domingo, 8 de noviembre de 2020

El mito del fin del mundo en la ciudad de París: estudio ecocrítico de la novela Ravage de René Barjavel

 


El siglo XX fue testigo de un crecimiento sin precedentes tanto en los logros tecnológicos como en las estructuras económicas capitalistas. Sin embargo, la sed de recursos, el espejismo del progreso y el beneficio infinito chocaron con las posibilidades finitas de la propia naturaleza: de esta toma de conciencia nace el movimiento ecologista, hace casi cincuenta años. La crisis ambiental denunciada por la “revolución verde” inspiró a varios escritores cuyas historias cuestionan las contradicciones modernas y dibujan un futuro incierto para la humanidad. Así, a lo largo de todo el siglo XX, y especialmente después del final de la Segunda Guerra Mundial, las narraciones apocalípticas espectaculares dieron testimonio del temor que sienten los hombres ante su propio poder. Ravage[1] (1943) del escritor francés René Barjavel (1911-1985) se encuentra entre esos relatos apocalípticos: la destrucción de París, en 2052, marca la bancarrota del centro del poder tecnológico humano y es sinónimo de purificación y del comienzo de una renovación.

En esta comunicación se analiza, desde un punto de vista ecocrítico, la novela de René Barjavel, concentrando nuestro estudio en el personaje principal del relato: la ciudad de París. La ecocrítica[2], corriente teórica que apareció en el campo literario en los años noventa del pasado siglo, busca descubrir, comprender y posiblemente responder a los cambios en la cultura, el comportamiento y la conciencia de la naturaleza en el sentido más amplio del término. Aporta así una perspectiva particular a las obras de ficción en las que observa los cambios de concepción vinculados al lugar de la naturaleza, su relación con el hombre y la estrategia del narrador para actuar sobre el lector y despertar su conciencia ambiental. Aplicaremos por ello la noción de “ecoapocalipsis” o “apocalipsis ecológico”, forjada a partir de lo que Greg Garrard denomina en Ecocriticism[3] “apocaliticismo ambiental”, para referirse al uso de la retórica imaginaria y apocalíptica en el contexto de las preocupaciones ecológicas. Según él, la expresión consagrada de “crisis ecológica” refleja la importante influencia del pensamiento apocalíptico en la ecología, tal como lo traduce Lawrence Buell: “El apocalipsis es la metáfora más poderosa que tiene la imaginación ambiental contemporánea a su disposición”[4]. Ravage escenifica un eco-apocalipsis o fin del mundo que arrasa la megaciudad de París.

Es un símbolo muy profundo el mito del fin del mundo

 

 

René Barjavel fue un escritor y periodista francés del siglo XX. Nació el 4 de enero de 1911 en Nyon, Drôme, y murió el 24 de noviembre de 1985 en París. Escribió principalmente novelas de ficción y de ciencia ficción, entre las que destacan Ravage (1943), La nuit des temps (1968), Le Grand Secret (1973) y Une rose au paradis (1981). En ellas plantea al lector una serie de dilemas éticos entre los que resalta su preocupación por el destino incierto de la supervivencia de la especie humana y de los ecosistemas del planeta Tierra.

Ravage –primera “gran” novela publicada de Barjavel, con la que debutó como escritor–, junto a La Nuit des temps, está considerada la obra más conocida y representativa del autor. Esta novela, publicada en 1943 por la editorial Denoël (con quien el autor trabajó), fue traducida al español en 1974, bajo el título Destrucción, por la editorial argentina Emecé[1], siendo el primer volumen de su colección de ciencia-ficción.

Es una novela de anticipación dividida en cuatro partes: “Les temps nouveaux”, “La chute des villes”, “Les chemins de cendres” y “Le patriarche”. En ella, René Barjavel describe en gran medida el declive de las sociedades llamadas de “progreso”, la historia o el mito del fin del mundo conocido y el retorno a la tierra. Seguimos al joven François Deschamps, un ingeniero de provincia que viene a París para entrar en una prestigiosa escuela. Pero el futuro que había imaginado se convertirá en horror y caos cuando la electricidad desaparece. Tras la caída de la ciudad, todas las instalaciones tecnológicas dedicadas al bienestar humano dejan de funcionar. Comienza así un largo y laborioso viaje de huida a través de la megalópolis parisina y de Francia para llegar a las remotas tierras de Provenza y tratar de sobrevivir al apocalipsis. Le acompañan algunos personajes que experimentan el mismo horror que él, al ver a una población humana sumida en la más profunda confusión, en busca del más mínimo resto de comida, matando si es necesario a otros hombres, mujeres o niños. François se convierte de este modo en el líder de un puñado de personas que huye de París para alcanzar su tierra natal. Es el único personaje de la novela que mantiene la cabeza fría, que se niega a ceder a la locura como hacen los demás. Representa por ello al héroe del relato o del mito, personaje protagonista que posee capacidades excepcionales y sobrehumanas en situaciones extraordinarias.

 

Ravage es a su vez una novela distópica[2], una verdadera crítica de la sociedad de los años cuarenta que trata temas como la tecnología, el individualismo, la locura o la mala influencia de la tecnología en el hombre, todo ello enmarcado en un París futurista y apocalíptico. De hecho, fue escrita durante la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana y refleja el pesimismo de su autor. Desde una perspectiva crítica, se retoman algunos de los temas específicos del régimen de Vichy como el retorno a la tierra y el culto al jefe y a la autoridad[3]. Se trata, por tanto, no solo de una historia de ciencia ficción que advierte al lector sobre el futuro, sino también de una crítica del presente en el que Barjavel escribe. El París de 2052 encarna la creencia en un eterno progreso tecnológico y científico que prescinde completamente de la naturaleza; una naturaleza que ocupa un lugar central y activo en el relato ya que la crisis de la electricidad se debe a un aumento de las manchas solares.[4]

En la primera parte del libro, Barjavel imagina la ciudad de París un siglo más tarde, una ciudad ideal donde todo es posible. Este tema ya ha sido tratado en obras anteriores, como en Gargantua de Rabelais en su capítulo 57 la “Abbaye de Thèleme”, en Utopía de Thomas More y en Candide de Voltaire en su capítulo 17 “Eldorado”. En Ravage se describe el paisaje urbano y el modo de vida de sus habitantes creando un universo fascinante, que nos resulta al mismo tiempo, familiar y diferente al nuestro. El relato comienza el 3 de junio de 2052 y se sitúa en una época algo especial, pues la denominan paradójicamente “la era de la razón”, en la que “les hommes, sursaturés de vitesse, s’étaient résolument tournés vers un mode de vie plus humain”[5]. La ciudad representa el lugar de la decadencia moderna por excelencia: para hacer frente a la superpoblación, los barrios antiguos han sido arrasados y sustituidos por edificios futuristas. La ciudad de París consta de cuatro “Hautes Villes” (ciudades altas) construidas por Le Cornemusier[6] para descongestionar la capital: “La Ville Radieuse se dressait sur l’emplacement de l’ancien quartier du Haut-Vaugirard, la Ville Rouge sur l’ancien Bois de Boulogne, la Ville Azur sur l’ancien Bois de Vincennes, et la Ville d’Or sur la Butte-Montmartre”[7]. Pero debido a la concentración cada vez mayor de la población, se prevé la construcción de diez ciudades altas en los próximos años. Para hacernos una idea de lo inmensamente grandiosas que podían ser estas torres-ciudades, Barjavel nos explica a continuación que la Iglesia del Sagrado Corazón de París había sido desmontada y subida a una de las terrazas de esta última ciudad alta y que desde el borde de su nuevo abismo “[elle] dominait la capitale de plus d’un demi-kilometre”[8]. Y ¿qué fue del antiguo barrio de Montmartre repleto de historia y de artistas? Completamente aniquilado y sustituido por la Ville d’Or, aunque evidentemente la planta superior de la torre-ciudad se reserva para los artistas que los reduce a simples pintores de naturalezas muertas o retratistas. Se eliminan también las viejas estatuas para sustituirlas por otras de plastec, capaces de “pousser très loin l’imitation de la nature, objet suprême de l’Art”[9]. Observamos, de este modo, cómo en la sociedad de Ravage se hace tabla rasa tanto del pasado como de la cultura.

La Ville Radieuse –nombre tomado directamente de uno de los proyectos de Le Corbusier– es una torre blanca que dominaba con su presencia todo el barrio. En su última planta se encuentran situados todos los puestos de radioemisión de la ciudad. Es un lugar clave en la obra, ya que en ella se encuentra ubicada Radio-300[10], emisora cuyo director, Jerôme Seita, se encargará de lanzar a la nueva estrella, Blanche Rouget, bajo el nombre de Régina Fox la misma noche del apagón. Es una torre lujosa, agradable, con grandes apartamentos y muy codiciada. Representa una ciudad bien estructurada, sana y moderna que sustituye a los barrios pobres y sucios que han sido arrasados para dar paso a estos nuevos edificios.

En el mundo de Ravage, el progreso de la ciencia ha sido gigantesco: se ha desarrollado un nuevo material, el “plastec luminiscent”, que por la noche reenvía la cálida luz absorbida durante el día. Es además de indefectible solidez, ya que reemplaza a los adoquines y al triste asfalto, y se utiliza en todas partes ; los vehículos han progresado enormemente, son más rápidos y fiables, se desplazan incluso por el aire; ahora se sabe cómo preservar a los muertos dejándoles el aspecto que tienen en vida, para que cada hogar acomodado disponga de un “Conservatoire” en el que se pueda almacenar el cuerpo de la abuela como si todavía estuviera participando en la vida familiar.... Además, por una módica suma de dinero al mes, la C.P.D (Compañía de Preservación de Difuntos) se encarga de mantener su óptimo aspecto. Los interiores de las viviendas están regidos por la misma preocupación de la optimización y el confort absoluto, requiriendo el control de cada uno de los elementos externos. Así, si el viejo París padece, al principio de la novela, una ola de calor sin precedentes, en las Altas Ciudades no la sufren: las fachadas de los edificios son de vidrio, y no tienen ventanas, porque “à l’intérieur circulait un air dépoussiéré, oxygéné, dont la température variait selon le désir de chaque locataire. Il suffisait de déplacer une manette sur un minuscule cadran pour passer en quelques secondes de la chaleur de l’équateur à la fraîcheur de la banquise.”[11]

Otro de los aspectos interesantes a destacar es la forma que tienen los habitantes de París de alimentarse. Las necesidades vitales de la población de esta zona urbana única también se satisfacen gracias al progreso tecnológico y eléctrico. Como el resto de los mortales se han desvinculado completamente del mundo rural: “l’Humanité cultivait presque plus rien en terre. Légumes, céréales, fleurs, tout cela poussait à l’usine, dans des bacs”[12]. Lo mismo ocurre con la producción de la carne y la crianza del ganado. Barjavel nos habla ya de veganismo en el estado más absoluto: “L’élevage, cette horreur, avait également disparus. Élever, chérir des bêtes pour les livrer ensuite au couteau du boucher, c’étaient bien là des mœurs dignes des barbares du XXe siècle”. Por esa razón, al igual que los alimentos cultivados, la carne se cultivaba “sous la direction de chimistes spécialistes”[13]. Observamos que Barjavel anticipa lo que ya se conoce como carne artificial también llamada de laboratorio o cultivada–, que es aquella que no proviene directamente del cuerpo de los animales, sino del cultivo de células extraídas de los mismos. Esta propuesta se presenta en nuestros días como el preludio de la revolución alimentaria[14]. Incluso la leche es también artificial y su distribución igualmente novedosa, ya que está canalizada al igual que el agua potable. Así “chaque foyer le recevait à domicile, à côté de l’eau chaude, de l’eau froide et de l’eau glacée, par canalisation”[15]. Ravagel ya había imaginado la forma de contrarrestar el maltrato a los animales y el coste medioambiental que suponía el sector ganadero.[16]

Otro aspecto de la ciencia que nos avanza esta novela tiene que ver con la biogenética. En la ciudad futurista de París existen animales que han sido modificados genéticamente por el simple placer estético:

Des cygnes blancs à trois ou cinq têtes déployaient avec une grâce multipliée leur bouquet de cous. […] Tous ces animaux, crées pour le plaisir de l’œil, provenaient des Laboratoires d’Animaux d’Agrément. Des biologistes provoquaient la naissance de ces monstres admirables par l’intervention chimique et physique au cœur même de l’œuf.[17]

 

Lo que quizás menos sorprenda de esta ciudad futurista, que acoge veinticinco millones de habitantes, es su frenética actividad cotidiana y el intenso ruido que la acompaña:

L’air, le sol, les murs vibraient d’un bruit continu, bruit des cent mille usines qui tournaient nuit et jour, des millions d’autos, des innombrables avions qui parcouraient le ciel, des panneaux hurleurs de la publicité parlante, des postes de radios qui versaient par toutes les fenêtres ouvertes leurs chansons, leur musique et les voix enflées des speakers. Tout cela composait un grondement énorme et confus auquel les oreilles s’habituaient vite, et qui couvrait les simples bruits de vie, d’amour et de mort des vingt-cinq millions d’êtres humains entassés dans les maisons et dans les rues.[18]

 

La ciudad se expande inexorablemente hasta que en Francia solo queda una gran conurbación conectada:

 

Pendant les cinquante dernières années, les villes avaient débordé de ces limites rondes qu’on leur voit sur les cartes du XXe siècle. Elles s’étaient déformées, étirées le long des voies ferrées, des autostrades, des cours d’eau. Elles avaient fini par se rejoindre et ne formaient plus qu’une seule agglomération en forme de dentelle, un immense réseau d’usines, d’entrepôts, de cités ouvrières, de maisons bourgeoises, d’immeubles champignons.[19]

 

Aunque no todo es urbe, una parte del país ha podido escapar de esta evolución gracias a una planta que se resiste al cultivo en laboratorio: la vid. Tampoco los árboles frutales se habían adaptado a estas nuevas prácticas, por lo que “le midi de la France” se convierte en un inmenso vergel que produce la fruta para el resto del continente. Inmensos invernaderos cubren la superficie del país de una punta a la otra, bajo ellos “des vignes forcées donnaient trois vendanges par an. De là, un océan de vin coulait sur l’Europe[20]. Solo la Provenza continua su vida campesina dando la espalda al progreso, cultivando al aire libre sus cereales, sus frutas e incluso fabrican a la antigua usanza su propio pan. El resto de las regiones se encuentran completamente desiertas.

La ciudad es, por tanto, un lugar de extrema concentración de tecnologías y de excesiva mecanización de la vida cotidiana, del trabajo y de los viajes: comer, vestirse, comunicarse, todas las acciones humanas son retransmitidas o incluso sustituidas por acciones eléctricas. La ciudad se convierte en un espacio de hormigueo eléctrico y la urbanización está excesivamente racionalizada. La ciudad ya no se presenta como proveedora de identidad, de protección y significado, los hombres que viven allí están desposeídos de su historia, cultura y pasado, ya no son hombres: son multitudes, rehenes de la propia ciudad, encerrados en coches, en el metro o entre los muros de los edificios y prisioneros de una cultura perpetua del olvido. Y aquello que está fuera de la ciudad está desprovisto de todo interés: el mundo campesino ha perdido toda la atención para los habitantes de las ciudades, encarna para ellos un vago vestigio de un mundo que ha desaparecido para siempre. Sin embargo, los campesinos provenzales, bárbaros que desconocen el progreso, se resisten a la mecanización generalizada.

 Pero esta primera parte del libro titulada “Les Temps nouveaux” no dura mucho... y en la segunda parte, “La chute des villes”, un acontecimiento viene a perturbar la vida cotidiana de la ciudad: cómo hemos comentado anteriormente, París experimentará una súbita interrupción del suministro eléctrico provocada por algo similar a un pulso electromagnético. Barjavel, en el campo de la ciencia ficción, resulta ser muy radical: la electricidad desaparece definitivamente en Ravage, imponiendo una permanencia de la crisis, una temporalidad radicalmente rectilínea. En un mundo donde todo se alimentaba de electricidad el evento se convertirá rápidamente en un apocalipsis... La electricidad, la energía fundamental en la que se basa este resplandeciente futuro desaparece. El apagón sumerge este espacio en el caos, provocando así una crisis tanto para la ciudad como para los valores que esta representa. En cualquier caso, la falta de electricidad cambia profundamente la capital, socavando todos los ideales de claridad, seguridad y apoyo técnico a la vida cotidiana que encarnaba antes de la catástrofe: la ciudad era un lugar donde la gente interactuaba, un espacio rápido pero pacífico; de repente se convierte en un entorno duro, violento e impredecible. Surge ahora un París apocalíptico en el que reina una anarquía que se extiende a todas las ciudades de Francia y del mundo. La amenaza lejana de un emperador, el Emperador Negro de Sudamérica, da paso tras el desastre, al aprendizaje del asesinato y la deshumanización, en una nueva era de piedra en la que dominaba la fuerza y la violencia. La ciudad pierde así ese carácter tranquilizador del lugar donde todo es visible en todo momento, y donde la orientación no depende de las sensaciones sino del desciframiento de un cierto número de códigos o signos, internalizados y controlados por sus habitantes.

Cuando la ciudad se apaga los aviones caen del cielo, los coches se detienen, la oscuridad invade todo y se crea una repentina debacle entre la población. El pánico se extiende a todo el mundo, la gente empieza a correr en todas direcciones. El hombre solo puede confiar en sus sentidos, en su intuición o incluso en su instinto. Al día siguiente del incidente, Paul Portin, presidente de la Academia de Ciencias, informa a los ciudadanos que el fenómeno no puede ser resuelto, el apagón se ha extendido por todos los rincones del mundo. Portin señala que su causa es anticientífica y antirracional. La desaparición de la electricidad, el desastre propiamente dicho, ocurre por culpa de los hombres, simples Prometeos modernos, y de cuya caja de Pandora, representada por ese progreso desenfrenado y sin límites, se verterán todos los males acaecidos en la novela:

Les hommes ont libéré les forces terribles que la nature tenait enfermées avec précaution. Ils ont cru s’en rendre maîtres. Ils ont nommé cela le Progrès. C’est un progrès accéléré vers la mort. Ils emploient pendant quelque temps ces forces pour construire, puis un beau jour, parce que les hommes sont des hommes, c’est-à-dire des êtres chez qui le mal domine le bien, parce que le progrès moral de ces hommes est loin d’avoir été aussi rapide que le progrès de leur science, ils tournent celle-ci vers la destruction.[21]

 

Cual Babilonia moderna, la ciudad de París se sumerge en el caos. La crisis se extiende entonces repentinamente a la gestión política de la ciudad, a la cúspide. Así el puñado de hombres que tenían poder de decisión para veinticinco millones de almas se encuentra ahora totalmente superado y desfasado por los acontecimientos. Otro aspecto de esta crisis en la ciudad es, por lo tanto, la necesidad de tecnología para el correcto funcionamiento de una democracia en la ciudad: la demografía urbana crea una relación increíble entre la masa de la gente y el número limitado de sus líderes, y sin tecnología, este sistema se convierte en una aberración. No solo porque la comunicación se hace imposible, sino porque Barjavel también opta por hacer desaparecer la fuerza natural que hizo posible que las armas funcionaran, la fuerza ejecutiva del gobierno también se vuelve irrisoria; los líderes son entonces solo unos pocos hombres flácidos e indefensos, tan aterrorizados como los demás, y consternados al ver que su poder y prestigio desaparecen tan rápidamente como la electricidad.

Los tiempos juegan un papel muy importante: se critican los avances científicos debidos a la investigación sobre la electricidad. La obra relata el miedo del hombre en aquella época (es decir, en la década de 1940) planteándose varias cuestiones: la tecnología, ¿una necesidad para el hombre? ¿Debemos confiar en ella y dejar que ocupe un lugar en nuestra vida cotidiana? Las consecuencias resultan dramáticas y de ellas nos hablarán las otras dos partes de la novela (“El camino de las cenizas” y “El Patriarca”) ... con una profunda reflexión sobre los peligros del progreso.

En el momento de su publicación, esta era una preocupación compartida por muchos intelectuales: se preguntaban qué efectos tendrían en el hombre todos los desarrollos tecnológicos, en un mundo cada vez más “materialista”. Barjavel ya sabía entonces hasta dónde podía llevarnos el consumo y el uso excesivo de la tecnología, en detrimento de la naturaleza. Al acabar con esta, la sociedad futura también parece destruir lo que hace del hombre un ser en la naturaleza, el cuerpo: en Ravage, vemos que las cajeras son meros objetos de decoración, no tienen nada que hacer y solo están presentes para dar alma a las salas de café equipadas con máquinas automáticas. El pueblo parece haberse convertido en un pueblo de fantasmas, es decir, de gente sin consistencia ni existencia real. Solo vemos una Francia poblada de robots, viviendo por y para el hedonismo. Solo cuentan los placeres y modelos impuestos por el centralismo cultural de este mundo moderno. Estos seres fantasmales conocen, como ya hemos visto, la muerte de cerca a través de los “Conservatoires” que colocan a los muertos en medio de los vivos. Poco a poco, la materialidad de los cuerpos de los personajes se les escapa. El apagón hace sentir a la gente el peso material y natural que la tecnología había conseguido sustituir a lo largo de los años. Así reacciona Jérôme Seita:

Il avait toujours eu, pour répondre à ses besoins, une armée de subordonnés et d’appareils perfectionnés. […] D’un seul coup, tout cela, autour de lui, disparaissait, l’amputait de mille membres, et le laissait seul avec lui-même pour tout serviteur. […] De son corps qu’il n’avait jamais senti si présent, il éprouvait maintenant le poids de chair et de sang.[22]

 

Barjavel optó por centrarse en la tecnología porque París, en los años cuarenta, se encontraba en una fase de industrialización. El París de 2052 con sus veinticinco millones de habitantes es una megalópolis repleta de contaminación, violencia y tecnología, en la que vive una multitud anónima y silenciosa de muertos, pereciendo y pudriéndose como la naturaleza de la que provienen. Esta tecnología mata con un solo movimiento a la naturaleza y al hombre. Asistimos ya a un apocalipsis cotidiano orquestado por el hombre en su lucha contra la naturaleza para arrancarle, con la ayuda de la tecnología, su poder creador: ¿Cómo se explica, como hemos visto antes, que las fábricas no necesiten nada para crear todo tipo de alimentos? El desastre del apagón solo hace aumentar la conciencia sobre esta cuestión.

Este lúgubre panorama nos lleva a interrogarnos sobre el destino de los personajes ficticios que no forman parte de la multitud fantasmal. Los personajes negativos, identificados con la ciudad moribunda, están muy bien situados en la sociedad: Jérôme Seita, director de Radio-300 y el círculo de ministros muere con la ciudad, porque no son aptos para la naturaleza. Mientras que los protagonistas positivos, que no gozan de un estatus dominante en la sociedad se salvan del desastre porque, paradójicamente, resultan inadecuados para esa misma ciudad.

En cuanto al deterioro de la naturaleza, François la desaprueba y aspira a una vida más natural, la de su pueblo. No se adhiere a la ideología del progreso tecnológico que reduce a las personas “à un rôle trop ridiculement passif”[23]. François es la encarnación misma de la acción física y del movimiento que le permite, de la mejor manera posible, mantener su libertad dentro de la inhóspita ciudad concebida como una prisión y donde ningún espacio es verdaderamente percibido como un refugio o un lugar de descanso y soledad. Buen ejemplo de esa búsqueda de la naturaleza es el lugar en el que vive en París: un taller de pintor apartado de la multitud y en cuyo patio se yergue un espléndido castaño plagado de gorriones: “Il avait été émerveillé de découvrir un coin si calme”[24]. François prefiere caminar en una ciudad donde “il n’y [a] plus guère de piétons” [25]. No se ve afectado por la política del olvido de la sociedad moderna; vive con su pasado y lo perpetúa, ya que pretende “prendre […] la direction d’une grande exploitation rurale en Provence”[26], siguiendo los pasos de su padre campesino. Además, su infancia conserva un lugar importante como momento clave en su comprensión del mundo, ya que fue protegido de la acción destructiva de la ciudad: “François Deschamps et Blanche Rouget étaient nés tous deux à Vaux, un de ces petits villages de haute Provence obstinément accrochés à des traditions périmées”[27]. Por lo tanto, los elegidos parecen ser escogidos en función de los vínculos y conexiones que mantienen con la naturaleza, la memoria e incluso el arte (tanto François como Blanche son artistas); mientras que los caídos desaparecen anónimamente con la ciudad artificial que han ayudado a crear.

Conclusión

Con esta novela se nos advierte sobre las consecuencias que conlleva un excesivo progreso de alto rendimiento y progreso, en las ciudades, utilizando para ello una retórica apocalíptica – componente necesario del discurso ambientalista. Cuando dependemos de la tecnología y esta falla, las consecuencias son devastadoras. Los humanos no estaríamos adaptados a vivir sin ese confort descrito a lo largo de la primera parte del libro. Así, la falta de agua, de alimentos y recursos, las epidemias, la incapacidad de desplazarse sin peligro, … todos ellos son temas de este género bien conocido desde entonces. Cabe imaginar que esta retórica apocalíptica, en 1943 sirvió para captar la atención de los lectores. Aunque de forma muy diferente a lo que podría interpretarse en la actualidad.

La capital francesa es un espacio tan distorsionado y deshumanizado que su final apocalíptico se presenta como una liberación necesaria y positiva, la victoria final contra la ciudad de una naturaleza pensante y activa, que “est en train de tout remettre en ordre”[28] y que estalla tras las innumerables afrentas de la humanidad. El ser humano, al construir su propio espacio, representado por la ciudad, se ha desconectado completamente de la naturaleza, y esta desconexión es el resultado de la deshumanización de la sociedad, una deshumanización tal que el apocalipsis destructivo de la ciudad aparece como la única solución posible: “Tout cela, dit-il, est notre faute. Les hommes ont libéré les forces terribles que la nature tenait enfermées avec précaution. Ils ont cru s’en rendre maîtres. Ils ont nommé cela le Progrès. C’est un progrès accéléré vers la mort”.[29]

Sin embargo, el final de la novela nos muestra un post-apocalipsis representado por la no-ciudad. Tras la interrupción de la vida en una sociedad tecnológica moderna por el apocalipsis, se inicia un tiempo de prueba cuyo final está marcado por el descubrimiento de un paraíso natural, seguido por la construcción de una sociedad a-tecnológica premoderna, cerrándose con ello la estructura del mito del apocalipsis. Primero el castigo divino infernal hacia los hombres, después la apertura al purgatorio para que puedan, antes de entrar en el paraíso, expiar sus pecados. Dicho paraíso es a la vez un mundo nuevo donde crece una nueva “vegetación exuberante” y un mundo pasado, donde se vuelve a la pureza original. Es el viejo mundo purificado de toda su tecnología, una especie de “progreso del decrecimiento”[30]. Decir que Barjavel defendería hoy en día los principios del decrecimiento no es algo atrevido para cualquiera que lo haya leído. El postulado que nos deja Barjavel es el de considerar al hombre moderno como un ser impotente, incapaz de vivir sin la ayuda del confort tecnológico de las sociedades desarrolladas y de las ciudades, lugar clave en el que se desarrolla toda la tecnología; contra el que se opone una forma de vida antigua, representada por la no-ciudad, que lleva implícita un cambio de valores, que pone en cuestión las nociones de crecimiento, desarrollo, progreso, pobreza, necesidades, ayuda...

 

Bibliografía

Barjavel, R. (2008): Ravage. Paris, Denoël, Coll. Folio.

Barjavel, R. (2012): La nuit des temps, Paris, Pocket.

Barjavel, R. (1974): Le Grand Secret, Paris, Pocket.

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Brunel, P. (1994): Dictionnaire des mythes littéraires, Monaco, Éditions du Rocher.

Buell, L. (1995): The Environmental Imagination: Thoreau, Nature Writing, and the Formation of American Culture, Cambridge, Harvard University Press.

Glotfelty, C. & H. Fromm (eds.) (1996): The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology, Athens, Georgia, University of Georgia Press.

Garrard, G. (2004): Ecocriticism, New York, Routledge.

Latouche, S. (2010): Le pari de la décroissance. Paris, Librairie Arthème Fayard/Pluriel.

More, T. (2012): L’utopie. Paris: UltraLetters Publishing. Coll. Folio.

Rabelais, F. (2016): Gargantua, Paris, Flammarion.

Voltaire, F. (2016): Candide. Paris, Flammarion.



[1] Emecé Editores nació en Buenos Aires en 1939 y se integró en el Grupo Planeta en 2001. Desde su fundación ha ido configurando un fondo editorial de los más diversos géneros con los autores más importantes del siglo XX.

[2] Es decir, una narración ficticia que describe una sociedad imaginaria en la que, a diferencia de una utopía, todo contribuye a hacer infelices a las personas.

[3] Observamos, por ejemplo, una verdadera relación de sumisión entre François y el resto de los personajes que lo acompañan en su huida, que acatan ciegamente sus órdenes.

[5] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 14.

[6] Es imposible aquí no establecer la relación con el famoso arquitecto Le Corbusier.  En el momento de la publicación de Ravage, el arquitecto había expuesto en la vida real su concepción de la arquitectura moderna y de la vivienda colectiva... y su proyecto cobraría vida justo después de la Segunda Guerra Mundial con la construcción de "Ciudades Radiantes", edificios equipados con una mezcla de apartamentos y equipamientos colectivos (tiendas, equipamiento deportivo, una terraza común con escuela y gimnasio). Algunos de los principios arquitectónicos de Le Corbusier se han aplicado en Ravage, a veces de manera extrema.

[7] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 23.

[8] Ibid., p. 23.

[9] Ibid., p. 27.

[10] Los estudios de radio-300 estaban ubicados en el piso 96 de la Ciudad Radiante.

[11] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 47.

[12] Ibid., p. 40.

[13] Ibid., p. 41.

[14] Desde hace años se pone en duda la sostenibilidad del consumo de carne en un mundo cada vez más superpoblado, y no solo por el daño que se inflige a los animales al utilizarlos como alimento, sino también por una cuestión medioambiental, ya que la ganadería contamina el aire –de acuerdo con un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), genera más del 14% de las emisiones de efecto invernadero–.

[16] Según informes de la FAO, el sector ganadero genera más gases de efecto invernadero que el sector del transporte y es una de las principales causas de contaminación ambiental, del suelo y de los recursos hídricos.

[17] R. Barjavel, Ravage, op. cit., pp. 144-145.

[18] Ibid., p. 43.

[19] Ibid., p. 43.

[20] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 44.

[21] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 85.

[22] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 134 y 141.

[23] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 16.

[24] Ibid., p. 150.

[25] Ibid., pp. 77-78.

[26] Ibid., p. 49.

[27] Ibid., 45.

[28] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 94.

[29] R. Barjavel, Ravage, op. cit., p. 85.

[30] Entendido como una crítica contra el progreso y el desarrollo. S.Latouche, Le pari de la décroissance. Paris, Librairie Arthème Fayard/Pluriel, 2010, p.15.

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1] R. Barjavel, Ravage, Paris, Denoël. Coll. Folio. 2008 [1943].

[2] Cheryll Glotfelty, en su introducción a The Ecocriticism Reader, define esta teoría como “el estudio de las relaciones entre la literatura y el medio ambiente”, es decir, nuestro ecosistema (“conjunto formado por una comunidad de organismos que interactúan entre sí)”.

[4] L. Buell, The Environmental Imagination: Thoreau, Nature Writing, and the Formation of American Culture, Cambridge, Harvard University Press, 1995, p. 285, citado par G. Garrard, op.cit, p. 93 (mi traducción): «Apocalypse is the single most powerful master metaphor that the contemporary environmental imagination has at its disposal.»


Comunicación presentada en el XI Congreso de Mitocrítica celebrado en la Universidad Complutense de Madrid del 27 al 30 de octubre de 2020. Madrid.

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