Resumen

Suiza es un país alpino por excelencia. Los Prealpes y los Alpes cubren
el 60% de su territorio, y alrededor del 20% de su población vive en ellos. Los
Alpes son una parte integral de la identidad de los suizos. Esto se remonta al
mito fundador de la Suiza Central en el siglo XIII, marcado por su carácter alpino.
Pero la mayoría de los mitos alpinos “emanan del miedo a esta naturaleza
impredecible con la que uno debe vivir”, escribió Alexandre Daguet en 1872 en Tradiciones
y leyendas de la Suiza francófona. Por ejemplo, la cima de los Diablerets
en el Valais debe su nombre a los malos genios que la habitaban y que jugaban
con las rocas como bolos, de ahí el nombre "Quille du Diable"
atribuido a una roca del lugar. Y los dragones que vivían en estas montañas
personifican los temores que inspiraban los Alpes y sus inundaciones. Para el
especialista Michel Meurger, las luchas entre dragones y humanos también
simbolizan la victoria del progreso y la civilización en una naturaleza,
especialmente montañosa, misteriosa e inquietante. Los dragones desaparecen con
la Ilustración, cuyo racionalismo reduce a la bestia a una gran lagartija.
¿Por qué prevalecen todavía estos mitos y leyendas? Por una parte, su
relectura hace que los paisajes recobren un nuevo significado. Una de las
cualidades de estos relatos es llamar la atención sobre la belleza del lugar,
la utilidad de su salvaguarda. Cualquier conocedor de estas historias se
convierte en guardián y responsable de este patrimonio. Por otra
parte, estos relatos permiten también que el ser humano se ligue de nuevo a la
madre naturaleza, accionando en ella, protegiéndola y conservándola.
En esta comunicación presentaremos varios mitos alpinos, muy presentes en
la literatura suiza, y analizaremos su relación con el medio ambiente desde una
perspectiva ecocrítica.
****
1.
El carácter alpino de los Suizos
Los Alpes cubren el 61% del territorio suizo, es decir, 41.285 km2,
lo que otorga al país un carácter alpino muy pronunciado (el segundo en
términos de porcentaje después de Austria). A pesar de que Suiza cubre solo el
13.2% de los Alpes (190.600 km2), muchos picos de más de 4.000 metros (48 de
82) se encuentran en los Alpes suizos. Los glaciares de los Alpes suizos ocupan
1.230 km2 (3% del territorio suizo), lo que representa el 44% del área glacial
total de los Alpes (2.800 km2). Con todos estos números, podemos decir sin
temor a equivocarnos, que las montañas alpinas han forjado en parte la
identidad y el carácter de este pueblo a lo largo de su historia. Otra parte
proviene de los numerosos mitos y leyendas suizos relacionados con estas
montañas: los Alpes. Mencionarlos todos aquí sería prácticamente imposible, por
ello, vamos a escoger aquellos que sobre todo están íntimamente unidos a esa
naturaleza impredecible e indomable, con la convive este pueblo desde sus orígenes.
Y hablando de orígenes, no podemos dejar de nombrar aquí el primer mito
fundador de la Suiza central: El Pacto Federal de 1291, por el cual conmemoran
cada 1 de agosto (fiesta nacional en Suiza) el nacimiento de la
Confederación helvética. Según la tradición, los representantes de las
comunidades rurales de Uri, Schwyz y Unterwald se reunieron a principios de
agosto de 1291 en la pradera del Grütli con el fin de sellar una Alianza
eterna. Los términos de esta alianza fueron inscritos en el Pacto Federal, un
documento que sentó las bases de la fundación de la confederación y que
actualmente se conserva en el Museo de Documentos Federales de Schwyz.
El origen de la confederación suiza también se asocia con el
juramento legendario de Grütli pronunciado por hombres libres en las orillas
del lago Uri. Hay que tener en cuenta que en Suiza, los niños continúan
aprendiendo estas historias fundacionales en la escuela.
El primer autor en contar la
historia de Guillermo Tell y el juramento de los Grütli en papel fue Petermann
Etterlin, cronista de la ciudad de Lucerna, a quien le debemos la primera
historia exhaustiva de la Confederación. Todos conocemos la leyenda de
Guillermo Tell que, al rechazar inclinarse ante el tocado de un poderoso, se convirtió
en la encarnación del espíritu de independencia que anima a los suizos. Bajo un
árbol y con la cabeza inclinada hacia un lado, Walter espera que su padre,
Guillermo Tell, apunte a la manzana con su ballesta. Si tocaba a su hijo en
lugar de la fruta, la segunda flecha en su doblete sería para el alguacil. La
imagen de Guillermo Tell apuntando sobre la manzana está anclada en la
conciencia colectiva de Suiza. Viene de la primera crónica detallada de la
Confederación Suiza. Hablamos de alguaciles extranjeros que se apoderan de
hermosas casas de piedra y tratan de seducir a las esposas fieles. Los
habitantes de Schwyz, Uri y Unterwald muestran solidaridad en la lucha contra
la dominación extranjera juntos.
La crónica fue escrita entre 1505 y 1507 por Petermann Etterlin,
empleado de Lucerna. El advenimiento de la imprenta alentó la difusión de la
versión de Etterlin del mito fundador de la Confederación Suiza y, siglos más
tarde, influyó en celebridades como Friedrich Schiller y Gioachino Rossini. Un
detalle a tener en cuenta es la evolución de la iconografía de este personaje.
A lo largo del tiempo la ropa de Guillermo Tell se va simplificando hasta
reducirse a un simple disfraz de pastor. Este detalle es significativo porque
muestra el proceso de construcción de un héroe popular, evocador de valores
ancestrales, rurales, incluso alpinos. El
personaje se hizo famoso por el escritor alemán Friedrich von Schiller, cuando
este escribe su obra de teatro en 1804.
En la búsqueda de la felicidad, característica de la Ilustración,
Suiza es un modelo a seguir. En un momento en que se lucha por el derrocamiento
del régimen monárquico, la Confederación y sus cantones se consideran
ejemplares. Pero mientras que en el siglo XVI el "Cuerpo suizo" se
percibía en su totalidad (a pesar de las fronteras borrosas), los pensadores
del siglo XVIII consideraban solo una parte de la realidad del país, a saber,
las regiones alpinas "terra incognita " hasta 1700.
Hay dos textos literarios, en particular, que tuvieron mucha
importancia en la creación y difusión del mito de esta Suiza alpina: Die
Alpen de Albrecht von Haller (1732) y La Nouvelle Héloïse de Jean-Jacques
Rousseau (1761). Los autores muestran una nueva sensibilidad (prerromántica) al
espectáculo ofrecido por la naturaleza, fuente de sensaciones y en la que el
hombre se siente en perfecta armonía. Admirada por la variedad de elementos que
la componen, a veces parece cambiable y relajante (= estética de lo
pintoresco), a veces grandiosa, otras oscura y agonizante (= estética de lo
sublime).
La definición de la iconografía del paisaje suizo, con sus
temáticas alpinas y rurales tiende a difundir una imagen estética y fija del
país (las montañas, cascadas, lagos y pastos alrededor de la cuenca del Lemán,
del Oberland bernés y del lago de los Cuatro-Cantones). Además, la
representación de las costumbres de los habitantes de estas regiones está idealizada.
Suiza está llamada a encarnar al "buen salvaje" de la modernidad,
viviendo en una Arcadia "tangible" (que además se puede visitar).
En esta visión, los hombres llevan una existencia simple y serena
en contacto con una naturaleza inalterada, a salvo de las pasiones y los vicios
generados por la sociedad moderna.
Tras los pasos de Rousseau, primero los ingleses, luego los
franceses y los alemanes exploran los paisajes representados en la literatura.
Suiza, hasta entonces el país de paso del "Grand Tour", se convierte
no solo en un destino turístico, sino que también termina fundiéndose en la
visión idealizada y estética que se le da.
Con el fin de satisfacer a los turistas, una fuente de beneficios y
desarrollo económico, los suizos organizan a principios del siglo XIX
festivales de "cultura suiza tradicional". Las competiciones de
varias disciplinas, "costumbres antiguas y simples", como tirar
piedras, disparar al blanco con rifle y ballesta o pelear con los pantalones,
constituyen una especie de campeonato de montaña (festivales Unspunnen, en el
Oberland bernés). Mencionemos también el tiro con arco en un pájaro de madera
tallado (el "papegay"), popular en el Pays de Vaud, donde el ganador,
exento de todos los impuestos, es declarado rey por un año.
A este respecto, es significativo señalar que estas imágenes serán
utilizadas durante el siglo XIX por los propios suizos para expresar un
carácter nacional y forjar su propia cultura de identidad (y, por lo tanto,
unificar). La ecuación "cultura pastoral" / "alpina" =
"cultura nacional" se hace posible gracias a la profusión de
representaciones rurales en periódicos y calendarios ilustrados. La
industrialización y las convulsiones que marcan el siglo XX solo vendrán a
reforzar esta imagen mítica.
2.
Los mitos alpinos
2.1 Lugares míticos
La mayoría de los mitos alpinos “emanan del miedo a esta naturaleza
impredecible con la que uno debe vivir”, escribió Alexandre Daguet en 1872 en Tradiciones
y leyendas de la Suiza francófona. Por ejemplo, la cima de los Diablerets en
el Valais debe su nombre a los malos genios que la habitaban. El sonido de sus
juegos con las rocas hizo que las personas que vivían en los valles dijeran que
los demonios jugaban a los bolos, de ahí el nombre "Quille du Diable"
atribuido a una roca del lugar que se puede ver en el glaciar de Tsanfleuron.
Esta enorme roca con forma de torre o bastión colosal sirvió de hecho como
objetivo, meta o quilla en los diversos juegos de habilidad o fuerza a los que
los demonios reunidos se enfrentaban. Considerado un sitio peligroso y maldito,
los Diablerets eran lugares de encuentro de demonios, almas en pena y todo tipo de espíritus satánicos reunidos.
De ahí que cuando
las piedras descendían con gran estrépito de la parte superior de esta
gigantesca torre natural, cuando los bloques eran arrojados con demasiado ardor
por estos jugadores infernales sobre la gran explanada cubierta de hielo, e iban
rebotando de roca en roca hasta los pastos de Anzeindaz o hasta las orillas del
pequeño lago de Derborence, los pastores levantaban la vista asustados pensando
en las amenazas de estos seres malditos. Temían por sí mismos y por sus rebaños,
y se recomendaban a la gracia de Dios: "Que el buen Dios venga a
socorrernos y proteja nuestros rebaños".
Es por las
noches cuando se les solía ver, equipados con luces pequeñas o linternas,
vagando solos o en grupos en el bosque, en los pastos, en los pedregales o en
los corredores de las altas montañas. Muchos incluso contaban que a menudo se
veía a estos pobres condenados o suicidas descender cerca de Ardon en el cantón
de Valais. Se les oía profiriendo espantosos gemidos y sus terribles cuerpos
estaban tan cansados de vagar y gatear durante tantos años en aquellas áridas
rocas donde tenían que expiar sus crímenes, que muchos de ellos tenían los
brazos usados hasta los codos y otros hasta los hombros. Se escucharon estos
gemidos y los fuegos resplandecieron de una manera particularmente siniestra
antes y durante los dos terribles derrumbes de 1714 y 1740 que cubrieron miles
de acres de pastos y causaron la muerte de muchas personas, así como de sus rebaños
y que serán la base de una de las novelas más importantes y conocidas de la
literatura suiza de expresión francesa “Derborence” (1934), escrita por Charles
Ferdinand Ramuz.
El demonio
habita en las altas cumbres y a veces, incluso, realiza alguna que otra
concesión. Es el caso de la leyenda del “Pont du Diable”, en el paso de
Saint-Gothard, otro lugar emblemático de la Suiza francófona. Gracias a la
construcción de este puente y de una pista de mulas que permiten el paso a la Garganta
del Schöllenen, la ruta de Saint Gothard se convirtió, durante la primera mitad
del siglo XIII, en una de las más activas, conectando los centros comerciales
del sur y del norte. El aspecto rudo y salvaje del lugar, así como la
peligrosidad del paso marcarán a más de un viajero. El puente, de menos de dos
metros de ancho, se eleva veinte metros sobre el río Reuss. Aparece en los
cuadros de los pintores románticos más conocidos, como es el caso de William
Turner, pero también en la literatura de viajes “Voyage de la Suisse” de M.
Scheuchzer (1706) e “Impressions de voyage en Suisse” (1834) de Alexandre
Dumas. La tradición a la que debe su nombre es quizás una de las más curiosas
de toda Suiza:
Cuando los
habitantes expresan el deseo de construir un nuevo puente de piedra, un
extranjero les ofrece sus servicios. Como pago, les reclama la vida de la
primera alma que cruzará el puente. Después de tres días, se envía una cabra
para cruzar. Furioso, el Diablo trata de lanzar una piedra para destruir el
edificio, pero fracasa en su objetivo. La "Piedra del Diablo" termina
en las gargantas debajo de Göschenen, donde aún se puede ver.
Otro de los
lugares que más obsesionó la imaginación de los lugareños es el Monte Pilato.
Es el tema de muchas leyendas y mitos en Suiza – aunque la legenda es conocida
internacionalmente: recogida por el autor escocés Walter Scott en su obra Charles
Le Teméraire (1835) o por el autor francés Charles Buet, La légende du
mont Pilate et autre contes. El Monte Pilato es responsable de los
desastres climáticos, residencia de un dragón, tierra natal de un gigante y
tumba de un gobernador. Pilato es uno de los lugares más cautivadores de la
Suiza Central. Y uno de los más bellos. En un día claro, se puede admirar un
panorama de 73 picos alpinos.
Se dice que una
piedra de dragón cayó del cielo en 1420, que el gobernador romano Poncio Pilato
está enterrado en el lago Pilatus y que un hombre petrificado monta guardia
frente a una cueva. El macizo de Pilatos, que domina toda la región desde su
altura de 2132 metros sobre el nivel del mar, indudablemente estimula la
imaginación.
2.2. Fiestas y
tradiciones populares
La figura del
diablo aparece también en fiestas y tradiciones populares de la suiza más
primitiva. En Lötschental, cantón de Valais, entre el 3 de febrero y el
Miércoles de Ceniza, los aldeanos caminan por las calles disfrazados como
personajes de carnaval (llamados "Tchäggättä"). Para ello usan
máscaras de madera terroríficas y túnicas de piel de cabra o de oveja. El
escritor Maurice Chappaz, dedicó una de sus obras al “Löstschental secret”
(1975). En un Valais entregado como pasto para los “maquereaux des cimes
blanches”, el Lötschental se le aparece como “l’arche dans l’arche”, "un
pauvre paradis perdu", cuyas figuras enmascaradas conservan la frágil
huella. Bajo su pluma, los Tschäggättä se convierten en la encarnación de los
antepasados, “les enfouis”, con quienes los vivos comunican el tiempo de un
festival, aspirados a los orígenes hasta la pareja primordial: “Eve a deviné
les masques, Adam se les est appropriés”. Así permanecen, los vivos, integrados
“dans le perpétuel engendrement de la nature”, “cet acte de la semence, de la pourriture
et de la résurrection”. “Dire les origines, c’est se guérir de la mort,
repousser le cadavre” y “assurer la continuité des royaumes ruraux minuscules
et infinis” (1975: 32 y 36-37). Otra escritora del Valais se inspira también de
estas máscaras en su obra. Fue en 1972 cuando Corinna Bille descubrió la región
del Lötschental y su carnaval. Se queda inmediatamente fascinada por los
Tschäggätä. Aunque estas máscaras aparecen en su trabajo mucho antes de 1972,
en obras como Théoda (1944) o en Le Sabot de Vénus (1952). Pero,
a partir de esa fecha, no dejará de escribir sobre ellos. Desde Cent Petites
Histoires cruelles (1973) hasta Bal double (1980), pasando por la
Fraise noire (1976), La Montagne déserte (1978) y las Cent petites
Histoires d'amour (1978), estas máscaras vuelven como un leitmotiv. En el
cuento (“Le Masque géant”), leemos esta nota: “je l'ai rencontré un jour dans
le dernier village avec son grand masque de bois peint en rouge et je vous
assure qu'il me plaisait tant que si j'avais pu le faire je me serai bien
cachée dans sa cloche pour le suivre presque au sommet des montagnes”. Numerosas son las leyendas
y teorías que circulan sobre el origen de las máscaras en madera de Lötschental,
pero son solo especulaciones que no se basan en ninguna base científica. Se ha
sugerido que las máscaras se remontan a los períodos céltico y germánico y
sirven para rendir un culto mágico a la fertilidad y para expulsar a los
demonios y al invierno. La costumbre probablemente se remonta solo a unos pocos
siglos y es posible que los Tschäggätä
hayan evolucionado a partir del personaje del diablo del teatro litúrgico
barroco. Chappaz comprendió perfectamente la insolencia de las máscaras y ese
lado profundamente subversivo del orden moral y, a veces, incluso del orden en
general, un papel que la Iglesia católica ha tratado, siempre en vano, de
limitar. En la actualidad, los Tschäggätta, descubiertas por la elite urbana a
fines del siglo XIX, se han convertido en un emblema regional utilizado tanto
para la representación de una identidad suiza idealizada en Exposiciones
nacionales como para la promoción turística de los paisajes alpinos o de las
publicidades sobre los ferrocarriles federales.
En Appenzell,
el Silvesterklaüse (literalmente: "el Nicolás de la San Silvestre")
está, en su mayor parte, cubierto de elementos naturales: musgos, rellenos,
ramas, hongos, conos de pino, pegados o cosidos sobre una tela que oculta por
completo el cuerpo y la cara. El folclorista y filólogo de Basilea Klaus Meuli,
las ve como "personificaciones de los antiguos demonios de la muerte y,
sus frondosas formas verdes, una clara expresión de un culto a la vegetación
que ya no se percibe conscientemente como tal".
Cuando los habitantes
de Lötschental muestran sus máscaras, cuando los habitantes de Appenzell, el
día de Año Nuevo, se disfrazan de Klausen y van de casa en casa, cuando los
carpinteros de la Engadine ponen en las vigas del techo de sus casas adornos en
forma de caballos o cisnes, hacen más que respetar una tradición local.
Participan, sin saberlo, en un conjunto de ritos y representaciones que se
encuentran en formas comparables, tanto en Gran Bretaña como en Irlanda,
Letonia, India o las estepas de Eurasia. Sus gestos perpetúan los de sus
ancestros más distantes. Son el último reflejo viviente de lo que fueron los
mitos y creencias de los celtas, tomados, asimilados y transformados por las
civilizaciones antiguas y luego cristianas.
2.3 Animales
míticos/mitológicos
Si existe un
animal mitológico, cargado de simbolismo este es, sin duda alguna, el dragón. En
nuestra cultura occidental, el dragón se asocia a lo demoniaco, al mal, a la
destrucción, a la impiedad. Creados para explicar fenómenos naturales. Es tal
vez por este enfoque fantástico que a menudo la frontera entre el mundo real y
la fantasía resulta difícil de distinguir. La palabra dragón proviene del
griego antiguo “serpiente”.
En la Edad
Media, una colonia de dragones se estableció en el cantón de Lucerna. La convivencia
no siempre fue armoniosa, como lo demuestra la Crónica de la Confederación
Suiza del historiador Petermann Etterlin (1507). En 1273, un dragón con mal
aliento aterroriza a los habitantes de la región. Las garras y el aliento fétido
de la bestia atormentan al ganado y a los humanos, con una predilección por las
niñas. Conocido por sacar fácilmente su espada, el alguacil Winkelried es
designado para ir al asalto del rudo animal. Guiado por el olor nauseabundo,
Winkelried se enfrenta al dragón en su guarida y le planta una lanza en su
garganta. Por desgracia, un chorro de sangre venenosa mortal de la bestia
moribunda cae sobre la mano del valiente guerrero, que sucumbirá poco después.
A lo largo de
los siglos, otros dragones se establecieron en el cantón de Lucerna. Alguno de
ellos tenía con frecuencia mala suerte. En 1421, un campesino presenció la
caída de uno de ellos en un prado. Un charco de sangre y una piedra de dragón
encontrados en el lugar del choque son testigos del incidente. En 1499, otro
animal, sorprendido por la tormenta mientras volaba hacia el Monte Pilatus,
cayó en el Reuss. Salió al nivel de Spreuerbrücke, bajo los asombrados ojos de los
habitantes de Lucerna.
A partir del
siglo XVI, la presencia de dragones se observa en toda la Suiza Central, desde
las orillas del Aar hasta el Lago de Lucerna. Los testimonios, confirmados por
el descubrimiento de piedras de dragón y fósiles, son validados por notables,
historiadores o zoólogos. Las autoridades de Lucerna llegan incluso a prohibir
el acceso a ciertas laderas de las montañas, demasiados incidentes. ¡En el
siglo XVII, el mismo Isaac Newton se fija como misión descubrir al dragón de
los Alpes!
Los dragones
que vivían en estas montañas personifican los temores que inspiraban los Alpes
y, sobre todo, sus inundaciones. Para el especialista Michel Meurger, las
luchas entre dragones y humanos también simbolizan la victoria del progreso y
la civilización en una naturaleza, especialmente montañosa, misteriosa e
inquietante: “l’histoire du dragon helvetique se confond avec celle de la
conquête d’un environnement hostile” (2001: 54). El dragón o vouivre
“est un symbole fondateur qui donne sens à nos paysages” nos dice Jacques
Baudou (Le monde des livres, 10 juillet 1998). El naturalista suizo Johann
Jakob Scheuchzer (1672-1733) nos explica:
Les habitants des Alpes donnent souvent le nom de
dragons aux torrents furieux qui descendent des montagnes. Lorsqu’un torrent,
dit-il, se précipite des montagnes et roule de gros cailloux, des arbres et
d’autres objets, ils disent qu’un dragon a pris son essor (Vincent 1824 :
353-354).
Los dragones
desaparecen con la Ilustración, cuyo racionalismo reduce a la bestia a una gran
lagartija. Sin embargo siguen estando muy a la moda incluso en nuestros días en
Suiza. Exposiciones y libros recientemente publicados así nos lo demuestran. En
Vallorbe, al norte de Lausanne, el Musée du fer et du chemin de fer,
acaba de inaugurar una exposición de Jean-Pierre Vaufrey titulada “Bestiaire
Mythologique”. En ella se presentan esculturas de animales fantásticos y
creaturas mitológicas entre los que destacan la Vouivre y el dragón. Existen
numerosas publicaciones que recogen historias y legendas sobre estos animales
cuyo interés ha pervivido a lo largo de la historia. Entre ellas, destacamos la
de Denis Kormann “Mon grand libre de contes et legendes suisses” (2017) que nos
ofrece una oda a la naturaleza, aquella que se debe preservar. Ha pasado muchas
horas observando cada uno de los lugares míticos que aparecen en su libro con
el fin de trasmitir una herencia cultural y natural que debe conservarse.
3.
La razón de estos mitos
Estos mitos y leyendas
nos impresionan por el incesante llamamiento a lo maravilloso. Las gentes del
lugar necesitaban comprender lo incomprensible, perpetuar la memoria de sus
héroes, construir su historia en símbolos. Explicar los caprichos de la
naturaleza y sus miedos frente a animales fabulosos. Por ello daban libre
albedrío a su imaginación. Sus sueños o sus pesadillas, en otras formas, ¿no continúan
de algún modo siendo los nuestros? Estas historias no son ni arcaicas, ni
advertencias solo destinadas para las personas de aquella época. La naturaleza
de hoy también nos advierte regularmente, recordándonos que somos vulnerables.
Además, unir una historia a un lugar permite verlo, observarlo con otros ojos,
mostrarlo mayor respeto. Desde el Valais a Graubünden vía Neuchâtel, Berna, Uri
o Schwyz, todas las historias están ancladas en lugares bien reconocibles. Las
leyendas también estaban allí para articular la geografía, fijar lugares, ponerles
nombre.
¿Por qué
prevalecen todavía estos mitos y leyendas? Por una parte, su relectura hace que
los paisajes recobren un nuevo significado. Una de las cualidades de estos
relatos es llamar la atención sobre la belleza del lugar, la utilidad de su
salvaguarda. Cualquier conocedor de estas historias se convierte en guardián y
responsable de este patrimonio. Por otra parte, estos relatos permiten también
que el ser humano se ligue de nuevo a la madre naturaleza, accionando en ella,
protegiéndola y conservándola. Este es quizás su principal objetivo.
Bibliografía
Bouquet, Jean-Jacques. Histoire de la Suisse. Presses
Universitaires de France, 2007.
Buet, Charles. La légende du mont Pilate. Tours, Maison
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Vincent Audin, Jean Marie. Guide du voyageur en Suisse, par
Richard. Paris: Audin-U. Canel, 1824.
* Comunicación presentada en el I
Congreso Internacional de humanidades ambientales: Relatos, mitos y artes para
el cambio. Universidad de Alcalá. 3-6 de julio
de 2018.