viernes, 14 de abril de 2023

Mari, la gran madre Diosa de la Tierra, divinidad Superior de la Vasconia precristiana

 


“Mari es la diosa total (Pantea): en su figura convergen, como dice Barandiaran, funciones que en otras mitologías aparecen dispersas o repartidas en diferentes genios y númenes. Esta diosa es omniparente, en el doble sentido de que lo pare o engendra todo, y de que todo lo enlaza e implica. La Biblia vasca debería comenzar con este prólogo: En el principio era la Tierra y la Tierra era Mari y Mari era todas las cosas”. Andrés Ortiz-Osés, "La Diosa Madre” (Interpretación desde la mitología vasca, pp. 81-82)

 

En una de las muchas cuevas que existen entre las peñas más inaccesibles y también más visibles de Vasconia se dice que habitaba el personaje mitológico más popular y poderoso de todos. Se trata de Mari, la primera y única dama de la mitología vasca. Una mujer bellísima, de larga cabellera pelirroja y ataviada con lujosos vestidos. Su poder, su belleza y elegancia hacía que los vascos la trataran siempre con respeto y se dirigiesen a ella como “la Señora” o “la Dama”, aunque en ocasiones también se la conoció como “la bruja”.

Mari estaba dotada de poderes que la permitían crear y destruir, dominar las fuerzas de la Naturaleza y controlar a los animales a su antojo. En muchos montes de Euskadi se ha situado su morada. Viajaba de cueva en cueva atravesando los cielos en forma de bola de fuego o en un carro en llamas. Su hogar, el que mejor le ha caracterizado en la historia se encuentra en la imponente cara este del Monte Amboto, en Vizcaya. En los últimos años, algunos investigadores han propuesto que Mari pudo ser la gran madre Diosa de la Tierra, la divinidad Superior de la Vasconia precristiana. Pero ¿quién es Mari realmente?

Mari es la diosa de todos los agricultores. No es una singularidad de los vascos, no ha existido sólo en el País Vasco. Tampoco la inventaron ellos, sin embargo, son los que mejor la han conservado en el tiempo y con el sentimiento de que es algo muy suyo y querido. Este antiguo y misterioso ser ha permanecido vivo en la memoria colectiva del pueblo vasco hasta nuestros días. Gracias al material recopilado sobre la mitología vasca se sabe cuáles son las características principales de Mari. Mari está presente en todas las montañas del País Vasco, forma parte de todos los vientos, las nubes, es la soberana de todas las criaturas que habitan aquí, incluyendo a los débiles humanos. Entre sus competencias divinas entra el control de las lluvias y las tempestades, la creación de vientos y el envío de sequías, aunque también sabe ser generosa con aquellos que la traten con respeto. Si un agricultor desea tener buenas cosechas, basta con que le haga un regalo a Mari cada año, basta con un regalo, y la diosa se encargará de que las lluvias caigan en su justa medida y que todo se desarrolle según lo deseado.

Mari está presente en el País Vasco desde tiempos inmemoriales. Es el genio más importante de la mitología vasca, está por encima de todos los demás siendo la líder de los demás personajes mitológicos. Esta personificación femenina de la tierra, se asemeja a los mitos ectónicos (de la tierra) que adoraban los antiguos pueblos matriarcales, antes de llegar los dioses celestes. Es la reina de la Naturaleza y de todos sus componentes. Está claro que este personaje es anterior a la llegada del cristianismo, y que para los antiguos vascones debió tener el estatus de diosa. Observando las cualidades y características de Mari, se le puede encontrar cierta semejanza con algunas diosas de la antigua Europa.

A pesar de su remota antigüedad, puede tener la friolera de 30.000 años o incluso más, nos muestra una cosmovisión que está de moda en la actualidad: es un símbolo de una mujer libre y empoderada. Mari ha sobrevivido a grandes ataques, a las invasiones indoeuropeas, al cristianismo, a la revolución industrial y a la globalización. La Dama vasca por excelencia, personificación de la naturaleza, que tiene el poder sobre las tormentas y la meteorología continua así libre y soberana.

Fue el antropólogo, etnólogo y arqueólogo vasco José Miguel Barandiarán el primero que comparó a Mari con la madre tierra y el primero que habló del posible origen paleolítico de La dama de Amboto. Se la menciona de muy distintas maneras pero es Mari la que predomina, aunque muchas veces va junto al nombre del lugar donde aparece (Mari de Txindoki, de Amboto, de Muru ...). Según Barandiarán, su nombre no proviene de la abreviatura de Maria y sí se le puede relacionar con otros antiguos genios vascos como Mairi, Maide o Maindi. Otros estudiosos que han investigado su figura, entre los que se encuentra el antropólogo Jose Inazio Hartsuaga, cree que existen no una, sino tres Maris, desde el punto de vista de la función que desempeña:

Existe una Mari que vive con el sí y con el no; algo que se menciona frecuentemente. Esa Mari sería la más moderna y la más alejada de la original. Después está la que aparece en los mitos, una mujer elegante, distinguida, rica, ataviada con vestidos de hilo de oro. Y por último, la Mari más naturalista, la que va volando bajo la forma de una hoz de fuego de Txindoki a Muru, de una cima a otra, según el lugar de Euskal Herria. Así va provocando cambios meteorológicos con sus idas y venidas. Esa Mari es, sin lugar a duda, las más antigua y genuina.

En las últimas décadas, algunas teorías posteriores a las de Barandiarán están asociando el personaje de Mari con una gran diosa AMALUR, la madre Tierra, el símbolo del matriarcalismo vasco. Para ello, tenemos que mirar más allá de los Pirineos. En “El lenguaje de la diosa”, la arqueóloga lituana Marija Gimbutas señala las formas que adoptaron las diosas de la prehistoria, intuyendo su presencia hacia el 35.000 a.C. Muestra cómo se evoca a estas damas en todo el Paleolítico Superior, donde se las asocia con divinidades masculinas. Afirma que hubo una religión antigua cuyos valores se mezclaron después con los de una civilización guerrera, masculina, bigotuda y conquistadora, con formas de ser patriarcales y patrilineales. Fue este modo conquistador el que se extendió desde el centro de Europa, hacia el quinto milenio antes de Cristo y acompañó la formación de la Europa actual. Fecundas diosas, madres de grandes pechos, vientres y nalgas prominentes, estas damas estaban implicadas en mitos sobre la muerte, la regeneración y la época de los Ciclos. Gimbutas encuentra a la Dama en tradiciones en las que se la desfigura, se la arroja al reino de los miedos supersticiosos, a los mitos, se la convierte en bruja. Dice que es en el País Vasco donde sigue estando ahí y más viva. Ve a algunas de estas damas dedicadas a tejer, hilar, trenzar, tener atributos de serpientes, buitres... como en el País Vasco donde todo esto está ligado a Mari la subterránea. Esta última estaría detrás de algunas santas extrañas, ¡o incluso más!

Gimbutas subraya que es inmanente y no trascendente, por lo que se manifiesta físicamente. Esta diosa, dice, no está relacionada con el panteón indoeuropeo: "es la Señora de las montañas, las piedras, las aguas, los bosques y los animales, una encarnación de los misteriosos poderes de la naturaleza". Barandiarán (en 1928) subrayaba ya que Mari era el genio de las montañas.

Estas ideas se pusieron muy de moda entre los años 60 y 70 del siglo XX. Sus libros fueron muy polémicos porque defendían que en la antigua civilización de la antigua Europa, se rendía culto a esa diosa madre de la Tierra. Fue la artífice de esta gran teoría en la que sentó las bases sobre la interpretación de la cosmovisión y la espiritualidad de las culturas del neolítico preindoeuropeo, a través de la “decodificación” del complejo simbolismo que contiene su arte sagrado. Dicho arte fue definido por la arqueóloga como “El lenguaje de la Diosa”, título del libro a través del cual expuso al gran público las conclusiones de sus investigaciones.

La Diosa de la Fertilidad o Diosa Madre es una imagen mucho más compleja de lo que la gente piensa. No solo era la Diosa Madre que controlaba la fertilidad, o la Dama de las Bestias que gobierna la fecundidad de los animales y de toda la naturaleza salvaje, sino una imagen compuesta con rasgos acumulados de las eras pre-agrícola y agrícola. Durante esta última se convirtió esencialmente en la Diosa de la Regeneración, esto es, una Diosa Luna, producto de una comunidad sedentaria y matrilineal que abarcaba la unidad arquetípica y la multiplicidad de la naturaleza humana. Ella era la fuente de vida y de todo lo que producía fertilidad y, al mismo tiempo, era la poseedora de todos los poderes destructivos de la naturaleza. La naturaleza femenina, como la Luna, tiene su cara positiva y su cara negativa. Marija Gimbutas, “Diosas y dioses de la Vieja Europa.”

 

Sin embargo, sus propios colegas, expertos de la Universidad de Harvard criticaron duramente su obra. A pesar de ello, algunas de las últimas publicaciones divulgativas sobre mitología vasca siguen predicando las viejas teorías de Gimbutas. Josu Naberán defiende la hipótesis de la arqueóloga lituana, donde Mari es heredera directa del culto a la diosa que se realizaba en el paleolítico-neolítico y cuyo testimonio son las más de 30.000 venus paleolíticas y neolíticas que se han encontrado en la franja que va desde el Cantábrico hasta Siberia. ¿Es Mari entonces AMALUR, la auténtica diosa madre de los vascos? ¿Existió realmente su religión?

"Mari, ¿cuál es la realidad significada por tal nombre? La naturaleza como un Todo. Pues Mari o la Señora (Anderea) no se circunscribe en su actuar y en su estar sólo a la tierra, sino que abarca los tres reinos (mineral, vegetal y animal) y los cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego [...] es el origen tanto del bien como del mal, a semejanza de la divinidad preindoeuropea arcaica. Para empezar, como dueña absoluta de la vida, tanto puede dar la vida como quitarla. […] Puede hacer beneficios como provocar daños, proteger los rebaños como desatar la tormenta. […] En una palabra, es la Diosa o la madre asilvestrada, imagen de la naturaleza salvaje.” Josu Naberan, “La vuelta de Sugaar”

 

Mari como la Madre Tierra. En efecto, Mari integra en su personalidad mítica tanto el carácter elemental o corpuscular de la mater-materia (sus huellas son sagradas) como su carácter relacional u ondular (dinamismo energético). Esta integración implica, como hemos visto, los tres reinos de la naturaleza y los cuatro elementos fundamentales.

-Los tres reinos: Mari integra en su persona simbólica lo mineral (como estalagmita, piedra, hueco natural), lo vegetal (como hierba, árbol, flor), lo animal (como vaca, sierpe, macho cabrío, caballo, toro, buitre, y finalmente como hombre/hembra)

-Los cuatro elementos: Mari integra en sí la tierra (cohabita su interior y dirige sus fenómenos), el agua (sus cuevas son húmedas y manipula corrientes y lluvias), el aire (produce los vientos y vuela por la atmósfera) y el fuego (de su seno procede el sol y vuela como hoz ígnea).

Situada en medio de todo, Mari resulta la mediación de todo.

Otra hipótesis interesante que se ha abierto recientemente es la que relaciona los atributos y características de Mari con el culto de la diosa griega Cibeles, la diosa de largo cabello. Al igual que la Dama de Amboto, Cibeles era la diosa de las montañas y de las cuevas, de la tierra fértil y de los animales (especialmente leones y abejas). Los romanos la llamaban Magna Mater, Mater Dea o simplemente Mater.

A día de hoy tenemos la certeza de que esta Mater o Matris romana era una de las divinidades que se adoraba en Vasconia, precisamente en la comarca de Iruña (Álava). Hecho confirmado por el reciente hallazgo de un altar de hace 1800 años encontrado en la ciudad romana de Veleia, en Álava. En él podemos leer perfectamente una inscripción que se refiere a la Matri Deae (la de los buenos frutos), lo que según el equipo de expertos, podría suponer que se levantó en honor a la "madre tierra". Puede que algún recuerdo de este culto romano perviviera en la Edad Media Vasca, después de la cristianización. Si en lugares tan próximos se adoraban a dos diosas con unos nombres tan parecidos, es dificil creer, que solamente sea una coincidencia.

De cuanto llevamos dicho acerca de esta diosa se desprende que este numen constituye un núcleo temático o punto de convergencia de numerosos temas míticos de diversas procedencias: unos indoeuropeos, otros del fondo preindoeuropeo. Pero atendiendo a algunos de sus atributos (dominio de las fuerzas terrestres y de los genios subterráneos, su identificación con diversos fenómenos telúricos, etc.) nos sentimos inclinados a considerarlo como un símbolo, o quizás más bien una personificación, de la Tierra.

 

Bibliografía

De Barandiarán, J. Miguel. Mari, o el genio de las montañas. Un personaje de la mitología vasca. Separata del Homenaje a D. Carmelo de Echegaray. San Sebastián, 1928.

Duvert, Michel. La Mythologie Basque. Elkar découverte, 2019.

Gimbutas, Marija. El lenguaje de la diosa. Madrid: Ed. Gea, 1997.

Gimbutas, Marija. Diosas y dioses de la Vieja Europa. Siruela, 2022

Naberan, Josu. La vuelta de Sugaar. Basandere, 2001.

Ortiz-Osés, Andrés. La Diosa Madre. Ed. Trotta, 2013.

La nuit des temps de René Barjavel o el mito de la civilización perdida

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