien timidement dans les feuilles mortes et qui, s’enhardissant, s’est épanoui de soleil et de pluies tour à tour, puisant la vie à ses jeunes racines ; accru sans cesse poussant un tronc, arrondissant enfin une verdure pleine d’oiseaux et qui prend la forme du ciel. Alors, devenu vigoureux, capable de lutter, ami des vents légers et vainqueur des oranges, il porte un fruit qui tombe au temps de sa maturité.[59]

 

Ce souhait sera littéralement réalisé. Rien ne ressemblera plus fidèlement à un arbre, vu de sa naissance à sa plénitude, que la présentation, la constance et les manifestations toujours plus larges de son génie : la même authenticité ancrée dans la terre, la même soumission aux lois naturelles, la même patience dans l'élaboration du fruit. Pour Ramuz, toutes ses œuvres, des premières aux dernières, dans leur magnifique diversité, ont été nourries par la même sève, nées des mêmes racines profondes. C'est la source de l'unité essentielle et organique de l'ensemble de son œuvre.

Bien que la biophilie soit une tendance génétique, il est nécessaire de renforcer le contact avec la nature afin de perpétuer ce lien. Ce contact avec la nature, Ramuz le trouvera à Cheseaux. Lorsque Ramuz a commencé ses études à l'Université de Lausanne, sa famille s’était établie à la campagne. Ramuz profite de son temps libre et de ses week-ends pour découvrir et apprécier la nature qui entoure sa nouvelle maison « Mon repos ». C'est le début de « deux magnifiques années de cours à la campagne, dans tous les sens du terme »[60]. La forêt de Vernand-Dessous a été le premier lieu choisi par l'auteur.

Je n’avais, pour gagner la forêt, qu’à descendre le penchant des près jusqu’au ruisseau. Elle était là qui m’attendait, haute et étagée, pareille à une immense vague toujours sur le point de s’écrouler et qui ne s’écroulait jamais. […]

En ce temps-là, j’aimais ce que j’avais à côté de moi (c’est peut-être la sagesse). J’aimais l’arbre qui est enfoncé dans le sol et bouge pourtant, qui est mi-terrestre et mi-aérien, qui sans quitter sa place traduit fidèlement, par des gestes précis et savamment coordonnés, les sollicitations confuses de l’espace. J’aimais les rives du ruisseau tout enrichies par les bouquets blancs de la reine des bois, par les boutons d’or, les simples et les doubles ; élégamment pourvues d’arbustes d’un vert changeant, aux feuilles lisses et brillantes ou bien velues et mates.[61]

 

Ses personnages partagent également le même sentiment que lui. De son premier roman La vie et la mort de Jean-Daniel Crausaz, écrit en 1901, mais qu'il n'a pas publié de son vivant, Ramuz reprend l'image d'un jeune tilleul. Mademoiselle Séchée avait l'habitude de s'asseoir tous les après-midis à l'ombre de cet arbre et de boire son thé à cinq heures. Tout semble indiquer que Ramuz a utilisé ses souvenirs pour décrire les jeunes tilleuls plantés par son père sur le domaine de Cheseaux : « ce tilleul est admirable. Un tronc mince, lisse, droit, élevé supporte une maigre touffe de verdure pareille à un chou, des feuilles gentilles, simples, tremblantes, rare encore. […] le tilleul adolescent, paisible ami de la vieillesse (2006 : 415). Il semble même avoir une légère préférence pour eux. Jean-Daniel l'explique ainsi : “J’aime beaucoup votre tilleul, Mademoiselle […] Parce qu’il me ressemble, Mademoiselle. Nous sommes frères des arbres et ce que nous réclamons comme eux, c’est une bonne terre et du soleil. Mais ils sont plus sages que nous ; ils s’adaptent plus vite” (2006 : 434).

A Aimé Pache, peintre vaudois, son roman le plus autobiographique, Aimé ressent la même affinité pour les arbres et les plantes : « Et alors, plus profond en lui, entrait l'idée des plantes, l’idée de l’arbre avec ses fruits, l’idée qu’il était comme l’arbre et la plante, frère d’eux et frère de tout »[62].

Cependant, l’intérêt pour cet élément naturel, si présent dans ses premiers souvenirs, évoluera au fil des années : « Je n’aime plus beaucoup les forêts aujourd’hui ; mon goût va à la roche et à l’eau, à ce qu’il y a de plus solide, d’une part, et de plus stable dans le monde, à ce qu’il y a d’autre part de plus fluide et fuyant »[63], comme nous l'avons déjà constaté auparavant.

L'arbre, ainsi que la forêt, la montagne, la pierre et l’eau représentent pour Ramuz le cosmos dans sa totalité. Ce monde « non-humain », si important pour l'écrivain, est omniprésente dans son œuvre. Les arbres, les animaux, les pierres ne parlent pas, mais Ramuz parle pour eux, il les fait participer directement à ses histoires et il sait comme personne d’autre exprimer avec son langage poétique, l'importance que ces "AUTRES" ont pour l'équilibre vital de l'être humain. Ses personnages, qui vivent en contact intime avec ce monde « non humain », nous avertissent de la simplicité avec laquelle il est possible de vivre en harmonie avec la nature et des graves conséquences que l'homme peut subir s'il ne la respecte pas.

 

Conclusion

Il est étonnant de savoir que l'une des premières études menées sur la biophilie consistait à décrire l'habitat idéal que la plupart des gens choisiraient s'ils en avaient la possibilité. Nous sommes surpris d'apprendre que le lieu choisi par la plupart des gens serait une maison sur une hauteur, près d'une étendue d'eau (un lac, une rivière, une mer) et entourée d'un terrain plein d'arbres et de végétation. À quoi cette description nous fait-elle penser ? Une simple coïncidence ? Peut-être, mais cela nous rappelle inconsciemment les origines de notre espèce.

À partir de 1930, Ramuz bénéficie de conditions de vie similaires dans le village de Pully, près de Lausanne. C'est là qu'il a acheté La Muette, une maison entourée de vignobles, située sur une colline surplombant le lac Léman et ses montagnes :

C’est d’abord, du côté du sud, une pente modérée, autrefois planté en vignes […] Et puis il n’y a plus rien qu’une vaste surface plate qui mène le regard directement jusque chez les Savoyards […]

 

Dans le haut du chemin Davel, les promeneurs s’arrêtent net : c’est à cause de l’échappée. Les deux hauts murs de pierre qui le bordent forment ici comme une encoche, et, par cette encoche, ils regardent et considèrent longuement ce que j’aperçois moi-même, mais bien mieux qu’eux, étant plus haut. Les grandes montagnes…[64]

 

Dans cette belle maison vigneronne, il continue à écrire des œuvres importantes telles que Farinet (1932), Derborence (1934), Le garçon savoyard (1936), Si le soleil ne revenait pas (1937), dans lesquelles il explique la beauté et le sens de toute la nature qui l'entoure. Ramuz a toujours été sensible à l'idée de la perte fondamentale que l'homme subit lorsqu'il s'éloigne du contact avec l'élémentaire, c'est-à-dire les valeurs primordiales de l'existence. Cette perte de contact avec l'essentiel conduit l'homme à un état d'indifférence vis-à-vis de la vie et de la société dans laquelle il évolue : « Leurs machines les rassurent. Est-ce n’importe quoi à qui ils puissent ressembler sur cette page où on lit : ‘Famine en Chine’ quand ils ouvrent leur illustré, vers les dix heures du soir, après un bon diner ? »[65] Dans une vie de plus en plus envahie par des objets artificiels et mécaniques, l'homme se sent désorienté et dépassé par ces nouveaux moyens de production. Les relations avec son environnement deviennent fausses, gratuites, et ne sont pas le résultat de besoins fondamentaux. Submergé par des besoins fictifs, Ramuz pense que l'homme finira par s'égarer. 

Les villes sont tellement grandes que les hommes qui y vivent ont perdus jusqu’aux souvenirs de leurs nécessités premières. Ils ne se demandent plus ce qui arriverait s’il ne pleuvait pas pendant cinq mois sur la terre, ou si des gelées tardives y survenaient, s’il ne pleuvait plus ou s’il pleuvait trop, s’il faisait trop froid ou trop chaud, […] les menaces qui étaient suspendues sur les premiers hommes les sont encore et toujours sur les hommes d’aujourd’hui. Seulement ils n’y croient pas. Leurs machines les rassurent.[66]

 

Et il nous rappelle que négliger l'élémentaire - la terre, le ciel, l'eau, la nature - c'est ignorer la vie.  Car nous sommes plus dépendants de la nature que nous ne pouvons l'imaginer.

 

Et pourtant, il faut y revenir, s’il ne pleuvait pas pendant cinq mois, s’il pleuvait trop pendant cinq mois ? S’il gelait seulement hors saison dans les régions de la terre à blé ? Ou si pendant un mois ou deux seulement tous les paysans de la terre faisaient grève ? Cinquante jours, c’est bien le chiffre. La terre tout entière est un radeau de la Méduse avec cinquante jours de vivres.[67]

 

Nous avons donc plusieurs raisons de cultiver la biophilie et de promouvoir le respect de la nature. La littérature contribue énormément à ce propos. Les ouvrages de Ramuz sont un exemple parfait pour divulguer cet amour pour la nature. Nous vivons à une époque où nous mettons plus que jamais l'accent sur la santé. Chaque jour, nous apprécions et valorisons davantage cette caractéristique inhérente à l'être humain. Il faut faire l'expérience de se promener dans une forêt ou une montagne pour se sentir bien et observer comme le corps et l’esprit se dynamisent, s’équilibrent. Voulons-nous une civilisation qui évolue vers une relation plus intime avec le monde naturel ou une civilisation qui continue à se séparer et à s'isoler de la nature dont elle fait partie ? Voici la question.


· Colloque International Ramuz et la Nature : perceptions et interdépendances. Fondation C.F. Ramuz. Les Arsenaux. Sion, 22 y 23 de septiembre 2021.



[1] Eugène Rambert (1830-1876). Historien suisse.

[2] Eugène Rambert (1889) Études de Littérature alpestre, Librairie F. Rouge, Lausanne, p. 128.

[3] Ibid., p. 119.

[4] C. F. Ramuz, poètes d’aujourd’hui, de Guilbert Guisan, Ed. Pierre Seghers, Paris, 1966, p. 16.

[5] Notes et articles, “La beauté de la montagne”, p. 355. T. XII.

[6] Lettre à Henri-Louis Mermod, p. 290. T. XII.

[7] Journal, p. 10 T. XX.

[8] Borgeaud, G. (1955) Introduction à C.F. Ramuz… op, cit., p. 175.

[9] La Grande peur dans la montagne, p. 370 T. XIV.

[10] Dentan, M. Notice à : C.F. Ramuz, Passage du poète, op. Cit., p. 175.

[11] Zermatten (1947) “L’homme et la montagne” in Formes et Couleurs nº 2, Revue internationale des arts, du gout et des idées, Lausanne.

[12] Si le soleil ne revenait pas, p. 48 T. XVI

[13] La grande peur dans la montagne, p. 185 T. XI.

[14] Derborence, p. 228 T. XIV.

[15] La grande peur dans la montagne, p. 80 T. XI.

[16] Ibid., p. 121.

[17] Le Village dans la montagne, p. 10 T. III.

[18] Farinet ou la fausse monnaie, p. 63. T. XIV.

[19] La Grande peur dans la montagne, p. 121 T. XI.

[20] Derborence, p. 285 T. XIV.

[21] Ibid. p. 287

[22] La Grande peur dans la montagne, p. 168 T. XI.

[23] Ibid, pp. 171-172

[24] La Séparation des races, p. 146 T. XI.

[25] La Grande peur dans la montagne, p. 15-16 T. XI.

[26] Ibid., p. 70.

[27] Ibid., p. 218.

[28] Derborence, pp. 209-210

[30] Derborence, p. 209

[31] La Grande peur dans la montagne, pp. 46-47 T. XI

[32] Derborence, p. 209.

[33] Journal, p. 67 T. XX

[34] Le village dans la montagne, p. 50 T.III.

[35] Derborence, p. 334 T. XIV.

[36] Derborence, p. 334 T. XIV.

[37] Derborence, p. 335

[38] Derborence, p. 323

[39] Derborence, p. 210

[40]  Derborence, pp. 302-303

[41]  Derborence, p. 254

[42]  Derborence, p. 219

[43]  Derborence, p. 258

[44]  Derborence, p. 221

[45]  Derborence, p. 212

[46]  Derborence, p. 235

[47]  C.F. Ramuz, « Pays du Rhône » in Œuvres Complètes, 1952, Ed. Rencontre, Lausanne, T. XV.

[48] Chant de notre Rhône, p. 9 T. X.

[49] Chant de notre Rhône, p. 20. T. X.

[50] Chant de notre Rhône, p. 20

[51] Derborence, p. 357 T. XIV.

[52] Derborence, p. 235-236 T. XIV.

[53] Chant de notre Rhône, p. 22-23.

[54] Derborence, p. 296 T. XIV.

[55] Derborence, p. 310.

[56] Chant de notre Rhône, p. 12 T. X.

[57] Notes et articles, “Les grandes chaleurs”, p. 320. T. XII.

[58] Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de los Símbolos, Siruela, Madrid, 1997.

[59] Journal, p. 91. T. XX

[60] Questions, p. 125. T. XV

[61] Questions, p. 64 T. IV

[62] Aimé Pache, p. 64 T. IV

[63] Questions, p. 126 T. XV.

[64] C.F. Ramuz (1994) Ce que je vois par la fenêtre, Promotion Pully Paudex, Office du tourisme.

[65] Questions, p. 144 T. XV.

[66] Questions, pp. 143-144 T. XV.

[67] Questions, p. 145 T. XV.

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